Aunque Mauricio Macri logre lo que se considera imposible, no podrá revertir uno de los efectos más perdurables que generó entre sus propios votantes. Si millones de personas se suman en esta elección a la cuenta del PRO y la hazaña del balotaje sucede, el candidato oficialista y sus feligreses vivirán la fiesta que se anuncia por estas horas del lado del peronismo. Pero no podrán volver a significar lo mismo que hace cuatro años, cuando el entonces jefe de Gobierno porteño representaba una esperanza para cientos de miles de desprevenidos, hoy decepcionados.

Si se produce el milagro en el que la mayoría no cree, Macri tendrá que apretar los dientes y decidir qué camino tomar para hacer frente a su propia, pesadísima, herencia. Si hacer lo mismo más rápido -como dijo después de pedir socorro al Fondo- o iniciar la fase mágica del salariazo y la revolución productiva, como prometió en la última etapa, ante las multitudes que salieron a defenderlo como antídoto contra el populismo.

El cambio más importante ya se produjo. Después de cuatro años de sacrificio y crisis, la ilusión que el ingeniero generaba antes de entrar a la Casa Rosada se mudó de campamento. Diletante y decisiva, la franja de la población que va y viene desde 2011 entre dos opciones que se repelen ahora quiere que Macri se vaya. Es una fuerza donde los escépticos y los que perdieron feo durante estos cuatro años se funden con los optimistas que festejan la derrota del ingeniero, sin reparar en el campo minado que espera a su sucesor.

El cambio más importante ya se produjo. Después de cuatro años de sacrificio y crisis, la ilusión que el ingeniero generaba antes de entrar a la Casa Rosada se mudó de campamento.

Con el peronismo unificado, la economía en recesión, la inflación en niveles récord y un discurso que lo consolida como jefe de una minoría, el Presidente confirma su liderazgo agrietado pero renuncia definitivamente a gobernar para la mayoría. Justo lo que se propone ahora el frente que lleva como candidato a Alberto Fernández.

El mejor equipo de los últimos 50 años no cumplió con las metas que se había fijado y defraudó a parte de sus promotores, algunos muy poderosos. La esperanza, el más gaseoso de los componentes que explican el voto, ahora está depositada en el arco de una oposición heterogénea que tiende hacia el centro, por el peso de sus nuevos actores.

Si las plegarias de los pastores evangélicos no encarnan en la realidad y el Frente de Todos vuelve a ganar por amplio margen, le tocará a Fernández desactivar la bomba de una economía al borde del default, con las reservas del Banco Central en caída libre y una avalancha de vencimientos de deuda que hay que empezar a pagar en el verano. Desde el primer día, el exjefe de Gabinete tendrá que administrar las tensiones de una sociedad impaciente que atraviesa la etapa más reciente de un castigo prolongado.

Desde el primer día, el exjefe de Gabinete tendrá que administrar las tensiones de una sociedad impaciente que atraviesa la etapa más reciente de un castigo prolongado.

No alcanzan los recursos para cumplir con todas las promesas. Si resolver la crisis es distribuir las pérdidas, el presidente electo deberá usar el poder político que tendrá para salir del pantano del endeudamiento permanente en el que Macri reubicó a la Argentina. Le tocará hacerlo en un contexto en el que el boom de los commodities muestra signos claros de agotamiento, la convulsión se extiende en la región y la paciencia con la política queda otra vez en duda.

Antes de que los mercados vuelvan a votar, el lunes a la mañana, o durante el feriado cambiario del que se habla, Fernández y Macri deberían ponerse de acuerdo en elegir un mal menor: o quemar reservas o dejar volar al dólar. Después vendrá la negociación con el FMI y con los acreedores que -se supone- el equipo de economistas de la oposición ya tiene diseñada. Tiempo no sobra cuando los buitres acechan. ¿Cómo puede entenderse Fernandez con Trump y el Fondo, los dos sostenes principales de la candidatura de Macri? Para pagarle a los tenedores de bonos, ¿pretende endeudarse más con el organismo al que señaló como corresponsable de la crisis? Si no es la condena a Venezuela, ¿qué piensa concederle a Trump a cambio de su apoyo en la mesa chica del Fondo? Si todas esas preguntas no encuentran respuestas y si el compañero de fórmula de CFK no quiere hacer el ajuste que su rival dejó por la mitad, entonces el presidente electo no tendrá otra opción que mirar a China. Tal vez así, la esperanza argentina encuentre un nuevo norte, en otro continente.