Argentina y México están en el centro de la escena. El acuerdo con AstraZeneca y la Universidad de Oxford para producir y envasar la vacuna contra el coronavirus generó nuevos incentivos que permiten pensar en una nueva dinámica de cooperación regional. La idea de un eje que articule un nuevo proyecto regional se apoderó rápidamente de todas las mentes progresistas que añoran ese pasado de diplomacia presidencial dinámica de la década pasada. Sin embargo, es apresurado decir que estamos frente a un proyecto estratégico latinoamericano comparable con el que parió Mercosur en tiempos de Raúl Alfonsín y José Sarney, o el que materializó Unasur con Luiz Inazio Lula Da Silva y Néstor Kirchner.

Una primera razón para este razonamiento es que un proyecto estratégico sin Brasil es difícil, por no decir imposible, ya que, la sociedad Argentina-Brasil reúne recursos, cercanía y horizontes políticos comunes, hoy frenados por las diferencias entre los gobiernos pero en un lento proceso de recomposición. De esta manera, el eje México-Argentina es un punto de apoyo para avanzar en temas puntuales que son de relevancia y eso no es para nada menor. No se trata de bajar o subir el precio a un lazo que pretende ser muy cercano, sino entender con más precisión lo que se puede construir en este contexto de fragmentación.

En ese sentido, se destaca la posición ante la crisis en Venezuela en donde se comparte el Grupo de Contacto Internacional y el Grupo de Lima en disidencia, el consenso para postergar la elección del Banco Interamericano de Desarrollo, el apoyo azteca en la negociación con los acreedores y la más importante de todas, la producción de una vacuna calificada como bien público, que será distribuido con una profunda vocación regionalista. Esto último es posible gracias a tres puntos muy concretos: la buena relación entre los países, la decisión de ponerla a disposición de los latinoamericanos y, la más importante, el financiamiento del magnate mexicano, Carlos Slim con quien Alberto Fernández se reunió en su primer viaje como presidente electo.

Como vemos, se trata de acuerdos tácticos que funcionan como respirador artificial de un multilateralismo que está siendo arrasado por el nativismo y los liderazgos autoritarios escépticos de la globalización, una tendencia acelerada por la pandemia. La vacuna, sin dudas, es una oportunidad para pensar una nueva lógica regionalista pero no resulta suficiente para dar el salto estratégico. Para que esto suceda tendrían que existir una serie de elementos que debería incluir un proyecto económico, de seguridad e integración común con una estructura capaz de articular políticas que sirvan para la recuperación de los países latinoamericanos de las consecuencias de la pandemia y pensar mas allá de la coyuntura.

La cumbre de Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac) del lunes entusiasmó por la diversidad de países que dejaron de lado profundas diferencias políticas para cooperar en este contexto difícil. Por su parte, Cepal propuso 5 políticas para salir de la crisis que deberían ser tomadas por todo aquel que quiera liderar un proceso regional: el ingreso básico de emergencia, un bono contra el hambre, subsidios a microempresas, mayor cooperación multilateral y un nuevo pacto social que incorpore la sostenibilidad ambiental. Integrarse es ceder soberanía y parece que nadie quiere ir más allá de los elogios.

Otro punto a tener en cuenta es el bajo comercio entre ambos países. Sin caer en un determinismo geográfico, estos números nos alejan de un acuerdo estratégico integral. La relación bilateral entre la Argentina México se rige a través del Acuerdo de Asociación Estratégica (AAE) firmado en 2007. Si bien desde Cancillería confían en que el comercio bilateral presenta un gran potencial de crecimiento, teniendo en cuenta que la Argentina y México son la tercera y segunda economías de América Latina, respectivamente, las exportaciones a México son marginales ya que representan tan solo el 1% de los destinos de los productos nacionales.

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Fuentes de Cancillería aclararon a este medio que ese 1 por ciento no es un porcentaje menor si se tiene en cuenta que desde 2011 todas las economías perdieron prominencia frente al avance de China. En 2019, la Argentina exportó a México por USD 667 millones e importó de ese país por un total de USD 1.125 millones, reduciendo así el déficit comercial en 60%, si se lo compara con el año 2018. México ocupa el 14° lugar como inversor extranjero en la Argentina y el 3° si consideramos sólo las inversiones provenientes de la región latinoamericana. De acuerdo con el BCRA, al 31 de diciembre de 2016, su stock de IED en Argentina fue de USD 1.094 millones. Estas inversiones se concentran en los siguientes sectores: comunicaciones (61% del stock), industria química, caucho y plástico (16%) y alimentos, bebidas y tabaco (8%). Como vemos, Argentina busca un acceso efectivo al mercado mexicano para los productos agrícolas y agroindustriales. Voluntad sobra pero es un largo camino que recién comienza a transitarse.

En el debate lineal que suele abundar respecto a los procesos latinoamericanos, la figura de Andrés Manuel López Obrador genera divisiones. Están quienes lo identifican como un líder de izquierda y los que lo califican despectivamente como un populista. Lo cierto es que el líder mexicano es un nacionalista pragmático que no tiene reparos en visitar a Donald Trump y agradecerle por “no tratarlos como una colonia”, una apreciación al menos discutible si observamos las declaraciones del presidente hacia sus vecinos, las advertencias a las empresas mexicanas y la brutal y cruel política migratoria que incluye muros, deportaciones y separación de familias en la frontera.

Las limitaciones y fortalezas del “eje del bien”

Amlo siempre tendrá disposición, y la relación con Alberto Fernández lo demuestra, a construir consensos sobre una base de autonomía estratégica pero con una condición clara: que no afecte los intereses de su país. Eso excluye toda posibilidad de construir un eje con una retórica anti-norteamericana, pues el comercio bilateral entre Estados Unidos alcanzó los 614.500 millones de dólares el año pasado y la economía estadounidense importó más de 358.000 millones. Representó más del 14% del comercio en ese país, la cifra más alta para México desde que se tiene registro.

A su vez, la diferencia entre las exportaciones estadounidenses y las importaciones desde México fue de 101.751,9 millones de dólares, el mayor saldo a favor del país latinoamericano desde 1995. Estos números son motivos suficientes para que México no tenga la más mínima intención de erosionar su relación con la Casa Blanca. En algún punto, el avance de la relación con Argentina dependerá de ello, por ejemplo, en la disputa por el BID que, si bien apoya la posición argentina, no sería extraño una actitud más ambigua si los comicios se realizan en septiembre.

Alberto Fernández debe entender que la lógica con Amlo, dentro del pragmatismo todo, fuera de ello nada. Este mantra puede ser útil para los desafíos que se vienen con el Fondo Monetario Internacional pero obtura todo sueño de confrontación con las potencias hegemónicas. De la misma manera que México preserva la relación estratégica con su vecino problemático, Argentina debe tener la urgente misión de acelerar el acercamiento con Brasil para encontrar puntos de encuentro.

El eje México-Argentina es una convergencia diplomática presidencial importante con un alto grado de simbolismo y gestualidad que abrió la posibilidad de pensar salidas conjuntas para una crisis global sin precedentes. Una confluencia importante que habrá que sacarle todo el jugo posible pero que no alcanza para diseñar la estrategia integral de articulación que necesita la región para consolidar un lugar de fortaleza en el contexto mundial.