Todo lo queremos es un día de productividad perfecta. A veces nos copa Dios en sus diferentes presentaciones, o pensamos que queremos paz budista, pero lo que de verdad queremos es funcionar perfecto en el laburo, empujar la máquina, cumplir.

En el día de la productividad perfecta no dudamos antes de mandar un WhatsApp. Decimos justo lo que queremos y la respuesta vuelve redonda, porque nadie te clava el visto cuando todo funciona.

Los días buenos están para creer y seguir. Necesitamos convencernos que lo que hacemos tiene el poder Mazinger de cambiar las cosas.

Todo empieza con una mañana hiper lúcida.Nos despertamos con un mapa en la mente que nos señala lo que hay que empujar.

No nos cuesta levantarnos de la cama, ni renunciar a los panificados para desayunar una fruta y café solo.

En el día de la productividad perfecta sentimos que todos los días pueden ser así, que entramos en una ola fitness que nos aleja del abrazo del tiempo gastado en redes sociales, sentimos que ya no vamos a correr los temas de atrás.

La productividad perfecta salva y purifica. En los días malos nos consolamos esperando que pronto llega uno perfecto, de los que ordenan todo, de los que nos señalan hacia dónde vamos.

Cada una determinada cantidad de tiempo necesitamos un día bueno que nos confirme que estamos yendo para el lado que está bien.

Los días malos, los días grises, son menos terribles porque sabemos que cada tanto viene un día bueno que nos hace creer por un rato que podemos.

En el día de la productividad perfecta creemos en nosotros mismos. Sabemos que si hacemos lo necesario vamos a estar mejor en diez años, cuando estemos un toque más desvencijados.

Los días malos son los días del miedo, los días de imaginar un futuro tremebundo, un país donde todo salió mal.

Los días buenos prometen multiplicarse, los malos también. El monotributista que lucha por su vida intenta retener la sensación luminosa de los días buenos, la sensación mecánica de resolver, para agarrarse como a un salvavidas cuando todo es más gris.

Los días buenos oímos una canción de cancha que nos alienta, que nos dice que somos buenos y podemos llegar adonde queramos.

Los días buenos somos comentaristas deportivos de nuestros propios goles, tenemos sensación de estar peleando la punta, sabemos que mañana es un partido nuevo, rogamos volver a despertarnos con la sensación liviana y segura del que entra en la cancha para ganar.

Los días buenos sentimos que podemos, que tenemos un cuerpo y una voluntad que sirven. Los días de la productividad perfecta son como estar de vacaciones.