Cuando empezó a recorrer la provincia de Buenos Aires en 2005, Jorge Macri mostraba el DNI para probar que efectivamente era el primo de y así recibir el aura de luz dorada y popularidad que Mauricio Macri desplegaba por su gestión en Boca. Oh, los tiempos cambian. “La vida no me regaló esos ojitos celestes que enamoran rápido”, llora quince años después sin una pizca de ingenuidad. Integra la lista corta de dirigentes de Juntos por el Cambio que sobrevivió a la elección de diciembre y eso alteró el negocio: su tercer mandato como intendente de Vicente López lo encuentra empecinado en revalidarse como morocho para ir por la gobernación en 2023.

Ver no es lo mismo que mirar. Desde su piso de La Lucila tiene vista al río pero en el horizonte divisa otra cosa: controla el avance de los ladrillos del barrio El Ceibo y alerta a la Municipalidad. El intendente centinela está convencido de que en la última elección ganó con el 62,5% de los votos porque perforó su techo y consiguió apoyo en los barrios populares que antes le eran tan esquivos.

La revancha del morocho

Pero incluso mirar puede ser insuficiente para desentrañar la lógica del peronismo. La semana pasada, llegó a Olivos para repudiar la rebelión de los patrulleros y terminó sentado en primera fila escuchando la decisión del Gobierno de quitarle un 1% de la coparticipación a la Ciudad de Buenos Aires para auxiliar a la Provincia. Pocas horas después, respondió al chat de Alberto Fernández quien argumentó un desajuste del protocolo: había sido la gestión de Axel Kicillof la encargada de cursar las invitaciones.

El intendente protestó en Twitter por la jugarreta, pero aceptó las disculpas del mandatario con quien tiene una relación fluida gracias a la intermediación de dos dirigentes con experiencia en gestionar cuando más arriba gobierna el adversario: el ministro Ministro de Obras Públicas Gabriel Katopodis y el intendente de Hurlingham, Juan Zabaleta. Con el gobernador, en cambio, el vínculo es árido. Durante el verano, leyó sus tres libros y le pidió a sus funcionarios que hicieran lo mismo. El diagnóstico fue algo dramático: “Axel es marxista. Y no lo digo yo, lo explica bien él”. Sin embargo, cree que la distancia no es (solo) teórica: es cómodo y tentador disputar con un Macri.

Junto a su pareja, la periodista Belén Ludueña, lanzó un ciclo de clases de cocina en vivo los sábados a la noche. Ataviado con traje de chef y mientras chivea a los comercios locales, prepara desde chorizo a la pomarola hasta lasagna de zucchini; todo se firma con un hilo de oliva.

Es seis años menor que Mauricio. Crecieron juntos pero con la distancia típica de la estratificación de primos que se da en las familias grandes. “El Gordo”, como lo llama el ex presidente, oficiaba de DJ en sus fiestas y le enrostraba su pasión por River. Cercanía y distancia, décadas después trasladaron el mismo compás familiar a la política.

Le gusta decir que es el “Macri Pyme” y ofrece pruebas: tuvo una maderera y se fundió tras la crisis de 2001. Su padre, Antonio “Tonino” Macri, fue el segundo de los tres hermanos del clan que lideraba Franco. Tonino era parte del entramado de las empresas, pero insistía en cultivar una existencia más allá de los negocios: participaba de las actividades de la comunidad italiana, fue vicepresidente del Hospital Italiano y disfrutaba de la música clásica. Y cantaba, a Tonino le gustaba entonar en familia. Durante el secuestro de Mauricio en 1991, Jorge y su padre acompañaron a Franco en la negociación y cuando la comunicación se interrumpía, Tonino cantaba las viejas canzoni italiane para descomprimir. En homenaje al padre, el intendente entona Pink Floyd.

Jorge Macri y Mauricio Macri
Jorge Macri y Mauricio Macri

A la sombra de Mauricio y con el DNI en la mano de ser necesario, llegó a diputado bonaerense en 2005. Probó todas las artes del armador bonaerense: hizo de nexo con De Narváez, Solá y el duhaldismo; apostó a la fallida candidatura de Blumberg; fue candidato testimonial y hasta practicó la doble postulación. En 2011, tras varias discusiones, logró que su primo desistiera de convertirlo en candidato testimonial a gobernador y que lo habilitara para ir por la intendencia de Vicente López. Por pocos votos, destronó a Enrique “Japonés” García, quien llevaba 24 años sentado en el cargo. Durante el segundo mandato, con Mauricio en la Casa Rosada, disfrutó de los beneficios del apellido, pero reapareció el resquemor: no le hicieron lugar en la mesa chica e incomodaba si planteaba los efectos que los aumentos de tarifas y otras medidas de ajuste tenían también en su distrito privilegiado. Tal vez por ese historial o por los meses de coqueteo pandémico con el kirchnerismo, el ala dura de Cambiemos cree que tenía merecido el escarmiento de Olivos. Cercanía y distancia, el intendente centinela mira la gobernación con la misma receta