“Está preocupado por cómo conseguir una olla para el comedor de una compañera y al mismo tiempo en cómo dar el quórum para poder tratar una ley”, dicen cerca de Leonardo Grosso. “Hiperactivo”, su cabeza oscila entre lo urgente y lo importante, entre su cargo a nivel nacional y el laburo en el territorio de sus amores, San Martín. Vive en José León Suárez, a pocos metros de donde el asfalto todavía no llega. Como el pan y el trabajo, para Grosso la tierra es importante.

Siente uno la vida malgastada cuando ve que Leo tiene 37 años y ya fue elegido Diputado Nacional por la Provincia de Buenos Aires tres veces. La primera, en 2011, con aquel arrasador 54% de CFK. La segunda en 2015, lo que le dio la oportunidad de levantar la voz (y el perfil) en la piel de opositor —incluso alejado de la nave nodriza del FPV por “falta de autocrítica”. Y última vez, con su nombre en un tercer lugar estelar en la boleta del Frente de Todos, apenas detrás de Massa y Volnovich. Al ágora nuestro de cada día, un poco de aire.

Cuenta con el respaldo de los movimientos sociales porque es parte de ellos desde el 2005, cuando se formó el Movimiento Evita. Allí armó el frente joven, la JP Evita, compuesto por una generación que concibe la política más cerca del barrio que de los cafecitos transa en los hoteles del centro. Por eso es fácil para las mayorías identificarse con Grosso, un político cuya misión es también deconstruir a una clase política conservadora y patriarcal, con fragancia a naftalina y sin roce con “la gente”. Lee la calle como pocos porque todavía es parte de ellas: sin patas en el barro, no hay patas en la fuente. Sabe que hay que ganarse el frescor del agua.

Lee la calle como pocos porque todavía es parte de ellas: sin patas en el barro, no hay patas en la fuente. Sabe que hay que ganarse el frescor del agua.

En la Cámara Baja integra la comisión de Derechos Humanos y Garantías, desde donde impulsó la Campaña Nacional contra la Violencia Institucional, la de Mujeres y Diversidad, y hoy, con un país en llamas —póngale usted la metáfora, si gusta—, preside de la comisión de Recursos Naturales y Conservación del Ambiente Humano. Trabaja a contrarreloj, y en sintonía con el ministro de Medio Ambiente Juan Cabandié, para lograr media sanción antes de que termine el año de una Ley de Humedales muy singular. No solo porque es el único proyecto que incorpora al debate del Congreso las voces de Jóvenes por el Clima sino porque contempla un artículo de sanciones penales y administrativas —multas reales que pueden ascender a 840 millones de pesos—, y la creación de un consejo con las organizaciones ambientalistas adentro. Definir qué es un humedal, inventariarlos y clasificarlos, ahí el quid de la cuestión.

Grosso no se anda con chiquitas. Se enfrenta al lobby inmobiliario, al agropecuario y a varios de los gobernadores que, incluso con el fuego iluminándoles la cara, presentan resistencia a una perspectiva ecologista reguladora. El diputado da pelea hacia afuera y hacia adentro de la fuerza a la que pertenece, arenga la discusión en los movimientos del campo nac & pop, puntualmente dentro de la Unión de Trabajadores y Trabajadoras de la Economía Popular. Intenta articular los intereses de una economía sedienta de inversión hacia una nueva democracia ambiental: otra acepción del manejo del fuego.

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Por estos días, Leo Grosso también estudia para meter las últimas materias de Ciencia Política en la UNSAM. Con el cuore repartido entre Boca Juniors y Chacarita, dicen los que más lo conocen que “es muy difícil seguirle el ritmo”, que arrancó a militar en el peor momento de credibilidad de la política allá en el 2000 y nunca más paró. “Néstor en mi historia es mucho más significativo que Perón”, le dijo el dirigente al periodista Diego Iglesias. Pero en sus últimas exposiciones, en esa voz joven, de aquel Mensaje Ambiental a los Pueblos y Gobiernos del mundo que Juan Domingo escribió casi cincuenta veranos atrás. Aire, tierra, fuego y agua, los cuatro elementos de Grosso para la renovación.