
Lucio y el dolor que nadie pudo ver
Desde General Pico, La Pampa.
No diría que en Pico nos conocemos todos, aunque sí podría asegurar que en diez minutos y dos mensajes podés saber dónde vive, de qué trabaja y de quién es hijo cualquiera de los 65 mil habitantes que dio el censo del año pasado. Tengo frente a mí los números de teléfono del papá y del abuelo de Lucio pero sé que no voy a tener el valor de llamarlos. Por primera vez en mis más de veinte años de periodista, me quedé sin preguntas. Los datos que usamos para armar nuestras notas no me informan, me duelen. Hoy solo puedo escribir como parte de una ciudad y una provincia que llora de impotencia la historia más inexplicable y cruel que le haya tocado.
Hace poco, la hija de cuatro años de una amiga que vino de visita de Buenos Aires corrió asombrada a decirle: “¡En esa mesa hay muchas nenas sin sus mamás!”, sobre un grupo de siete u ocho chicas que merendaban en el buffet del club. No lo podía creer, pero acá es lo más normal del mundo. Los chicos andan solos en bicicleta, van a inglés, al colegio, a jugar a lo de sus amigos y siempre vuelven bien a casa. Son sociables, confiados, son libres. Si uno se pega un golpe o pierde la plata que tenía para la coca, alguien lo va a ayudar, va a llamar a los padres o le va a dar fiado. Acá los pibes son felices.
Por eso lo de Lucio no se puede entender. Por eso en la calle no se habla de otra cosa y el comentario más recurrente es: ¿Cómo nadie lo ayudó, cómo nadie lo escuchó? ¿Nadie lo vio sufrir? Si acá todos nos vemos.
¿O no hablamos precisamente porque nos conocemos? Porque guardamos las formas y sabemos que mañana nos vamos a cruzar en la calle con el mismo vecino al que mandamos al frente o que, peor aún, vamos a tener que ir a pedirle un favor. Ojalá esa costumbre tan valiosa de mirarnos a los ojos, de tener tiempo para el otro y de reconocerlo que conservan las ciudades del interior sea también una herramienta para salvarnos entre nosotros. De la violencia doméstica, del maltrato infantil, de los abusos y las injusticias silenciosas que viven los más vulnerables. Ojalá Lucio nos haya enseñado a no quedarnos callados y a honrar el lugar que tenemos en esta sociedad, como jueces, funcionarios, médicos, docentes, vecinos del barrio o simples ciudadanos. Ojalá todo esto tenga un sentido porque, si no, el dolor de verlo sonriente con una corona de papel en las fotos será insoportable.