Un optimismo inocultable recorre los encuentros peronistas: se hizo visible, tal vez, desde el mensaje viralizado “del Alberto”, pero la realidad es que venía gestándose subterráneamente hace un tiempo ya. Queremos identificar el punto de inflexión en este cambio de ánimo colectivo –que no tiene nada de pasajero– en el momento más triste que vivió la Argentina desde 2015 a esta parte: el asesinato de Santiago Maldonado a manos de las fuerzas de seguridad y el subsiguiente encubrimiento.

A partir de entonces, un murmullo se esparció como el viento, tomó palabras prestadas de los encuentros de poetas, de músicos en YouTube, de tertulias, de mesas de café y vinos de sobremesa, de posteos al viento y, quizás, hasta de algún piano pícaro.

Ustedes saben de cuál murmullo hablamos, ese que dice algo así como:

Aquí está la verdad, la vemos, la escuchamos. Aquí está lo que pasó y a manos de quién: tomamos pues las armas de la risa y los abrazos, militando la ternura, escogiendo con delicadeza las palabras, los tonos y todos los regalos que hacemos a los otros. No somos de nadie pero somos dueños de nosotros mismos. Aquí estamos. No nos vamos. No nos doblamos. No nos entregamos. No miramos para otro lado. Podríamos entrar en la violencia que proponen, pero elegimos no hacerlo. Elegimos mirar. Elegimos saber. Elegimos esperar una rendición de cuentas. Elegimos plantar, regar y cultivar la parte del terreno que está en nuestro poder. Sabemos que no podemos ahora mismo cambiar todo, pero empezamos por lo nuestro. Pronto nuestros vecinos lo verán, y luego sus vecinos, y así todas las cuadras. Ya sabemos. Todo sabemos. Todos sabemos todo. Estamos despiertos. 

Ese murmullo recorrió la Argentina de los pies a la cabeza y fue creciendo hasta estallar en canto alegre, colectivo y popular: se ungió en las gradas del fútbol, se nombró un responsable y se confirmó la vox populi. Rodaron, como era de esperarse, algunas cabezas: un conductor de televisión despedido, un pianista censurado por Twitter. Pero la voz anónima era imparable, y el Presidente no tuvo más remedio que darle un spin: es hilarante, tengo sentido del humor, pero no olviden que detrás de esto está el Kuko. Bú.

El canto popular –sin dueño, sin rostro, pero con un propósito– puede o no volver a su estado de murmullo, puede devenir en otras explosiones intempestivas o conservar su estado de zumbido, pura tensión y movimiento, hasta que la colmena conecte sus sensores y encuentre la salida. Mientras tanto, los dirigentes peronistas, exultantes, muestran sus colmillos a las cámaras: han sintonizado la frecuencia, ecualizaron sus egos y magnificaron su ambición. Ya se sabe que, una vez erotizado, no hay instrumento superior al peronista.