Si hay algo que sin dudas se ha potenciado a los largo de todos estos días que lleva nuestro aislamiento social, preventivo y obligatorio, es el consumo cultural. La producción cultural, por otro lado, no parece haber acompañado el crecimiento, o por lo menos la clase artística no atravesó una bonanza económica que acompañe esta explosión de la demanda de películas, series, libros, música, videoclips en su infinita variedad youtubera, podcasts y espectáculos en vivo. Lo que sin dudas sufrió el sector es una transformación violenta. Y sólo una de las patas de esta oferta es la que recibió en medida proporcional los frutos del cambio de costumbres que trajo consigo la cuarentena: los shows en vivo.

No son en éste caso los shows en vivo musicales y/o teatrales, los que florecieron con mayor éxito, ya que no muchos de los experimentos que se realizaron desde la industria más tradicional durante el último semestre de cuarentena dieron grandes muestras de haber comprendido qué es lo que precisa la demanda –el público- cuando está encerrado en su casa. Pero “el vivo”, lo que está sucediendo y es, a la vez, en directo, sigue teniendo ese morbo eterno que alimenta el sentido del entrenamiento a la masa. Ya con los canales de televisión clásicos y grandes radios ofreciendo producciones para públicos de generaciones anteriores, el ambiente más proclive para que se desarrollen estas situaciones de vivo, de reality a la vieja usanza, son las plataformas de streaming. De Youtube, NimoTV a Instagram live, fue notorio como cierto consumo de nicho rompió la barrera hacia las más grandes masas.

Que “los jóvenes ahora miran Youtube” no es noticia para nadie, sí que gran parte del público más entrado años o de los últimos vagones de esa generación, parezca haber adquirido los hábitos digitales de lxs más nuevxs.

El éxito del Kun Agüero en su streaming, mostrando un poco el personaje del padre treintañero que le gustan los jueguitos desenvolviéndose con una naturalidad absolutamente empática, fue una de las primeras muestras de ésta tendencia.

El tipo de show resulta un perfeccionamiento de mucho de lo que el Gran Hermano de Endemol le mostró a la generación millennial. La fascinación por el vivo permanente, el acceso a la intimidad monitoreada de otro y el vértigo adictivo de que cualquier cosa podía pasar en cualquier momento.

Las 24 horas en vivo de @lopezzjoacoo, @pimpeano y los nuevos residentes de lo que se conformó como “La Esquina” (una especie casa de GH centennial de amigos streamers) con sus apariciones de otros referentes como Martin Perez Disalvo o Markito Navaja, fue una muestra muy fuerte del nuevo camino del espectáculo masivo autogestivo que se viraliza en las redes sociales.

Cito el caso de este grupo de streamers por su vínculo lateral y estrecho con la cultura urbana y su escena nacional. Las competencias de freestyle, como show, tienen la misma virtud que la del reality pero potenciada por una disciplina que, además de artística, es absolutamente efectiva como entretenimiento. No sólo hay personajes enfrentados, en vivo, si no que tienen la misión de aplastar a su rival usando la lengua. Te guste o no el hip-hop, el rap, el trap, o lo que fuere, el espectáculo te va cautivar de gran manera. Los números de los lives de la FMS, quizá uno de los más tradicionales certámenes del género, y su siempre consecuente revolución de respuestas en Twitter, fueron otra clara muestra de un nuevo tipo de espectáculo en vivo que logró no sólo no perder, si no ganar mucho más espacio a pesar de la falta de público in situ.

Por otro lado, se suma la señal de la cantidad de videos categorizados como de “reacciones”, que creció enormemente. El éxito alcanzó hasta a un cómodo inglés aburguesado, Lewis Shawcross, que logró cosechar una importante cantidad clicks con sus críticas de hater foráneo a varios referentes de nuestra cultura musical actual como Duki, Nicki Nicole o Paulo Londra.

Resulta redundante aseverar que obviamente muchos de estos fenómenos prosperaron por su habitualidad con el terreno digital. Por igual con el gaming o los e-sports, que no tienen una dependencia tan vinculante con la convocatoria de público a una sala como sí el teatro tradicional.

La vieja industria del espectáculo que precisa de salas más grandes y un contacto de elenco y público “peligroso” –por la situación de emergencia que produce la circulación del COVID-19- tiene problemas mayores para adaptarse al cambio pero tampoco faltan ejemplos de experimentos exitosos. Lo sucedido con la obra de teatro SEX, de José María Muscari, parece haber capitalizado la teatralización digital de nuevas costumbres como el sexting, aprovechando artísticamente con creces la situación de aislamiento de un público seguramente demandante de los estímulos que en ese show se brindan.

Experiencias similares se vivieron con fiestas como la Ah Pero Anoche, de La Coneja China, Neneka, Dyhzy y Diego Perla, o las primeras Bresh, en donde se pudo ver una adaptación de emergencia bien capitalizada.

El periodismo apareció también volviendo a dar resultados con nuevas voces prometedoras. Con las fascinantes crónicas de Mauro Albarracin en Les Amateurs, o las brillantes Historias Innecesarias de Damian Kuc, han aparecido formatos novedosos que incorporan perspectivas que parecían absolutamente hasta no hace demasiado.

La renovación de la radio, expresada en lo que realizan en POSTAfm, Escucho Congo o programas como Últimos Cartuchos, también tiene claras muestras de un futuro más que promisorio.

El panorama de la producción cultural de entretenimiento es complejo, sobre todo si a la crisis que se atravesaba por el cambio de paradigma que corría se le suma la nueva normalidad, pero algunos ejemplos surgidos de la actualidad son absolutamente alentadores. La incertidumbre de ésta coyuntura asusta, pero los casos testigo dan pistas de que no es necesario el lamento de todo está perdido. Por ahí mañana nada cambió y, sencillamente, todo se haya transformado… pero aún más rápido de lo que ya estábamos acostumbrados.