¿Cómo sería un gobierno de los médicos? ¡Un desastre!, se apura a contestar Fernán Quirós, médico, con un padre pediatra y una madre enfermera que tuvieron diez hijos, entre los que hay un neonatólogo y un ginecólogo. El ministro de Salud porteño pertenece al grupo atípico de técnicos hiperformados que llegaron a la política sin necesitar despreciarla ni reducirla. La pandemia lo convirtió en la cara del larretismo para enfrentar lo que él llama “el trauma social crónico”, la combinación de la emergencia sanitaria que pone en riesgo a los cuerpos y hackea al sistema de salud y el aislamiento social que deforestó la vida de los individuos y la economía.

Fernán Quirós debe su nombre a Fernán González, el héroe de la independencia castellana que defendió a la fe cristiana contra los musulmanes. Se recibió con diploma de honor en la UBA en 1987 e inauguró las cien páginas de su curriculum: a los 24 años escribió el manual de fisiología respiratoria con el que después estudiaron todos y comenzó una carrera que lo llevó a especializarse en medicina interna, ser vicedirector médico de Planeamiento Estratégico del Hospital Italiano, a dirigir una maestría en informática y dar clases en el instituto universitario del hospital. Administró salud en el ámbito privado durante treinta años mientras se formaba como planificador estratégico de salud pública. ¿Una contradicción? No, el reconocimiento de ciertas limitaciones.

Quirós, monacal y político

Cerca de Rodríguez Larreta aseguran que hace mucho que la Ciudad no tenía un vocero tan asertivo y que logró cumplir con un objetivo ambicioso: “Es nuestra Vizzotti”.

Quirós es monacal. Fanático de Joaquín Sabina, se refugia en una swetter negro de Mistral como si fuera un uniforme. Corre desde los doce años y llegó a hacer 70 kilómetros por semana, pero como vive en San Fernando no entrena hace meses. Almuerza ensalada todos los mediodías y toma el café amargo porque dice que el azúcar impide sentirle el sabor.

“Ando por la calle y todo lo que veo es desgracia”, reconoce. A diferencia de otros colegas y atento a cierta demanda del imaginario porteño, se anima al barro de los sentimientos y le da entidad a conceptos que -ante el índice de ocupación de camas de terapia intensiva- muchos consideran parte de un tabú gaseoso: soledad, ansiedad e incertidumbre. "Ya no aguanto más mi pelo, es un mamarracho", protesta tras más de 120 días sin pasar por el peluquero “en solidaridad con los que no pueden trabajar y la están pasando mal”.

Más allá de su rol de frontman, se sentó cómodo en la mesa de Mirtha Legrand y visitó el piso de Intratables y Animales Sueltos para explicar la importancia del tapabocas, la curva picuda o para evitar que los piedrazos cayeran sobre Larreta cuando se decidió el retorno de la fase 1. Usa la misma cintura para esquivar los rumores sobre una posible candidatura o para posicionarse frente a la despenalización del aborto: cree en una solución "que no conforme del todo a los extremos polarizados".

Chatea a diario con Ginés González García a quien aprecia y tiene un vínculo más operativo con el binomio bonaerense de Gollán-Kreplak.

[recomendado postid= 113113]

Llegó a la política por una emergencia y tal vez por eso la pandemia lo encontró ágil para ponerse el traje de especialista en imprevistos. En 2008, Roberto Gigante, por entonces subsecretario de gestión operativa del gobierno porteño, se lo presentó a Mauricio Macri para que resolviera y centralizara las compras de insumos hospitalarios. Esa gestión exitosa lo mantuvo en la órbita amarilla como asesor en temas de salud.

En 2015, Rodríguez Larreta lo tanteó como candidato a ministro, pero sólo tenía experiencia en el ámbito privado y los gremios hicieron pesar su veto. Entonces, cruzó la General Paz y empezó a incorporar la lógica de la política sin levantar la bandera de outsider. Como parte de un acuerdo entre Larreta y Vidal, trabajó con 20 intendentes del conurbano para fortalecer los centros de atención primaria en el límite entre la Ciudad y la Provincia y evitar el colapso de los hospitales grandes.

De aquella experiencia se llevó dos de sus activos para gestionar en pandemia: una buena relación con varios intendentes bonaerenses y la certeza de que -más allá de cualquier entramado político o malabar de la comunicación- en materia sanitaria la suerte de la Ciudad y de la Provincia están atadas.