Evo Morales se lo dijo a Alberto Fernández el lunes a la noche en la residencia de Olivos. Entre las razones que explican el triunfo en primera vuelta de Luis Arce en Bolivia, hay dos que el líder indigenista apunta entre las más destacadas: el esfuerzo sostenido por impedir que el espacio del MAS se fracturara y la necesidad de trascender el apoyo de los sectores urbanos y campesinos que constituyen la base histórica de legitimidad del masismo para ir a disputar también una tajada del voto de las clases medias bolivianas. Imposible de trasladar de manera mecánica a la encrucijada argentina del Frente de Todos, la interpretación del mandatario derrocado por un golpe cívico policial hace casi un año, formó parte de una cena en la que Fernández recibió el agradecimiento de Morales y sintió correspondida su primera apuesta fuerte en la región. Una satisfacción política en medio del tembladeral económico y las críticas por la falta de resultados en materia de gestión.

Factotum de una victoria que lo trasciende, Morales quiere volver a su país cuanto antes y, si fuera por él, lo haría dentro de dos semanas. Fernández siente el batacazo como propio y tiene pensado acompañarlo hasta La Quiaca para verlo cruzar a Villazón. Sería la puesta en escena de un regreso que consagra el fracaso del bloque de poder que desplazó a Evo de la presidencia y la ratificación de una alianza regional en un continente que vio declinar al populismo de la abundancia y entró en fase de ajuste con una retórica noventista que ya no entusiasma como antes.

Obligado a revisar su política reeleccionista, el primer presidente índigena logró imponer como candidato al tecnócrata que durante 12 años abonó el milagro boliviano y dejó en segundo plano al aymara David Choquehuanca, como parte de un operativo de mestizaje marcado por la adversidad y las diferencias intestinas. Producto de la convicción o del resultado, Morales también se atribuyó en Olivos el haber logrado contener a los sectores más duros de su espacio y soportar la presión interna para rechazar todas las postergaciones del comicio que hizo el gobierno de facto de Jeanine Añez. Pero el armado que sirve para ganar no garantiza su eficacia para gobernar, como enseña el primer año del albertismo ejecutivo. Hoy pendientes de su propia sobrevida, las fuerzas que apostaron a Donald Trump y fogonearon el derrocamiento de Morales pueden volver a operar una vez que pasen las elecciones de noviembre en un contexto delicado a más no poder como el que impone la pandemia.

Después de la demostración de fuerza del 17 de octubre y camino a los homenajes a Néstor Kirchner, el pancristinismo empieza a salir del encierro político y repone su cultura identitaria para afrontar la polarización, pero lo hace en un terreno pantanoso, cuando la falta de dólares asusta, el paralelo bate récords, la presión por la devaluación no cede, la inflación sube, las tarifas empiezan a descongelarse y la caída de los ingresos se confirma como viaje de ida. Las medidas que acaba de anunciar Martín Guzmán buscan reducir la brecha del 130% y desandan el paquete de Miguel Pesce, pero llegan después de diez meses de sangría de reservas y 60 días de idas y vueltas dentro del gobierno por la orientación económica. El titular del Banco Central suma detractores dentro del espacio oficialista tanto por su fracaso en frenar la salida de divisas como por su mimetización con el sistema financiero y su generosidad para entregar -baratos- durante el primer año de Fernández unos U$S 5000 millones en anticipo de importaciones y otros U$S 7000 a empresas que cancelaron deudas privadas incubadas bajo el gobierno de Mauricio Macri. Como así se esfumó gran parte del superávit comercial récord, desde el BCRA prometen mostrar la lista de las compañías que se vieron beneficiadas con divisas que el Estado entregó.

Aunque el Presidente insiste en que no va a devaluar, la historia de frustraciones argentinas está tapizada de buenas intenciones y frases que fueron desmentidas por los hechos. Por eso, el empoderamiento tardío del ministro de Economía es leído como un último intento del plan aguantar para evitar una devaluación brusca con medidas de escasa potencia y el Círculo Rojo presiona por un cambio de gabinete para darle mayor volumen político a un elenco que Fernández pensó para una coyuntura favorable que no se dio. No alcanzan los gestos de buena voluntad hacia el establishment ni la campaña de los que niegan ser parte de un “gobierno anti-empresa”. Decepcionados, los políticos de la oposición que apostaban al diálogo con el exjefe de Gabinete lo ven extraviado por completo y ya lo comparan con el egresado del cardenal Newman en su faceta declinante. Proyectan un escenario en espejo con una crisis que se espiraliza y una debilidad política que solo pueden ignorar los que no tienen nada que perder. No sobran valientes para sumarse a un esquema como el actual, sin modificaciones de fondo. Igual que el incombustible Macri, Fernández apiló una veintena de ministerios que ahora se habla de reducir y loteó el área económica entre técnicos que provienen de distintas escuelas. Mientras se dice que Sergio Massa condiciona su llegada a un superministerio, Cristina Fernández hace del silencio una de sus fortalezas.

Otra vez se confirma que la grieta más dañina para el peronismo no es de lugar sino de tiempo y es la que lo separa de los dólares de la cosecha que la gobernabilidad demanda. Beneficiadas por el regreso del diferencial en las retenciones que les había quitado Macri, ahora las grandes aceiteras juegan al Don Pirulero con el gobierno y dicen que la culpa es de los productores sojeros, mientras el dólar parece sin techo, nadie quiere los pesos y la incertidumbre se expande. Como en el caso de los muertos que caen cada día víctimas del COVID-19, la brecha y la sequía de dólares se convirtieron en parte del paisaje natural aunque también tienen un efecto nocivo que se elige minimizar.

Si no aparece rápido una fuente adicional de divisas, los pronósticos más pesimistas pueden convertirse en realidad. Entre la promesa de China y la pócima del nuevo Fondo está la disyuntiva para un Presidente que tiene que atravesar su primer diciembre en una situación de fragilidad elocuente y necesita cuanto antes un puente a marzo de entre U$S 4000 y U$S 5000 millones. El corto plazo se traga todo en el país de la inestabilidad permanente y el optimismo queda reservado para los supervivientes.

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Parece difícil que 2021 pueda ser peor para el gobierno que el año que se lleva el encierro. El derrumbe de la actividad económica será compensado parcialmente por un rebote y el oficialismo intentará calentar motores con incentivos al consumo y obra pública para la campaña electoral. A la hora de los comicios, el peronismo unido y Juntos por el Cambio irán a renovar bancas contra la elección de 2017 y el desafío mayor lo tendrá la oposición, que viene de un mejor resultado legislativo. Dispuestos siempre a esponsorear nuevas experiencias políticas desde el Estado, los armadores del gobierno invocan a Florencio Randazzo y cuentan a su favor el resultado que le puedan arrebatar al macrismo sin Macri José Luis Espert y Javier Milei. Ya se especula con hacer realidad el fin de las PASO que reclamaban el año pasado los evangelistas del ajuste en la política, otro motivo para que los votos de los libertarios duelan más en las costillas de la República y no se licuen de cara a las generales. Prima entre los operadores que visitan la residencia de Olivos la tesis de que el largo plazo está asegurado. Sólo falta inventar una vacuna para erradicar la urgencia.