El postre favorito de Horacio Rodríguez Larreta es el rogel que prepara la suegra de Felipe Miguel, uno de los pocos que tiene habilitado el movimiento de arrastrar la silla de la gestión hasta la mesa política. La preferencia no se limita a las capas de dulce de leche y merengue italiano: el jefe de Gabinete porteño se posiciona como el delfín de la sucesión. 

El manto de pandemia tiene ese no sé qué donde parece que cubre las cosas, pero en realidad las desnuda. De perfil técnico y con una carrera meteórica incluso para los tiempos exprés con los que que los funcionarios del PRO hacen la reconversión privado-público, Felipe Miguel comparte con Rodríguez Larreta la doble contraseña: cierta visión programática y de posicionamiento y, además, una dinámica de trabajo obsesiva, una rutina que abraza el detalle de manera casi neurótica.

A pesar de la incertidumbre que arroja la búsqueda en Google, Felipe Miguel no es nada de Lorenzo Miguel. Con una madre maestra y un padre licenciado en Relaciones Laborales, creció en Adrogué y estudió abogacía en la UCA. Tuvo su primer trabajo formal en la Justicia Federal Penal en Comodoro Py cuando aún no se había recibido, dio los primeros pasos en un estudio jurídico y se convirtió en Gerente de Legales en una compañía de seguros con 26 años. En Estados Unidos, cursó un máster en Administración de Negocios en la Universidad de Virginia y vivió en Lisboa. 

Hace 21 años se casó con la artista plástica Sofia “Popi” Castro Cranwell, con quien tiene cuatro hijos. Tal vez fue esa atmósfera de bastidores y representaciones la misma que animó a un abogado de seguros que practicaba rugby, fútbol, básquet, squash, paracaidismo, buceo y tenis a encarar durante siete años talleres de teatro, expresión corporal y stand up, incluso antes de que eso pudiera convertirse en una de esas herramientas que usan los funcionarios para enfrentar más sueltos la arena pública. Con ecos de Sumo, Soda Stereo y los Rolling Stones, usa como uniforme remera, jeans y Converse. 

Llegó a la política a través del G-25, la fundación liderada por Esteban Bullrich y Guillermo Dietrich que reunía a empresarios, comerciantes y hasta evangélicos. Se puso al frente de un local partidario y en 2011, después de un tiempo como asesor de Rodríguez Larreta, se convirtió en su jefe de asesores. En 2015, asumió como el primus inter pares de los ministros y aceptó la ofrenda del jefe para garantizar el avance de las obras con las que el PRO seduce a su electorado y ocuparse del hilado fino de la gestión. En aquella época nació su rutina: empieza a las 7, mantiene quince reuniones fijas de seguimiento por semana y lleva y trae de la gestión a la mesa política que comparte con Diego Santilli, Fernando Straface, Christian Coelho y Federico Di Benedetto. Como equipo que gana no se cambia, renovó los votos en 2019, pero se reconvirtió. Sí, trabaja para que cada ministro gane peso propio y coordina lo que él bautizó como “el gobierno paralelo” que acompaña las curvas de la pandemia, pero también apuesta a su posicionamiento.

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Entre ASPO y DISPO, entabló una relación fluida y poco agrietada con Santiago Cafiero y Vilma Ibarra que le permitió trabajar en la letra legal negociada que reguló los cierres y aperturas. Pero también puede jugar de espada para evitarle al Jefe de Gobierno la confrontación directa que pide la agenda de la Ciudad: desde la punta del Obelisco es difícil construir un proyecto nacional. “Horacio no puede quedar siempre pegado al porteñismo”, diagnostican cerca de él. Como parte de esa estrategia, Felipe Miguel retomó la lógica y la retórica vecinalista cuando responsabilizó a los diputados nacionales y senadores de la ciudad para que “defiendan a quienes los votaron” ante la quita de $64 mil millones de coparticipación y cuestionó al presidente del Banco Central, Miguel Pesce, por la carta en la cual pide marcha atrás con la decisión de gravar las operaciones con Leliqs.

Más allá de las tácticas coyunturales -que en durante la pandemia parecieran contar con un vencimiento aún más incierto, acelerado-  se maneja con una suerte de aval explícito: el día que Rodríguez Larreta reeligió y sobrevivió a la caída de Cambiemos, le agradeció “al equipo que lidera Felipe”. Y, al menos por ahora, lo repite.