El 5 a 0 fue demasiado para Alberto Fernández. Aunque toda su vida se mantuvo leal a un equipo de barrio, el Presidente sintió el golpe de la Corte Suprema como una paliza inesperada y todavía le duele. El fallo por unanimidad que aceptó el caso del per saltum de los jueces Leopoldo Bruglia, Pablo Bertuzzi y Gabriel Castelli lo encontró, una vez más, jugado en una disputa para la que carecía de información. Fernández no esperaba una derrota aplastante, firmada hasta por los supremos con los que mejor se lleva y, según aseguran desde Olivos, tampoco estaba al tanto del pedido de juicio político contra Carlos Rosenkrantz. “Consternado”, “golpeado” y “enojado”, como dicen que se lo ve en privado, Alberto inició en los últimos días un giro con el anhelo de salir del aislamiento y atender a los problemas urgentes que se imponen en todos los frentes. El objetivo, se supone, es no perder más tiempo en peleas desgastantes que terminan siempre con la pelota en el fondo de su propia red.

Mientras el virus se confirma más letal de lo que se preveía y no cede ni un milímetro, el Presidente conduce un experimento de gobierno tensionado por arriba y por abajo. A las cifras en ascenso de la pobreza y la desocupación que muestra el INDEC, se le suma el derrumbe del poder adquisitivo y un rebote desigual que se produce en cámara lenta. Si la combustión social de ese cuadro de gravedad inédita es un fuego que se advierte de fondo, la agenda la marca la falta de dólares que delata la fragilidad del Banco Central y la inestabilidad de una economía que dejó atrás al default, aunque no parezca. Con sus recetas de siempre y modales adaptados a un país sobreajustado, el Fondo vuelve como juez y parte a reclamar por la suya y no reclama una cirugía más profunda que la que ya padecen salarios, jubilaciones, beneficiarios de planes sociales y marginados de toda cobertura que se despidieron del IFE.

La película trae escenas repetidas. Como al malogrado Mauirico Macri, a Fernández le arruinan el día a día los factores de poder que exigen una devaluación mayor y lo sostiene, en un delicado equilibrio, la paciencia de los desesperados. Todos los problemas están a la vista y, si fueron subestimados en los largos meses que quedaron atrás, ahora ya no hay cómo.

Es temprano para confirmar cuál es el cambio que intenta iniciar ahora el ex jefe de Gabinete, pero apenas una semana alcanza para sumar algunos indicios. Con diferencias elocuentes hacia adentro, Martín Guzmán y Miguel Pesce pusieron en marcha el jueves último un operativo de emergencia para captar dólares. En marcha está el intento de recuperar oxígeno con divisas del agronegocio en un entendimiento con las grandes exportadoras que, según piensan en el gobierno, vienen pisando la liquidación en el año de la pandemia. De acuerdo a los números de los pulpos que se agrupan en CIARA-CEC, en los primeros nueve meses de año las cerealeras liquidaron U$S 15.133 millones, un 12,68% menos que en el mismo período de 2019, cuando la suba anunciada de las retenciones -en el tramo final de Macri y antes de la asunción de Fernández- apuró a los sojeros a vender a un precio mucho menor que el de hoy.

Según la consultora ACM, el paquete de medidas que anunció Guzmán significa resignar $33.500 millones de pesos, lo que equivale al 0,12% del PBI. De ese total, la mayor parte de lo que se pierde en recaudación se debe a la baja de retenciones para el campo ($21.943 millones), en especial para un grupo selecto de grandes agroexportadoras ($11.873 millones). Aunque se espera que el complejo sojero liquide unos U$S 4300 millones y le dé aire a Pesce, en el mundo del agronegocio sostienen que la reducción en los derechos de exportación es limitada y sugieren que -si lo que se busca es una lluvia de dólares- hace falta lanzar un verdadero “hot sale para la soja”.

El regreso del diferencial a favor de las aceiteras y la decisión del Central de ir hacia un esquema de devaluación que abandona una tasa uniforme es leída por algunos en el oficialismo como un premio excesivo para los gigantes exportadores y los bancos. Para el economista Horacio Rovelli, si el BCRA decide cuánto y cuándo devaluar el poder lo tienen, en realidad, las 10 más grandes entidades financieras y “se reedita el clásico tasa de interés vs precio del dólar en desmedro del salario, el empleo y la pequeña y mediana producción”. Ganadores permanentes, unos y otros se hacen los distraídos y dicen que no alcanza.

Las reuniones privadas de Fernández con empresarios y la mesa de diálogo que sentó a parte del establishment con el sindicalismo en Casa Rosada completan el cuadro. En lo que parece ser un reconocimiento de sus límites, el Presidente busca un acuerdo desde una posición de debilidad y después de una seguidilla de derrotas no previstas. El giro que se insinúa precisa obtener resultados de corto plazo: que ingresen dólares del campo, que el Central deje de perder reservas y que no se profundice la salida de depósitos. Por eso, los banqueros identificados con el gobierno leen como una buena señal el éxito de la primera licitación de dólar linked que hizo ayer Guzmán.

De fondo, subsiste la desconfianza y a un lado y al otro de la polarización esperan el próximo tuit de Cristina Fernández de Kichner para saber si la remake del pacto social es algo más que una composición en la que se mezclan caras repetidas y buenas intenciones. Si el Presidente intenta ahora desempolvar el borrador del contrato que presentó hace un año largo, es de esperar que tenga el aval de su vice. Pero para que un acuerdo con socios estables prospere en medio del derrumbe, los creyentes del Círculo Rojo necesitan ver a Cristina sentada a la mesa. Sólo ella puede refrendar -o incendiar- lo que Fernández, Sergio Massa y su hijo Máximo insinúan de a ráfagas. Recién después se verá para qué sirve el pacto del que tanto se habla y que están dispuestos a resignar los que no saben lo que es perder.

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Son postales de una dinámica gobernada por la urgencia, donde el mediano plazo no existe y todo es minuto a minuto. Después de un año de lo más intenso, el gobierno necesita llegar a marzo para blindarse con los dólares de la cosecha, pero cinco meses es una vida en la tierra de la inestabilidad permanente. Difícil encontrar un contraste mayor en cuanto a la dimensión del tiempo que enseña China, el aliado con que algunos en el oficialismo sueñan para salir de la crisis. Tras la conversación de Fernandez con Xi Jinping, en el peronismo afirman que el viaje de Felipe Solá a Shanghai en noviembre puede sellar el ingreso formal de Argentina a la Ruta de la Seda, algo que ya hicieron otros países de la región como Chile, Perú y Uruguay. Desde Beijing anuncian que el conflicto de Estados Unidos y Australia con China puede beneficiar a las exportaciones argentinas en un contexto de alza de commodities y dicen que el intercambio tiende a ser más amplio en todos los planos. Al uso del yuan en transacciones de comercio exterior que presentó Guzmán y el gobierno piensa utilizar para pagar importaciones en una tercera moneda, se le suma la promesa de inversiones en infraestructura y la posibilidad de romper el vidrio para usar el swap en caso de emergencia. Mirado desde afuera, el contexto es propicio. Con el Brasil de Bolsonaro, el gigante asiático tiene una relación excelente en lo comercial pero pésima en lo político. Por eso es capaz de arriesgarse a tender un puente con el país donde todo es fugaz y, aún en decadencia, Estados Unidos marca el norte de aspiraciones de una elite desorientada.