Todavía sin datos oficiales -el Tribunal Superior Electoral procesó sólo el 6% de las actas y suspendió el conteo a la 1 de la mañana-, el triunfo de la fórmula del MAS encabezada por Luis Arce y David Choquehuanca es un hecho.

Las autoridades del gobierno emergido del golpe de Estado del año pasado, si bien tardaron en reaccionar por la sorpresa que les propinó la contundencia del resultado, reconocieron entrada la madrugada la victoria en primera ronda del candidato designado por Evo Morales desde Buenos Aires.

De acuerdo al boca de urna que se difundió -también con inusual demora-, el candidato del MAS obtuvo más del 52% de los votos contra el 31% de Mesa y el 14% de Camacho. Las cifras arrojan tal diferencia que, incluso si se hubieran unido ambos candidatos de la derecha, no habrían podido evitar este desenlace.

Sin duda, la sorpresa recorre por estas horas no sólo a la mayoría de las fuerzas políticas bolivianas sino a una gran parte de los gobiernos regionales y, probablemente, de los Estados Unidos. Un año después de su desplazamiento del gobierno, en el marco de una aguda crisis política, Evo Morales pudo reorganizar su fuerza desde el exilio e imponer sin mayores inconvenientes a su delfín. ¿Por qué?

En primer lugar, el derrocamiento del gobierno de Evo Morales por la fuerza -si bien atravesaba un notorio desgaste político luego de 13 años en el poder- despertó un fuerte rechazo popular que se tradujo en movilizaciones y protestas masivas. La represión de estas manifestaciones, con sucesos como las masacres de Socaba y Senkata, dejaron rápidamente a Añez con una base social muy reducida. No hay que olvidar los dichos de Luis Fernando Camacho contra la whipala que sellaron la suerte del dirigente cívico.

Para agravar las cosas, los partidos de la derecha nunca lograron cerrar filas en un sólo proyecto. Eso se expresó en las diferentes candidaturas electorales a presidente que, aunque luego varias se retiraron para concentrar el voto en Mesa, le quitó capacidad de disputa.

Las autoridades bolivianas de facto tuvieron que atravesar además la crisis del Covid-19 que tuvo, obviamente, un impacto sanitario y social sobre la población. Para esta la economía de Bolivia prevé un retroceso en torno al 6% del PBI, un impacto negativo que contrasta fuertemente con la década de bonanza de los gobiernos del MAS, justamente con Luis Arce al frente del Ministerio de Economía.

Todos elementos contribuyeron a que, pese al desarrollo de una jornada electoral fuertemente condicionada desde el Estado -el propio Evo Morales fue proscripto para participar-, el MAS y su candidato se impusieran con holgura en la primera vuelta.

A nivel regional, la victoria de Arce implica un cambio significativo, especialmente para nuestro país. Áñez había hecho un giro en materia de política exterior de una alianza de Bolivia con Venezuela a una integración plena al Grupo de Lima. Desde ese lugar, la presidenta de facto había sido un elemento de permanente confrontación con el gobierno de Alberto Fernández.

El triunfo del candidato de Evo, por el contrario, le aporta al presidente argentino un nuevo aliado en un contexto de fuerte aislamiento regional con mayoría de gobiernos con signo de derecha.