Es todo al mismo tiempo. El aislamiento extremo que Axel Kicillof decidió garantizar con la policía bonaerense en Villa Azul puede haber llegado tarde. El barrio de emergencia que se expande entre Avellaneda y Quilmes queda a 5 kilómetros de la Capital y está separado de Villa Itatí por el Acceso Sudeste. El cruce es constante en tiempos de normalidad. Visitar parientes, vecinos, novios, ir a trabajar, a jugar un partido de fútbol o asistir a misa en las iglesias evangelistas solo demanda atravesar la autopista que divide lo que para algunos funcionarios es, en realidad, un enorme triángulo de carencias asentado sobre un mismo territorio.

Cerrar el paso con las fuerzas de seguridad puede ser la única forma como afirma el ministro Sergio Berni o puede ser una chispa que encienda el conflicto social, como temen desde las organizaciones sociales alineadas con Alberto Fernández. Pero seguro será insuficiente si al mismo tiempo no se avanza con los test masivos en Itatí, un continente que tiene 10 veces la población del barrio de emergencia vecino que hoy preocupa a todo el oficialismo.

Lo único claro es que la pandemia explotó en el cruce de dos municipios que están gobernados por el kirchnerismo puro.

Son los jóvenes los que más se exponen al Covid 19 y los que más contagian sin ser los más afectados. Por eso, los médicos que trabajan en la salita de salud instalada en Villa Azul del lado de Quilmes afirman que hay mucha gente que no se cuidó como debería haberlo hecho y que los requisitos mínimos de distancia social no se cumplieron. Pero entre los vecinos argumentan que no tenían cómo hacerlo: el aislamiento es imposible y no hay quien garantice las condiciones de higiene. Lo único claro es que el virus penetró y la pandemia explotó en el cruce de dos municipios que están gobernados por el kirchnerismo puro. En la zona que pertenece a Avellaneda, Jorge Ferraresi urbanizó como no lo hicieron ni Martiniano Molina ni sus antecesores del peronismo en el suelo de Quilmes. Si de un lado viven unas mil personas y existen duplex con cloacas y todos los servicios, del otro habitan por lo menos 2 mil en calles de tierras donde abundan los inquilinatos y los pasillos sin luz.

En las dos semanas de aislamiento extremo, Mayra Mendoza tendrá que contener la expansión en un territorio que ya representa el 30% de los casos positivos que se registraron en su municipio. Para eso, promete repartir entre 1 y 2 módulos de 31 kilos con alimentos y elementos de limpieza para los vecinos de Villa Azul: fideos, polenta, arroz, garbanzos, puré de tomate, leche, azúcar, aceite, sal, harina, jabón de tocador, detergente, trapo de piso, trapo rejilla, jabón blanco y cloro.

Sin embargo, desde los movimientos sociales que integran el gobierno y tienen vínculo fluido con el ministro Andrés Larroque afirman que no alcanza para aguantar el encierro absoluto. La preocupación que Daniel Menéndez expresó en su doble rol de funcionario y dirigente de Barrios de Pie no refleja una postura personal. También el Movimiento Evita y la agrupación de Juan Grabois comparten una misma lógica y defienden una postura similar al interior del bloque oficialista: la policía ignora la tarea de contención social cuando no la desprecia, hace falta más presencia en el lugar y es necesario evitar cualquier condimento que pueda detonar una tensión mayor. En las organizaciones sociales, la muerte de Agustín Navarro en la villa 31 afianzó la conclusión de que el virus se ensaña con los sectores de menores recursos, mientras sus militantes son los que quedan más expuestos y la pandemia amenaza con arrasar también con un trabajo de años en las zona inflamables.

El desafío excede las dos semanas y puede estirarse de manera indefinida, como lo muestra la cuarentena en el AMBA que concentra la mayoría de los contagios. El trabajo de La Cámpora, Kicillof y Berni con los movimientos que apoyan a Fernández es conjunto, pero las lógicas, las trayectorias y, quizás, las perspectivas hacia adelante son distintas. Unos y otros se mueven con un margen estrecho en una Argentina frágil por donde se la mire.

Lo que falta en las villas de emergencia desde hace décadas contrasta con la cifra monumental del endeudamiento externo y la formación de activos en el exterior en el mismo período.

Nada más distante que Villa Azul de la pulseada que Martín Guzmán lleva adelante con los fondos de Wall Street por la reestructuración de la deuda. Sin embargo, las dos escenas se superponen en el tiempo. Las próximas dos semanas también son las que definen cuál será la suerte de la nueva oferta que presentará el ministro de Economía. Pero además lo que falta en las villas de emergencia desde hace décadas contrasta con la cifra monumental del endeudamiento externo y la formación de activos en el exterior -o fuga de capitales- en el mismo período. Dicen los consultores del mercado que la diferencia que hoy separa al gobierno de los bonistas liderados por BlackRock oscila entre los 5.000 y los 10.000 millones de dólares. Puede ser poco para evitar el mal mayor del default, como sostienen voceros locales tan contemplativos con los acreedores externos como implacables con la propuesta argentina. Puede ser mucho para engrosar la historia larga del endeudamiento que Mauricio Macri disparó hacia las nubes.

Pese a que la administración Cambiemos suele minimizar la bomba de tiempo que incubó el presidente que se fue, sobran datos que la contradicen. No sólo el informe del Banco Central que comenzó a analizar el Congreso sobre el período 2015-2019 lo prueba. También un trabajo reciente del economista de Flacso y doctor en Historia Eduardo Basualdo muestra que durante el macrismo el Estado se constituyó como “la proa del endeudamiento”, porque se endeudó con los mayores montos y en el menor tiempo posible “dado que su propósito consistía en transferir el mayor excedente posible al capital financiero internacional”.

La política de Macri fue extrema incluso para la saga prolongada de lo insostenible.

Dos números lo confirman. “Entre 1976 y 2001, la deuda externa pública aumentó a un promedio anual de 7.192 millones de dólares constantes, en tanto que durante la gestión macrista el promedio anual trepó a 32.515 millones, aún sin considerar los bonos emitidos para cancelar la deuda con los fondos buitre que fueron incluidos como ‘atrasos’ de la deuda en el período anterior”. Pero además, el egresado del Cardenal Newman se fue a la “mierda” -como él mismo dice ahora- en otra comparación. “Sus registros anuales superan el pico máximo de endeudamiento de la última dictadura militar, cuando la deuda estatal se incrementó en 22.369 millones de dólares constantes en el marco de la guerra de Malvinas, el de la gestión de Alfonsín (15.684 millones de dólares en 1987), el de Menem (12.974 millones en 1994), el de De la Rúa (4217 millones en 2001) y el que marcó la resolución de la crisis del régimen de Convertibilidad en 2003, cuando por efecto de la acumulación de intereses por el default y el salvataje al sistema financiero, el endeudamiento llegó a 20.078 millones de dólares”. Elaborado junto a Mariana González y Pablo Manzanelli, el trabajo completo de Basualdo figura en “Endeudar y fugar”, el libro sobre la historia económica argentina que Siglo XXI acaba de reeditar, con un capítulo final sobre la aventura de Cambiemos.