Alberto Fernández tiene sobre la mesa un pronóstico de lo más crudo: hasta junio del año que viene no va a haber una vacuna fabricada y distribuida como para erradicar al coronavirus. La postpandemia de la que tanto se habla dentro y fuera del gobierno no tiene fecha cierta de inicio y el objetivo es bastante más modesto; que la cuarentena estricta que recomienza hoy termine cuanto antes. Salvo que aparezca una solución que ahora mismo no se ve, los países afectados por el COVID-19 tendrán que prepararse para un invierno más largo de lo previsto y deberán aprender a convivir con el virus. El Presidente necesita salir del aislamiento endurecido no sólo por el hartazgo social sino también porque no cuenta con fondos para financiar un ritmo de emisión como el de los últimos 100 días.

La consigna de cuidar las vidas conserva todavía una elevada aprobación pero no alcanza para lograr el equilibrio de una economía que lleva 30 meses de recesión, viene de cuatro años de ajuste y acumula casi una década de caída libre y bajo crecimiento. Otras disrupciones sociales pueden aparecer si el esquema frágil de compensaciones que existe hoy se viene abajo. Con la polarización de regreso y un frente social-empresario opositor que no acepta dar ni un paso atrás, en la residencia de Olivos reconocen que no hay de dónde sacar sin avanzar en cambios estructurales que garanticen un flujo de ingresos no excepcional, algo que en el mejor de los casos llevará su tiempo lograr. Si la postpandemia es imposible de ver en el horizonte, lo único disponible en el marco de escasez es entrar a la postcuarentena con protocolos y un programa amplio en busca de frenar el aumento del desempleo y la conflictividad social todavía contenida.

Aún con todas las diferencias, Europa vuelve a ser el rostro anticipado de lo que puede venir. A través de Google Earth, el gobierno confirma lo que se presumía: en los lugares donde ya hubo apertura, la escasez de movimiento indica que la demanda no se acopla a la oferta ni revierte tan rápido el descenso que se activó con el virus. La recuperación paulatina de la producción y el mayor consumo de energía no derivan tampoco en un aumento de la recaudación.“Hay miedo a gastar, acá y en todo el mundo”, dice un asesor especial del Presidente. El llamado ahorro precautorio incluye un comportamiento social que complica los planes del gobierno: no todo el efectivo que el Estado destina a los sectores perjudicados por la crisis ingresa en el circuito económico o vuelve a los bancos; hay compra de dólares, sectores que presionan por la devaluación y ahorro de billetes por temor a lo que vendrá. Fernández y sus colaboradores más estrechos trabajan en un plan de medidas que buscan generar algo de certidumbre y activar el aumento del consumo. Empujar la demanda y lanzar una batería de planes con eje en el empleo figuran entre los objetivos prioritarios de corto plazo.

Los grandes fondos de inversión no se cansan de conspirar para desplazar a Martín Guzmán.

La relación con el Círculo Rojo se estancó muy lejos del nuevo contrato social promocionado en campaña. Desde el pago de sueldos hasta el aguinaldo, los reclamos del sector empresario son múltiples y resultan imposibles de satisfacer. El gobierno intentó sin éxito recortar el ATP en junio y quiere salir de la cuarentena para que la ayuda quirúrgica vaya únicamente a los rubros que más lo precisan. Hasta el peronismo de mejor diálogo con el establishment advierte el doble discurso de los que se quejan del Estado omnipresente. Mientras reclaman a los gritos más ajuste para reducir el déficit fiscal, incrementan los pedidos de auxilio para su sector o su empresa. Lo mismo pasa en el terreno de la pulseada con la deuda, donde el grupo reducido de compañías que tienen acceso al financiamiento externo -con la Nación, las provincias y gran parte del sector privado en virtual default- presiona para cerrar con los fondos como sea y a cualquier precio. “El valor que les conviene a ellos no es el mismo que le conviene al país. Lo saben, pero hacen como si no supieran”, dicen en el Frente de Todos.

Los grandes fondos de inversión no se cansan de conspirar para desplazar a Martín Guzmán, pese a que la nueva oferta argentina es, en todo sentido, bastante más generosa que lo que se había pensado en el inicio. Con un lobby inagotable y transversal, golpean las ventanillas de todos los despachos amigos y buscan el punto de quiebre para sacar la última diferencia. Todo contribuye a una falsa imagen de lo que se está discutiendo. El grupo ACC Bondholder que acaba de dar su conformidad para un acuerdo con Argentina reúne a fondos como Fintech, Gramercy y Greylock, que representan menos del 5% del total de la deuda que se renegocia. Su nombre se filtra en la discusión pública porque David Martínez, el financista mexicano que está detrás de Fintech, es socio de Héctor Magnetto en Telecom y de Jorge Brito en Genneia, además de explotar sus puentes directos con miembros destacados del FDT. Su modelo de negocios ya se vio en los canjes de 2005 y 2010, cuando Martínez entró con bonos defaulteados en la segunda ronda de negociaciones por la parte no reestructurada de la deuda.

Se trata de una ínfima minoría que, como en otros rubros, está sobrerrepresentada. Tampoco los gigantes que más fuerte juegan en Buenos Aires y Wall Street tienen un peso de por sí tan decisivo como parece. Contra lo que se difunde cada día desde el mercado, en el gobierno afirman que entre BlackRock, Fidelity, Pimco y Templeton no llegan al 14% de la deuda que se discute: el 70% de la deuda está en manos de acreedores menores con los que no se negocia y aparecen desperdigados, mirando desde lejos cómo se define la pulseada con los monstruos que ya piensan en ir a cobrar la suya al Líbano, Zambia, Sri Lanka y Ecuador. Son los agentes colocadores, el Bank of America y el HSBC que tan cerca estuvo de Mauricio Macri, los que tienen el rol fundamental de salir a venderle al resto del mercado el acuerdo y deben justificar los millones que van a cobrar. A esos bancos también les exigen resultados Fernández y Guzmán. Demorada, friccionada y observada como caso testigo, a la reestructuración que el Presidente había fijado como meta principal de su gobierno todavía le queda un trecho impreciso por recorrer. Con éxito o con default, si se cumple el pronóstico que manejan en Olivos, el dilatado final de la película de la deuda llegará bastante antes que la taquillera postpandemia.