El Perrodista
Dylan y Prócer lo reciben moviendo la cola. No porque El Perro sea entre ellos uno más sino porque se le han aquerenciado. Cómo no, si lo ven todas las semanas, apenas atraviesa el portón verde, a Horacio Verbitsky.
Tomaba el Sarmiento en Ramos Mejía para ir a cursar en el CNBA. En el 55, cuando bajó del subte en la estación Perú, corrió como tantos para salvarse de las bombas. “Cristo vence”, llegó a leer en las alas de los aviones antes de tirarse al piso y cubrirse la cabeza con el maletín. Evento que signó, quizás, el camino que aquel gurrumín judío y peronista todavía no sospechaba.
Pasó por medicina y sociología antes de darse cuenta de que su vocación era genética: heredó el periodismo de la rama Verbitsky. Después de compartir redacción con su padre en Noticias gráficas —era el pinche del pronóstico del tiempo—, comenzó a escribir en El Siglo, convocado por Jacobo Timerman, que luego lo llevaría como secretario de redacción a Revista Confirmado y, en el 71, como jefe a La Opinión. Ya a los 22 pirulos, debió mostrar los dientes para mandar a tipos mucho más curtidos que él.
En el 63, Verbitsky resignificó su lectura de Operación masacre cuando trabó una relación cercana y de admiración con Walsh. Pero no fue hasta el 68 que Rodolfo lo convocó para reorganizar la lucha sindical a través del Semanario CGT, a pedido del gráfico Ongaro. La militancia en el Peronismo de Base y en las FAP llegó por decantación. También el pase a Montoneros, que lo sumó a operaciones de inteligencia y a su proyecto periodístico junto a Walsh, Bonasso, Gelman, Urondo, Rudni y Levenson. Bajo orden directa de Firmenich, en el 72, con el rabo bajo Verbitsky se fue de Clarín —donde había entrado al mismo tiempo que Magnetto, cuando ni uno ni otro eran los heavyweight que son hoy— a laburar al Diario Noticias poco antes de que el golpe diezmara a su generación. Pero no a él.
Por eso sus detractores lo sospechan. Vea usted la paradoja: Horacio es objeto de la misma lógica de limpios y sucios que profesa. Se le cuestiona todo menos su habilidad para sobrevivir a los años oscuros y su compromiso, desde entonces, con los DDHH.
En el 87 arribó a Página 12, donde terminó de erigir su firma y de construir poder gracias a una sigilosa y variopinta red de fuentes. Se olvidó de los morlacos que Gorriarán puso en el diario y en la edición de su hit Ezeiza, cuando fulminó al MTP por el copamiento de La Tablada. Hizo furor contra el menemismo con el Swiftgate, con Robo para la corona, también desde el piso del “Día D” de Lanata. Verbitsky sumó 30 años de antigüedad en P/12 hasta que Santa María lo invitó a retirarse por más de un millón de americanos tras un apriete de “Maurizio”, furioso por el pornográfico blanqueo de blanqueadores.
En el 2000 lo nombraron presidente del CELS, bastión que hizo suyo y desde donde observó, con algo más que recelo, el triunfo presidencial del “vocero de Repsol”. Kirchner, viejo lobo de mar, resolvió el tema como mejor sabía hacerlo. Lo llamó para consultarlo sobre la conformación de su cúpula militar y para hablar de memoria, verdad y justicia. El Perro bajó las orejas.
Aquellos eran tiempos también de arremetidas de Verbitsky contra Bergoglio por acciones non sanctas durante la dictadura. Sin embargo, los artículos incisivos de tantos años de trabajo se perdieron con la fumata blanca del 2013 y ya no están online. Tampoco ve la luz la biografía del Papa Francisco llena de encerronas. “Tengo muchas dudas sobre su sentido, su utilidad y su costo”, admitió ante Diego Sztulwark.
Juegos lingüísticos, prosa abigarrada, sus editoriales son leídas solo por la mitad que lo celebra porque, obstáculo vitalicio, no logra derribar la pared de los convencidos. Hoy volvió a la radio después de más de medio siglo, rodeado de jóvenes, en Habrá consecuencias. De cerca cuentan que su afabilidad queda de lado si, al aire, se le da por cruzar a un compañero. Aprendiz del feminismo, aunque obsesionado con el planchado de sus camisas, se deja cholulear por un Alberto que lo prefiere cerca, en la mesa chica. Dicen algunos colegas que los $2 millones de pauta en El Cohete a la Luna lo volvieron faldero.
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Cuzquito o pedigree, caniche o rottweiler, manso o mordedor, no hay en el mondo cane ejemplar que narre al hombre que fue periodista y hoy es administrador de la verdad.