En este momento, Sara Facio expone una muestra fotográfica sobre Perón en el Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires (MALBA). Este dato —el peronismo como artefacto de museo— debiera activar todas las alarmas en un movimiento vivo, bullente, efervescente: pero no. Se convierte en una identidad política congelada, artísticamente distribuida en los muros de una institución cuya función es homenajear al pasado. Decíamos anteriormente que el nacimiento del peronismo es concomitante con el de la televisión, por tanto su mensaje se articula en función de los medios masivos (Evita era actriz de radio) y que el PRO, en cambio, es producto de la revolución tecnológica —específicamente, de las redes sociales y su posibilidad de microsegmentación—: su adaptación no es particularmente sofisticada pero resulta que, del lado contrario, nadie está disputándole el territorio digital.  

Cuando el PRO hacía campaña prometió muchas cosas, pero nadie se tomó el trabajo de analizar exactamente qué estaba diciendo: así, por ejemplo, “no vas a perder nada de lo que ya tenés” no quiere decir que vas a progresar sino que tu ganancia es cero. Cuando dijo “vamos a cambiar futuro por pasado” fue literal. ¿Cuál es la respuesta de la oposición? Una serie de catarsis nostálgicas y odas sentimentalistas —¿es acaso lo que vamos a ofrecer a quienes se encuentran angustiados por el alquiler, la hipoteca en UVAs o las familias audaces que se decidieron a tener hijos en un contexto muy diferente al actual? —. Está claro que la victoria no se obtiene con sentimientos, se obtiene con acción política: estrategia, discurso, liderazgo y coordinación. 

El problema, creemos, no fue que no se le reconocieran sus méritos a la década anterior: justamente lo contrario, se reconocieron tanto que se incurrió en la obsecuencia y la adulación. Cristina Fernández es el mejor cuadro y se rodeó de comunes; Mauricio Macri, por el contrario, es un común y se rodeó de los mejores. No sólo el cristinismo construyó una lógica exclusiva, excluyente y expulsiva, sino que además fue artífice —adrede o inconsciente— de Macri como único interlocutor opositor válido (ninguneando a Massa y a los demás peronistas). Esto, y ungirlo como sucesor, era prácticamente lo mismo. 

¿Si CFK hubiera sido “perfecta”, habríamos podido frenar la avanzada de las derechas continentales propalada por los núcleos de poder heterónomos? Probablemente no. Pero tendríamos otro control sobre el asunto, y actualmente estaríamos en otra (o)posición.

Algunos entienden (en correspondencia con la muestra de Facio, por ejemplo) que es la cultura partidaria la que se encontraría desactualizada: pero es innegable que existe también, desde la vuelta al llano, una suerte de vacío de liderazgo, especialmente en la franja etaria de los 40 a 50 años, a excepción de los márgenes donde habitan ciertas orgas. En general, sin embargo, el peronismo se encuentra en estado silvestre, virgen, inconquistado: por ausencia de emisores y de audiencias, no hay nadie que esté hablando desde el peronismo, en peronismo, para el afuera. 

¿Qué hay afuera (de los guetos peronistas, de las reuniones de cúpulas veteranas, de la correspondencia pública y el fetichismo nostálgico)? Las generaciones adolescentes no conocen otra cosa que el peronismo kirchnerista, nacieron y crecieron en su seno y este cambio de gobierno es su primera bocanada de algo nuevo: ¿cómo, pues, se transmite a ellxs qué es el peronismo, qué significó esa década y monedas de peronismo que los vio nacer y al mismo tiempo actualizás tu lenguaje y tu doctrina para decir lo mismo que Perón pero en este siglo? Se requiere urgentemente una dirigencia capaz de traducir este discurso para alumbrar un peronismo de nueva generación, puesto que hablarle a los centennials tiene el prodigioso efecto de contagio hacia arriba y abajo de la escala generacional. Es el código que moldea el discurso dominante y es la forma de reinsertarse en la conversación pública, de la cual el peronismo está excluido, mudo, reemplazado por hombres de paja y viceversa. Para atravesar con éxito el desierto, entonces: nuevos mariscales, revitalización discursiva y un plan de acción.