Por los resultados. Así habrá que medir la política de Alberto Fernández para sacar a la Argentina de la crisis y la polarización. El Presidente inicia su primer año de gobierno a la salida de una década en la que la economía osciló entre el “estancamiento” y la “caída libre”, según los términos que él mismo eligió para aludir a los gobiernos de Cristina Fernández y Mauricio Macri en su discurso inaugural.

A prueba están los trazos gruesos del programa económico que pretende recuperar el poder adquisitivo y retornar al crecimiento sin aumentar el déficit fiscal primario ni apelar a la emisión, las fórmulas perimidas del último kirchnerismo. Con una batería de medidas que buscan aliviar la realidad de los grandes perdedores de la era Cambiemos, Fernández diseña un ajuste que pone en modo queja a los defensores históricos del shock, antes de ir a pelear la batalla decisiva de la reestructuración de la deuda.

Las selfies del pacto social dejan a salvo a ganadores eternos como el sector financiero y confirman la apuesta a generar divisas en una alianza para nada novedosa con las trasnacionales de la minería y los hidrocarburos. Sin embargo, el hachazo que diseña la administración Fernández tiene una dirección y pega de lleno en la base social del macrismo, los perdedores del 27 de octubre.

A diferencia del primer Macri que se ensañó con sus propios votantes por temor a un estallido desde el borde, el gobierno peronista opera sobre el agronegocio y la clase media con capacidad de ahorro en dólares, la célula madre del veneno que sirvió para fumigar al kirchnerismo en 2015 y 2017 pero se reveló estéril para gobernar.

Un año para remontar una década

Nada es lineal y ningún manual viene sin contraindicaciones. Esa decisión, que el nuevo oficialismo llama solidaria y define como de justicia distributiva, afecta al sistema previsional, provoca euforia en los mercados y cierra un esquema que Martín Guzmán considera consistente. Pero es la misma que aleja al político Fernández de su ambiciosa misión de cerrar una grieta que es ideológica pero también es de clase. Con el nuevo paquete, el antikirchnerismo reafirma todas sus convicciones.

Por historia, línea directa con CFK y merecimientos propios, le toca a Axel Kicillof ser el blanco principal de la artillería de las viudas de Cambiemos. Recién aterrizado en una provincia endemoniada, el gobernador enfrenta en sus primeros días de gestión al macrismo de intendentes que responden a Macri y aprovechan la deserción temprana de María Eugenia Vidal. Aún dispersa y derrotada por amplio margen, esa fuerza cuenta con la capacidad de fuego de empresas de comunicación que también perdieron en octubre. Se vuelve a los inicios del proto Cambiemos, cuando la vanguardia de la oposición no estaba en la política.

Le toca al que gobierna desbaratar las fortalezas de rival. Como Fernández dice de sí mismo, Kicillof tampoco tiene “derecho a equivocarse” y no puede desconocer la realidad de los sectores que decide afectar. La emergencia lo habilita a tomar decisiones antipáticas pero le impide “desengrietar las ideas para construir un país normal”, la frase del libro con la que el ahora gobernador eligió iniciar su campaña electoral.

Si como decía el ex ministro cuando era candidato, hubo un aprendizaje y no se entiende desde hoy cómo el kirchnerismo se enfrentó con el campo, las medidas que ahora tome el Frente de Todos no pueden replicar viejos errores ni reeditar un escenario como el de 2008, con la soja a mitad de precio. Congelar las tarifas, congelar los peajes y facilitar el crédito productivo para volver a crear trabajo es la apuesta paralela del kicillofismo. Creador de la consigna “vamos a volver mejores”, Kicillof no solo debe surfear la crisis en un distrito sobreendeudado: además tiene que estar a la altura de su promesa, diferenciarse del que fue en la gestión nacional y debilitar los argumentos de sus detractores.

FOTO NA.
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Fernández carga con la responsabilidad más grande. Arranca un año en el que debe empezar a remontar una década de empate inviable en la política con estancamiento como constante en la economía. Dependerá de sus medidas, de la paciencia de sus rivales y, sobre todo, de sus resultados para superar más de 12 años de enfrentamiento político social y 10 de una deriva de bajo crecimiento y recesión.

Vienen meses determinantes para la suerte del tercer kirchnerismo. Si la reestructuración de la deuda consagra a Guzmán y se convierte en la piedra basal de la recuperación, el Presidente tendrá la oportunidad de decidir con algo más de oxígeno. Será el momento de pensar si se contenta con el apoyo de sus feligreses y se aferra a la receta de dividir la oposición o si larga a disputar el voto del campo y los grandes centros urbanos que hoy lo ven como una remake empobrecida del último cristinismo. Falta mucho para enfrentar ese tipo de problemas: hoy sólo hay tiempo para gobernar la emergencia.