Venezuela está nuevamente en el centro del debate internacional luego de unas cuestionadas elecciones parlamentarias que estuvieron marcadas por una altísima abstención y una victoria chavista que le permitirá contar con mayoría absoluta en la Asamblea Nacional. 

El proceso electoral fue transparente pero su falta de legitimad está vinculada a las maniobras del régimen venezolano para inclinar la cancha a su favor. Es bueno decir que Nicolás Maduro tuvo la oportunidad de generar condiciones mucho más creíbles luego del diálogo que se abrió con el opositor Henrique Capriles en septiembre de este año pero decidió lo contrario.

Ese acuerdo incluyó la liberación de 110 presos políticos, la participación las legislativas de una figura de peso en el escenario nacional y la incorporación de la Unión Europea como observadora internacional. 

Cumplido el primer objetivo, se necesitó un poco de predisposición ante un pedido del bloque europeo bastante sensato y que el chavismo ha implementado en varias ocasiones: postergar la fecha de las elecciones para lograr un mejor esquema de observación. 

No hubo respuesta y el gobierno de Maduro diseñó, desde la legalidad y amparados en el cronograma electoral que contempla la Constitución, un proceso electoral a su medida con arbitrariedades previas como la intervención en la dirección de partidos opositores, la designación de rectores del Consejo Electoral a través del Tribunal Supremo de Justicia y la ampliación de la cantidad de diputados de 167 a 277.

Los objetivos de Maduro no son dotar de transparencia y legitimidad el proceso dramático que encabeza sino ajustar las clavijas que le quedaron sueltas para terminar de consolidar un poder que nunca estuvo en duda. Por eso, el 5 de enero cuando asuma la nueva directiva legislativa, otra vez en manos del gobierno, con una oposición dialoguista con buenas ideas y mejores intenciones pero hecha a la medida de los intereses del oficialismo, habrán podido sacarse de encima a Juan Guaidó quien quedará reducido a un especia de referencia testimonial sin anclaje institucional. 

Parte de los problemas de Venezuela también son responsabilidad de la oposición radicalizada que sigue en modo 2019 y sigue creyendo que la presión internacional sacará a Maduro del Palacio de Miraflores. 

A esta altura, pareciera que a Guaidó y su gente solo le alcanza con las puestas en escena en las redes sociales y algunas reuniones con líderes mundiales abiertamente antichavista. 

La consulta popular on line realizada por Telegrama y Whatsaap en un país con regiones que no tiene electricidad durante horas y una conexión de que internet funciona de forma espantosa, es una muestra del grado de desconexión de este sector opositor con la base social que dicen representar. ¿Quién controla esos comicios? ¿Con qué fuerza impedirán que el 5 de enero el  gobierno asuma la conducción del poder legislativo? y lo más importante ¿cuánto puede sostener Estados Unidos, la Unión Europea y el resto de los países que desconocen a Maduro el reconocimiento a un dirigente sin cargo ni sustento institucional?

Capriles lo dijo con claridad en un reciente reportaje a la BBC Mundo cuando planteó que “el 6 de diciembre es la expresión del hartazgo de los venezolanos con lo que está pasando, con la situación política, con el liderazgo político”. “¿Y sólo con el chavismo?”, le preguntó el periodista, Daniel García Marco. “No. Pretender adueñarse de la abstención es lo mismo que Maduro celebrando el triunfo como si hubiera sido una elección”, respondió el dos veces candidato a presidente luego amplió sus críticas: “Hay gente en Venezuela que se fanatizó con Trump hasta perder la racionalidad, como si fuera un dios. El error más grande que se ha podido cometer fue haber puesto la solución a la crisis venezolana en manos de Trump. Fue más que obvio que fue un juego interno para ganar en Florida usándonos a nosotros, los venezolanos que estamos aquí adentro”.

Lo que vemos en este marco es una profunda transición del liderazgo opositor y un gobierno que refuerza su autoritarismo y ordena los ámbitos institucionales para seguir gobernando con los mismos apoyos con los que contaba antes del domingo: China, Rusia e Irán. 

Eso, una base de apoyo electoral rígida aunque en declive y el manejo de los recursos públicos son suficientes para Maduro, la democracia y la salida de al crisis han quedado en un segundo plano  En el fondo del griterío que hay en relación a si lo que vamos en Venezuela es una dictadura o una revolución, se observa una apatía y desanimo de la población que no se siente representado con ninguna de los fuerzas en pugna. Y esto es un problema muy profundo que nadie está atendiendo. 

La encuestadora Datanálisis relevó que un 72,6 por ciento de los venezolanos no se sienten identificados con ningún partido político mientras que el  62 por ciento dijo no estar ni con Maduro ni con Guaidó. Este descontento no alternativa, con lo cual, nos indica que no será un factor determinante para cambiar el actual rumbo de cosas. 

“En Venezuela hay hambre. La gente no fue a votar porque está harta de Maduro, de ti y de mí. Hay un hartazgo y eso no es bueno. Hay que abrir caminos no prometiendo fantasías, sino hablándole a la gente con la verdad, con una ruta creíble. Recuperar el voto es mi camino”, agregó a Capriles en referencia a este flagelo.

Por otro lado, la pregunta de siempre, ¿qué debe hacer la región ante esta dramática situación? Las opciones son dos, abrazarse a uno de los dos relatos dominantes que sostiene que Venezuela es una revolución trunca por las garras del imperio o que es una narco dictadura despiadada que mata gente o pararse por encima de la situación y construir canales de diálogo. El problema es que no todo tienen la talla para poder hacerlo. 

Todos sabemos lo que no ha funcionado para encontrar una salida pacifica y democrática de la crisis venezolana, hace 5 años que el deterioro se torna cada vez más irreversible. 

La postura de Argentina es otro punto de discusión, ya que, el gobierno de Alberto Fernández decidió no firmar un comunicado del Grupo de Contacto Internacional del que forma parte desde mediados de año en el cual no se reconocen los resultados de las elecciones por no cumplir “las condiciones internacionales” ni “las leyes venezolanas”. 

Argentina se habría incorporado a este espacio por considerar mejor que el Grupo de Lima, sin embargo, las declaraciones fueron similares. El punto entonces es debatir desde donde se interviene: o sos un actor sentado en la mesa (y en el barro) de  las negociaciones o te quedas al margen para que el tema no afecte a tu base electoral mas radicalizada, los medios y la opinión pública en general. Hagas lo que hagas, Venezuela tiene un costo político en Argentina. 

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La tragedia venezolana se choca con los justificadores seriales que corren a todo el mundo con el progrenometro ante el primer atisbo de crítica y se aferran al silencio cómplice de una situación que merece acción, la simplificación antipopulista que odia al chavismo por lo que alguna vez supo hacer bien y utiliza la crisis para su narrativa antizquierda y el dato de que el chavismo obtuvo menos votos que la cantidad de venezolanos refugiados que, según Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados, alcanzó los 5,4 millones contra los 4,2 millones que votaron al Gran Polo Patriótico. 

La condena a un régimen autoritario no es complicidad con el imperio, es hora de lo que sepan los que quedaron atrapados en el año 2005 y entregaron a la derecha la bandera de la defensa de la democracia por un capricho ideológico.  Hay algo peor que el debate encendido sobre la situación venezolana que es naturalizar la tragedia y, aún peor, justificarla.