“Nosotros conseguimos colocar a los pobres en el Presupuesto, pero nunca logramos fuerza en el Parlamento para hacer a los ricos pagar los impuestos que tienen que pagar para reducir las desigualdades y distribuir la renta. A nosotros nos tocó un ciclo favorable de los commodities, ahora hay una desaceleración sincronizada de la economía internacional. El escenario es diferente, más dificil: más desafío, más responsabilidad. Tenemos que colocar en el debate los impuestos sobre grandes fortunas, la tasación de los daños financieros, una minoría que no tiene límite y cada vez gana más y la mayoría de la población se queda en mala situación. Este es el origen de estas movilizaciones fuertes que vienen por todas partes”.

Entre los aplausos que interrumpieron el discurso de Aloizio Mercadante en el Hotel Emperador estaban los de Alberto Fernández, el anfitrión del Grupo de Puebla al que los asistentes consideran el gestor de un cambio histórico en la región. Economista, fundador del PT, ex jefe de gabinete de Dilma Rousseff y ex senador, Mercadante terminó su mensaje con un homenaje a Lula, entre lágrimas de agradecimiento para Fernández por haber visitado en la cárcel al principal opositor de Jair Bolsonaro. Su mayor aporte, sin embargo, fue marcar el contraste entre la era agotada de los gobiernos progresistas y el presente que obliga a una nueva estrategia, en un contexto de mayor desigualdad.

El presidente electo no sólo asume al frente de un país sobreendeudado, con la inflación por las nubes, el poder adquisitivo devastado y la recesión sin fecha de vencimiento. Además, lo hace en una región convulsionada y con la ambiciosa misión de emular al México de Manuel López Obrador en un equilibrio difícil. Pero mientras los más entusiastas de Puebla ven recomenzar una nueva etapa reformista, el gobierno argentino pretende una relación armónica con Donald Trump.

Mientras los más entusiastas de Puebla ven recomenzar una nueva etapa reformista, el gobierno argentino pretende una relación armónica con Donald Trump.

Los asesores de política internacional de Fernández afirman que la Argentina del Frente de Todos es el país más estable de la región y puede jugar un papel normalizador en América Latina. Ser para Trump, ante el estallido del Chile neoliberal y los papelones de Bolsonaro, un interlocutor confiable y un garante de estabilidad. No sólo el alumno ejemplar Sebastián Piñera es desafiado por un movimiento sísmico que surge del hartazgo y la Bolivia del milagro económico escala en una tensión inédita, después del triunfo ajustado de Evo Morales y con un líder de ultraderecha al frente de la oposición. La ola de protestas se extiende también en el Líbano, Irak, Argelia, Haití, Francia, Ecuador, Honduras y Guatemala. A excepción del caso boliviano, donde coinciden en denunciar el intento de un golpe de Estado, en el fernandizmo advierten una rebelión contra la desigualdad que eleva al peronismo como un actor previsible ante los Estados Unidos y le abre la puerta a un acuerdo con el Fondo.

En su viaje a México, Fernández le pidió ayuda al organismo que sostuvo a Macri con un blindaje descomunal. Pero según parece no busca lo mismo que demandaba el presidente saliente: prefiere tiempo antes que nuevos dólares a pagar en el futuro. Según los números que aportó Guillermo Nielsen en Miami, entre diciembre y mayo, al nuevo gobierno se le vendrá encima “un camión” de deuda “sin precedentes”: 15.000 millones de dólares.

Especialista en reestructuración de deuda, el economista Martín Guzmán está entre los que afirman que Argentina no debe recibir un sólo dólar más del FMI. De ser así, el desembolso de U$S 5400 millones que el paciente Macri suplicaba como oxígeno no vendría a la Argentina, pero no por represalia del Fondo sino por la decisión de Fernández. Tampoco el resto del préstamo acordado con la administración Cambiemos.

Desechada la vía del puro ajuste que abrazó el macrismo y la salida uruguaya que mencionó el ex jefe de Gabinete con cierta candidez en la Fundación Mediterránea, ahora hasta en el Círculo Rojo notan que Argentina no puede hacer frente -por lo menos por tres años- ni a los vencimientos de capital ni a los intereses, una montaña que ya representa la principal partida de la administración nacional.

Insospechado de populista, Carlos Melconian es uno de los que acaba de plantearlo. Especialista en reestructuración de deuda, el economista Martín Guzmán está entre los que afirman que Argentina no debe recibir un sólo dólar más del FMI. Cada dólar que se paga es mas recesión y más devaluación, afirma. De ser así, el desembolso de U$S 5400 millones que el paciente Macri suplicaba como oxígeno no vendría a la Argentina, pero no por represalia del Fondo sino por la decisión de Fernández. Tampoco el resto del préstamo acordado con la administración Cambiemos.

Profesor de la Universidad de Columbia, con oficina en Manhattan y discípulo de Joseph Stiglitz, el argentino Guzmán afirma que no hay que endeudarse más para pagarle a los bonistas y plantea un reperfilamiento ambicioso que resuelva el drama de la deuda en forma consistente: puede llevar tiempo de negociación, dice, pero despejará el horizonte para que la economía vuelva a crecer después de una década de vuelo rasante y recesión plena.

De lo contrario, la salida rápida y liviana que reclaman los fondos de inversión y sus terminales locales -sin quita o con quita leve como en Ucrania-, puede derivar en una carga mayor de vencimientos a pagar en poco tiempo, una recesión más honda y una crisis mayúscula. Guzmán se lo dijo a Sergio Massa en Nueva York, a Juan Manzur en Tucumán y a Matías Kulfas en Buenos Aires. No está claro si Fernández se enteró. Tampoco hasta qué punto piensa elegir un camino que aparece, al mismo tiempo, como el más audaz y el más sustentable.