Los chivos tienen chiva, ¿o acaso usted vio, alguna vez, un chivo con bigote? Si hablara, el fenecido mostacho de Rossi diría algo más o menos así. Pero lo cierto es que a Agustín Oscar le pusieron Cara de Chivo cuando era un purrete sin un pelo en la cara y corría detrás de la pelota en Vera, al norte de Santa Fe.

A pesar del esperado cambio de look del hombre arribado a cierta edad, Rossi siempre fue leal a dos pasiones: River y el peronismo. Comenzó su militancia en la JP con el regreso de la democracia, cuando todavía estudiaba Ingeniería Civil en la UNR. Ya con perfil dirigente, del 87 al 91 estuvo en el Concejo Municipal de Rosario, del que se retiró como Presidente —y donde volvería entre 2002 y 2005. Pero el aterrizaje del menemismo se interpuso en los principios de Rossi. Durante toda esa década se fue a trabajar al sector privado: un lujo justicialista de pocos.

En 2002 volvió alineado detrás del Pingüino y desde entonces se erige como uno de los más aguerridos del modelo nacional y popular. Del 2005 al 2013 ocupó una banca central en la Cámara Baja. Cerraba la lista de oradores por ser jefe de bloque del FPV con fervor y vehemencia, dos atributos que nunca dejó que se interpongan en su tarea como articulador entre el kirchnerismo duro y el pejota. Dice Horacio González del animal político que es el Chivo que “percibe el enorme juego de posibilidades, ese archipiélago rumoroso de la democracia”.

Pero el éxito del “candidato de Kirchner” en Diputados nunca pudo traducirse en su tierra natal, donde intentó convertirse en gobernador en dos ocasiones. En 2007, perdió la interna con Rafael Bielsa, quien a su vez no pudo contra el honorable Binner. En 2011, el Chivo se impuso en las primarias frente al excanciller y Perotti pero fue derrotado por Antonio Bonfatti en las generales. La localía rechaza a Rossi por ese perfil “demasiado K” que la provincia sojera proscribió tras la discusión parteaguas de la 125.

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En el 2013 Cristina lo quiso en el Ministerio de Defensa y allí estuvo, en el edificio de Paseo Colón hasta 2015. Hoy, nombrado por Fernández, retoma la labor interrumpida por los cuatro años del macrismo en el que fue elegido diputado del Parlasur y otra vez jefe de la bancada en la Cámara Baja. Además de hacerle fuerza a Cambiemos en sus dos últimos años de gestión, Rossi formó parte de ese intrincado proceso de unidad de un peronismo imposible de explicar. Cuenta el periodista Diego Schurman que en la UMET de Santa María, Alberto se le puso pesado y entonces el Chivo, a puro luche y vuelve, le espetó: “No me rompas las pelotas porque me voy a la mierda y no participo más”. Problema suyo si no cree que el apodo nada tiene que ver con que es de chivatazo fácil, diría también, si hablara, aquel bigote.

Que defienda el Chivo

Psicoanalizado, con el narcisismo a raya, no se enfrascó en el resentimiento cuando CFK eligió a Fernández como candidato. Prefirió que Perotti armara en Santa Fe y él asesoró en temas de defensa nacional. Hoy, su principal objetivo como ministro es renovar el vínculo de las Fuerzas Armadas con la sociedad, una oportunidad que la pandemia le brindó con creces. El operativo General Manuel Belgrano pone en el territorio a 60 mil efectivos en tareas de asistencia social y contención en “el mayor despliegue militar desde Malvinas y el retorno de la democracia”. Rossi además hace mucho trabajo interministerial, como con Frederic y su coterránea María Eugenia Bielsa.

“Hoy la tarea más importante es bancar a Alberto. Con corazón y con cabeza”, escribió hace poco Rossi en Twitter a toda la hermandad peronista. Ministro de la defensa polirubro, el Chivo sabe que a la unidad hay que protegerla de la rabia opositora y de las vedettes de saco y corbata.