Desde hoy, Alberto Fernández deberá resolver el desafío más alto que puede asumir un político: inscribir de manera virtuosa su nombre en una época. El Presidente que nadie había imaginado, salvo sus íntimos y Cristina Fernández, enfrentará una montaña de asignaturas entre las que se imponen la herencia económica y la fortaleza política. Fernández llega al poder después del fracaso aplastante de Mauricio Macri en el terreno en el que, según decía, todo iba a resultarle muy fácil. Pero no puede descansar en culpar al derrotado y, para dejarlo atrás, debe hacerse cargo de sus facturas impagas.

La era que comienza en este diciembre no debería parecerse demasiado al pasado. La sociedad de los Fernández no aparece con la virginidad de los debutantes ni representa una esperanza completa. El tiempo del que disponen no es comparable al de un recién llegado porque vienen, de un modo más o menos dicho, a proyectar el tercer capítulo del kirchnerismo y reparar una obra entre fallida e inconclusa. Su mayor activo, la experiencia de gobierno, es justo para sus rivales la principal prueba que los incrimina. Tienen una mayoría circunstancial y un apoyo condicional que precisan transformar en un crédito mayor con inteligencia, decisiones, gestos y resultados de corto y mediano plazo.

Como pocas veces, el guión del peronismo de Fernández no está escrito y no hay una ola global ni regional a la cual subirse. No le sirve desgastarse en enfrentamientos menores, reeditar la sobreactuación del vamos por todo ni -mucho menos- dejarse llevar por el lobby de los que siempre ganan. El profesor de Derecho Penal aterriza obligado a crear una síntesis superadora en lo político y en lo social para enfrentar un cuadrado envenenado: deuda monumental, una economía asfixiada, un escenario inestable y una oposición rabiosa. Igual que Cristina, Macri se va con una porción de sus fieles enfervorizados y sin ningún tipo de autocrítica. Se queda con el tiempo de ocio y la obligación de inventar una fórmula que le devuelva la victoria al electorado antiperonista. Primero aislada, más tarde derrotada y finalmente ungida como gran electora, la CFK del 18 de mayo de 2019 le deja a su archirrival una vara muy alta: cómo asumir los errores del pasado y correrse del centro sin resignar el poder.

El profesor de Derecho Penal aterriza obligado a crear una síntesis superadora en lo político y en lo social para enfrentar un cuadrado envenenado: deuda monumental, una economía asfixiada, un escenario inestable y una oposición rabiosa.

La polarización seguirá vigente, por lo menos por un tiempo, aunque es probable que cambie de componentes. Inhabilitado por su bajísima performance, Macri no será de entrada el principal opositor a Fernández. Como cuando era un jefe de gobierno haragán para lanzarse a la pelea mayor, su lugar será ocupado por voceros del Círculo Rojo, viudas de ministros sin cartera y adoradores del helicóptero, tal como los definió el sociólogo Juan Carlos Torre. Son los que también vuelven con sed de revancha para insistir en que el egresado del Cardenal Newman fracasó por no ajustar, como un populista irremediable. Flota con fuerza renovada el ideario de los técnicos de la ortodoxia que miran a la tribuna de salida y dicen “Yo no, eh”.

En los días en que Fernández, Martín Guzmán y Matías Kulfas deberán moldear un rumbo económico para salir de la trampa del default y la recesión, el guión del mercado se proyectará en continuado sobre la mesa de los recién llegados. Es el pliego que el candidato Macri dejó a mitad de camino por inviable y espera, siempre, por una nueva oportunidad.

El equipo de reestructuración de deuda del nuevo gobierno dice no inquietarse demasiado y afirma que sólo hay que entenderlos como una minoría consistente que atenta, algunas veces, contra sus propios intereses. La diferencia salta a luz a la hora de iniciar las negociaciones con los acreedores: mientras los bonistas extranjeros comienzan la pulseada con la consigna de postergar a los tenedores locales, los aludidos argentinos reclaman ajustar más para cumplir con todas las obligaciones en el menor plazo posible. No hace falta aclarar quiénes son los candidatos a la derrota.

En el peronismo que retorna, recuerdan la bienvenida que Néstor Kirchner le dio en junio de 2003 al alemán Horst Köhler en Olivos, en el arranque de una era a la que el Fondo se paraba como acreedor privilegiado. Después de saludarlo con una pregunta retórica (“¿se esperaba a otro sentado en mi lugar, no?”), el continuador de Eduardo Duhalde le dijo: “Yo a usted no lo quiero ver más. Porque lo mejor que le puede pasar a un acreedor es no tener que ver al deudor”. Llegaría, dos años después, la decisión de pagarle con reservas toda la deuda al organismo de crédito, en línea con el Brasil de Lula y el boom de los commodities. Hoy las circunstancias son otras, el default todavía no fue declarado y Argentina le debe al Fondo cuatro veces más. La audacia no puede pasar por llenarle la cara de dólares, en tiempo récord, al ejército de bonistas que espera por el nuevo presidente.