Tuvieron que pasar 11 meses para que los bolivianos se encuentren con una urna. Luego de la barbarie desatada por grupos de derecha en connivencia con las Fuerzas Armadas y la Policia Nacional que terminó con Evo Morales y Alvaro García Linera exiliados de manera forzosa, la ciudadanía buscará dar el primer paso para la recuperación de la institucionalidad perdida.

Todo indica que será un mano a mano entre el candidato del Movimiento Al Socialismo, Luis Arce Catacora y el ex presidente y postulante de Comunidad Ciudadana, Carlos Mesa en un proceso electoral atravesado por las sospechas de fraude, la tensión y la polarización.

El liderazgo del MAS en las encuestas obligó a la derecha a reagruparse, declinar las candidaturas de Jeanine Añez y Jorge “Tuto” Quiroga y apelar al voto útil para impedir una posible victoria en primera vuelta de la izquierda.

Lo del MAS fue un volver a empezar, ya que, pudo recomponerse no solo del golpe de estado sino también de una política de linchamiento y percusión dirigida por el Estado y superó las internas propias de un espacio que mordió el polvo y no tuvo alternativa más que realizar una profunda autocrítica y corregir errores.

El gobierno de Añez puso todo el aparato estatal para disciplinar y, en algunos casos, encarcelar voces críticas, pero su obsesión y la de sus funcionarios, fue enterrar el legado de Evo Morales, destruir su figura y eliminar la identidad política que construyó durante sus 14 años en el gobierno. Ese objetivo fracasó y las fuerzas políticas que contribuyeron a la salida anticipada del gobierno anterior no lograron consolidar una propuesta unificada, ya que, su único consenso fue (y sigue siendo) sacar a Morales del poder.

Cabe destacar, que la convocatoria a elecciones no estaban dentro de las prioridades de Añez y sus aliados, pero la movilización popular y la acción del MAS en la Asamblea Plurinacional forzaron a la mandataria “interina” a tender puentes.

En el corto plazo, la mirada está puesta en el domingo y lo que más preocupa es la observación electoral, la transparencia, algunas maniobras que podrían inclinar la cancha a favor de la derecha y la intención del gobierno de generar un clima de zozobra similar al de las elecciones anuladas del año pasado. Sin embargo, el escenario general tiene algunos elementos para destacar.

La sombra de Evo Morales

Parte importante de la narrativa de la derecha gravita sobre los riesgos de “la vuelta de Evo”. La demonización al expresidente viene acompañada de una ofensiva judicial con causas de las mas variada, desde terrorismo hasta estupro.

La derecha tuvo fuertes diferencias en este plano, pues, el ala más radicalizada del gobierno y referentes como los cívicos, Luis Fernando Camacho y Marcos Pumari defendieron desde el principio la idea de proscribir al MAS y sus candidatos y evitar la realización de elecciones.

Por su parte, el expresidente grabó un video en el que aclara que en caso de ganar será Luis Arce quien gobierne en una intención de despojar los fantasmas que siempre aparecen en los proyectos políticos liderazgos fuertes fuera del poder.

Nadie puede negar la importancia de Evo para el MAS pero un exceso del ex presidente en decisiones de Estado podría erosionar a Arce y complicar una presidencia que tendrá graves problemas que resolver desde el inicio.

El evocentrismo fue un dilema durante los primeros meses del golpe. El expresidente tomaba decisiones con su gente en Buenos Aires sin contemplar las opiniones de las bases que resistieron en el territorio a la policía de Añez. El nivel de centralidad de Evo terminó con Luis Arce como candidato cuando en los plenarios regionales los nombres elegidos eran David Choquehuanca y Andrónico Rodríguez. “Actúan como si fueran gobierno”, dijo entonces una fuente cercana a los movimientos sociales disgustada las actitudes de Evo y su entorno.

Estas heridas pudieron suturarse pero revelan una lógica que, de repetirse en el gobierno, generará un innecesario dolor de cabeza. Para el MAS, el primer objetivo es ganar, y está bien que así sea pero no deben desatender viejas rencillas que quedaron en el camino.

Hay un fino equilibrio entre el liderazgo natural de un dirigente y su relevancia fuera de la centralidad del poder. Citando a la metáfora del jarrón chino de Felipe Gonzalez sobre los ex presidentes: nadie sabe donde ponerlos y estorban hasta que alguien los deja en un rincón. Hay excepciones, claro, todo depende de entender el rol que te demanda el nuevo tiempo.

Gobernar sin base social

Carlos Mesa apuesta a todo a la segunda vuelta. El candidato de Comunidad Ciudadana confía en que en el mano a mano logrará concentrar el voto anti-MAS, sobre todo de los centros urbanos, que le dará el pasaje al Palacio del Quemado.

Sin embargo, el fantasma de 2005 recorre por la cabeza del expresidente. Ese fue el año de la renuncia de Mesa ante una situación de convulsión muy parecida a la actual con movimientos sociales, sindicatos y efervescencia de los regionalismos.

Para Mesa el primer objetivo es construir la gobernabilidad que no tuvo en su frustrado paso anterior y para eso tendrá que construir una alianza con quienes apoyaron su candidato o generaron las condiciones para su eventual triunfo. En ese reparto estará Jeanine Añez y muchos integrantes de su gobierno como Arturo Murillo que necesitan blindarse ante, como lo definió la Defensoría del Pueblo en un informe presentado esta semana en la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, crímenes del lesa humanidad.

Por otra parte, ante una segura mayoría parlamentaria del MAS, Mesa tendrá que construir puentes con Luis Fernando Camacho quien apuesta a su propia estrategia de aumentar su referencia, potenciar su poder en Santa Cruz, ubicar diputados y senadores y llegar bien posicionado como opción de gobierno tanto en las elecciones subnacionales del año que viene como en las presidenciales de 2025. Es decir, si Mesa es presidente, en algún momento tendrá a Camacho cómo competidor directo.

Sin gobernabilidad y ante un crecimiento de las protestas sociales frente a una crisis que no se resuelva conformarían un combo letal que reviva los fantasmas que Mesa pretende desterrar.

Conflictividad

La salida de Evo Morales abrió una etapa de crisis social, política, económica e institucional que tuvo como motor una dinámica de secutiritización de la realidad social boliviana. La pandemia agudizó esta tendencia y reforzó el discurso temerario y represivo.

Las marchas contra el gobierno de Jeanine Añez incluyeron el pedido de realización de elecciones pero también puso sobre el tablero la necesidad de un cambio de políticas públicas. Ese enojo transciende las dirigencias de las organizaciones políticas, el MAS y los sindicatos y marca un clima de recambio generacional en muchas de las estructuras.

Cuando pase el proceso electoral, estos sectores volverán a las calles tanto para pedirle reformas a un gobierno con quien puedan acordar como también consagrarse como punta de lanza de una eventual “resistencia neoliberal”. En cualquiera de los dos escenarios, se requerirá capacidad de diálogo y articulación política.

[recomendado postid=119291]

Otro elemento que parió el golpe de estado y se mantendrá mas allá de los resultados del domingo es la fuerza con la que irrumpieron organizaciones que están dentro de la esfera de los comité cívicos y otros agrupamientos y grupos irregulares que funcionan como fuerza de choque de la externa derecha de Camacho. El antecedente reciente del derrocamiento de Morales permiten suponer en caso de ser necesario estos espacios cumplirán su rol de presión.

Bolivia necesita el poder de las urnas para recuperar el funcionamiento democrático, pero el partido no termina el domingo sino que es la antesala de una serie de complicaciones que tendrán aquellos que sean electos para gobernar.