La 75 Asamblea General de las Naciones Unidas volvió a ser epicentro de las enormes tensiones que atraviesa el mundo. Agudizados por la pandemia, las potencias cristalizaron sus diferencias, mostraron sus cartas y demostraron que el planeta sigue siendo esa olla a presión en la que conviven dos proyectos antagónicos.

Por un lado, los globalistas que apuestan a fortalecer los espacios multilaterales como ámbito común de todas las naciones para salir de la crisis, y por el otro, los escépticos y críticos ese mundo global que se aferran a la vieja lógica unipolar.

Esta puja no es nueva, ya que, desde el fin del mundo unipolar de la década del 90 hegemoinzado por Estados Unidos, el nuevo siglo se caracterizó por el surgimiento de nuevos polos de poder.

La fractura global se profundizó con llegada de Donald Trump a la Casa Blanca en 2016 y el Brexit en 2017 y a partir de entonces, el globo se volvió un mano a mano en la confrontación con China en múltiples escenarios.

El discurso de Trump fue una continuidad de su posición respecto a los ámbitos globales pero incorporó una retórica encendida como parte de su campaña electoral para lograr la reelección en las elecciones del 3 de noviembre.

Washington adoptó una estrategia de repliegue sobre América Latina ante el avance del gigante asiático y, como lo hemos analizado en otras columnas, decidió disciplinar y conducir de forma más agresiva sobre su zona de influencia. La elección del BID, la gira del Secretario de Estado Mike Pompeo de la semana pasada por cuatro países sudamericanos y el video publicado en las redes de la Embajada de Estados Unidos en Argentina contra China, expresan cabalmente una maniobra que apunta a dos objetivos: alistar los aliados contra Venezuela y demonizar las inversiones de las empresas chinas en la región.

El discurso de Trump en la ONU fue un spot de campaña y no tuvo otra misión más que alimentar su narrativa exacerbada por la pandemia con la idea del “virus chino” y el supuesto control a las Organización Mundial de la Salud y con sanciones a Venezuela, Cuba e Irán.

La respuesta de China fue diplomática pero contudente. Xi Jinping aclaró que su país no tiene intención de librar "ni una guerra fría ni caliente" pero reaccionó en espejo posicionarse como defensor del multilaterlismo.

La carrera por la vacuna contra el coronavirus también se encuadra en esta pelea y, mientras Trump presiona para tenerla antes de los comicios, China reiteró su intención de considerarla un bien público y, al igual que Rusia, la pone a disposición de la Comunidad Internacional.

La estrategia de China es clara, defiende las instituciones de Bretton Woods y al mismo tiempo diseña su propio mapa de poder a través de nuevas estructuras como la Nueva Ruta de la Seda, el Banco de Inversiones en Infraestructura, el Banco de Desarrollo de los Brics y la Organización para la Cooperación de Shangai.

Rusia es parte de ese eje pero construye su propio camino mediante una defensa de un Orden Mundial Multipolar y pide reformas de fondo en la estructura de la ONU como el Consejo de Seguridad.

Otros de los países que asumieron un rol relevante en defensa del multilateralismo fueron Alemania y Francia. Los discursos de Angela Merkel y Emmanuel Macron contribuyeron al concepto de una salida colectiva de una crisis global de este calibre pero no estuvo exento de fuertes cuestionamientos. Merkel sostuvo que “cualquiera que piense que puede arreglársela mejor por su cuenta está equivocado. Nuestro bienestar es compartido y nuestro sufrimiento también. Somos un mundo”.

También, como planteó Vladimir Putin, Merkel planteó la necesidad de reformar el Consejo de Seguridad y pidió un lugar como miembro permanente, sillón que no se le asignó en su momento por ser uno de los perdedores de la Segunda Guerra Mundial. La relevancia alemana en el contexto internacional es un motivo suficiente para que esa situación cambie.

Macron fue más contundente y responsabilizó a Estados Unidos y China por poner en crisis el orden multilateral. “Nuestra propia organización corría el riesgo de impotencia y los miembros permanentes no pudieron reunirse en el auge de la epidemia porque dos de ellos prefirieron mostrar su rivalidad”, dijo Macron. “Ya no podemos estar satisfechos con un multilateralismo de palabras que solo nos permite acordar el mínimo común denominador, una forma de ocultar profundas divergencias bajo una fachada de consenso”, agregó.

Otro dato interesante que marca la distancia del eje germano-francés con EEUU es el rechazo a las sanciones contra Irán, ya que, fue Trump quien se retiró del acuerdo nuclear.

Por último, hay que enfocar el análisis en los países sudamericanos. La región también se vio dividida entre escépticos y globalistas. En ese sentido, el discurso de Jair Bolsonaro fue un apoyo explícito a la mirada unilateral y unipolar de Estados Unidos a quien felicitó por su rol de articulador de la paz entre Israel y los países del Golfo.

El “Trump de los Trópicos” dijo que el coronavirus fue utilizado políticamente, se unió a la crítica a la OMS y se desentendió de la responsabilidad respecto de los incendios en el Amazonas que lo ponen en pie de guerra con la agenda verde que defiende la ONU. “Hay una campaña de desinformación”, planteó el brasileña. Cabe destacar que la situación en el Amazonas es uno de los motivos que mantiene trabado el acuerdo Mercosur-Unión Europea.

Bolsonaro se consagró como escolta de Estados Unidos no solo en relación al alineamiento sino también al compromiso absoluto con el proyecto estratégico americanista, unipolar, unilateral y antiglobalista, lo cual no deja de ser llamativo teniendo en cuenta que su principal socio comercial es China y buena parte del financiamiento del Auxilio de Emergencia fue con fondos del Banco de Desarrollo de los Brics.

Otro buen aliado de la Casa Blanca es Colombia quien se sumó al pedido de sanciones contra Venezuela pero sostuvo una agenda de defensa del medio ambiente.

La contracara fue Argentina en donde el presidente Alberto Fernandez apeló a un discurso globalista y en defensa de los ámbitos multilaterales como mecanismos para resolver la crisis.

Con apelaciones al Papa Francisco, el reclamo habitual por la soberanía de las Islas Malvinas y el atentado terrorista contra la  AMIA como eje constante de presentaciones en ámbitos internacionales, Argentina sostuvo la necesidad de globalizar la solidaridad como mecanismo de resolución de la crisis.

Un párrafo aparte para la presidenta de facto de Bolivia, Jeanine Àñez, quien decidió usar sus 15 minutos de exposición para pulir un discurso de campaña anti-MAS y denunció al gobierno argentino por haberle dado refugio a Evo Morales. Añez, que no fue votada para el cargo que está ocupando, puso en cuestionamiento la autoridad de Alberto Fernández, elegido por 12 millones de argentinos. Paradojas de una realidad mundial un tanto difusa.

La ONU fue creada luego de dos guerras mundiales con el objetivo de mantener la paz y seguridad internacional, fomentar relaciones de amistad entre las naciones, lograr la cooperación internacional para solucionar problemas globales y servir de centro que armonice las acciones de las naciones. Sin embargo, con conflictos regionales, polarización, múltiples crisis y un millón de muertos por el coronavirus, la organización internacional mas grande el planeta es testigo de un mundo que se parece más al anterior de su fundación que a aquella tierra de consensos en donde la globalización se pone al servicio del bienestar social.

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Sin el atractivo de las reuniones bilaterales en los pasillos, la ONU perdió capacidad de grativación en un escenario complejo y sin horizonte de resolución en el mediano plazo.

Como un arbitro a quien se le fue de las manos un partido que se puso picante, el organismo multilateral intenta sostener la estabilidad de un sistema global que atraviesa una crisis que puede ser terminal.