Cuando le sirven un café, evalúa tres cosas: que tenga buena espuma, que no haya un reborde negro alrededor de la taza y que el sabor sea intenso pero agradable como repetir y sin necesitar pasarlo con un vaso enorme de agua helada. Al empresario Martín Cabrales no se le escapan los secretos del café: es parte de la tercera generación que conduce Cabrales S.A., la empresa familiar que fundó hace 79 años su abuelo, el asturiano Antonio. Pero también adquirió destrezas en el ejercicio del gesto y la dinámica de tomar un café con pares, con gremialistas, con ministros y presidentes. “Se puede ser solidario bajando los sueldos estatales”, sugirió, picante, en agosto cuando se presentó el proyecto de ley de Aporte Solidario y Extraordinario de las Grandes Fortunas y repitió, cada vez que pudo, que es confiscatorio, que en el país hay 167 impuestos, que está muy preocupado y que se va a judicializar.

Dice que le gustan más las palabras que los números y traslada eso a los negocios. Hábil en el arte de sentarse en las mesas de negociación y conocedor de cómo funcionan los tironeos de poder, le bajó el tono a la charla en la víspera de que la ley llegue al recinto: “Hay que ver qué se trata y qué sale finalmente”. Y, en la víspera de que la ley llegue al recinto, puso la billetera: “Si es por única vez, el aporte está bien”.

Nació en Mar del Plata en 1962 y creció jugando a las escondidas y escalando entre las bolsas de arpillera de café junto a sus hermanos Germán y Marcos. Cuando terminó el secundario, se instaló en Buenos Aires y se recibió de abogado en la UCA, aunque nunca ejerció. Con los años, los hermanos asumieron la división del trabajo: las finanzas para Germán, las ventas para Marcos y él, como vicepresidente, se convirtió en la cara visible de la empresa.

La costumbre del café es porteña, pero el insumo se compra en dólares y se vende en pesos; un esquema repetido que explica gran parte de las crisis y recuperaciones de la economía argentina. En los noventa, Cabrales creció con la apertura y el 1 a 1 y, durante el kirchnerismo, a la par del consumo interno. En 2015, el empresario con nombre de café votó a Cambiemos y apoyó al gobierno de Mauricio Macri con aportes materiales y simbólicos: sumó sus productos a programas como Precios Cuidados y Precios Esenciales, pero también tipeaba intenso en el grupo de Whatsapp Nuestra Voz, el cónclave de CEOs que acompañó la gestión.

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Con los años, aprendió a lidiar con la ansiedad que lo hacía fumar hasta tres atados por día. Para dejar el cigarrillo, se internó en una clínica adventista pero para la diaria tiene otra receta: se refugia en la tradición católica familiar, lo calma mucho ir a la iglesia y escuchar la misa.

Ese mismo pragmatismo le permitió, ni bien el Frente de Todos ganó las PASO, acercarse al búnker de la calle México y apostar por los nuevos vientos. El kirchnerismo volvió al poder y él llegó al Comité Ejecutivo de la UIA. También es parte de la cámara alimenticia Copal y el Consejo para el Comercio y la Producción.

Entrador y simpático en el trato corto, endulza al ministro Martín Guzmán, a quien considera “una persona muy sensata” con “una hoja de ruta bien encaminada” e integra de forma activa el grupo sindical y empresario que respalda al Gobierno en cada instancia de la negociación de la deuda. A contrarreloj, emparejó el aporte gestual con el material.