Un clásico teorema de la política argentina indica que en los años electorales el Congreso realiza la mitad de las sesiones que en un año normal. Y 2019 lo confirmó con creces: fue el período ordinario de menor actividad desde 2012, con solo 15 sesiones y 37 leyes sancionadas, cuando el promedio anual fue de 100 leyes, según un relevamiento de Directorio Legislativo.

Ese pobre desempeño también fue el resultado de una administración que sufrió la desventura de gobernar en minoría pero que a la vez fue incapaz de tender lazos con la oposición y construir consensos para sancionar leyes.

Pero en el reverso de esa incapacidad se escondió un recurso político: no abrirles el recinto a los opositores, para impedirles que se luzcan, sobre todo con un dólar y una inflación indomables y una brutal caída de la popularidad del gobierno, que para no hundirse aún más debió hasta ponerse otro nombre, Juntos por el Cambio, en vez del Cambiemos del fracaso.

Graciela Camaño, que en los últimos cuatro años se paró en el medio de la grieta y ahora, con el Frente de Todos en el poder, tampoco se movió de esa posición, supo quejarse de que el gobierno de Mauricio Macri cerraba el Congreso para acallar la voz de la oposición.

Ahora la situación parece diferente: Alberto Fernández tiene menos de dos meses como Presidente y viene interrumpiendo las vacaciones de los diputados y senadores con su temario de sesiones extraordinarias.

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Las mayorías parlamentarias hasta ahora se construyeron sin demasiados esfuerzos, a la luz del período de gracia del que goza toda gestión recién iniciada: Fernández tuvo su megaley en diciembre, tendrá su ley de deuda esta semana, cuando el miércoles la apruebe el Senado, y probablemente tenga toda ley que proponga, al menos en los próximos meses.

En el Senado el Frente de Todos tiene mayoría, 41 de los 72 integrantes, y puede ser tranquilamente una escribanía. En Diputados es minoría, con 118 integrantes en funciones, y se enfrenta a un Juntos por el Cambio con apenas dos menos, 116, pero puede sancionar leyes con el apoyo del interbloque Federal, de Camaño, y de los ramones, como se conoce en los pasillos a los ocho sueltos conducidos por el mendocino José Luis Ramón.

Con un manojo de proyectos anunciados y pendientes, y la expectativa de una lenta pero progresiva normalización de la economía a partir de la renegociación de la deuda, se espera un 2020 con los recintos reabiertos, vidriera de lujo (y gratuita) para todo plan electoral.

Alfredo Cornejo lo entendió así desde un primer momento, cuando aún siendo candidato a diputado hizo saber que le daría pelea Mario Negri por el comando del bloque UCR de la Cámara Baja; que no sería un legislador más.

El Congreso ya es vidriera de proyectos presidencialistas

Al final a la pulseada la ganó el diputado por Córdoba pero el mendocino se quedó con un tercio de su lado, y bien marcado, cuando hasta entonces el liderazgo parlamentario de Negri jamás había sido siquiera puesto en duda. Y logró no sólo que lo reeligieran al frente del partido nacional sino también ser el vicepresidente tercero de la Cámara. Mientras más visibilidad, mejor.

Por eso el exgobernador de Mendoza (2015-2019), con base en un Congreso que retoma su actividad tras un año baldío, no desaprovecha ni una ocasión para hacer sentir su voz y mostrarse como el hombre fuerte del radicalismo y de Juntos por el Cambio.

El 10 de diciembre, pronunciado el discurso de asunción presidencial, no tardó ni diez minutos en afirmar que el anuncio sobre los fondos reservados de Inteligencia era "puro humo"; después dijo que la ministra Sabina Frederic propone políticas "que benefician a los delincuentes", y espetó que Macri contribuye a la oposición "quedándose callado".

Pero Juntos por el Cambio no solamente es Cornejo y los radicales: también es el PRO.

Los futuros

En la coalición opositora a Macri no solamente lo dan por retirado sino que lo quieren retirado, sobre todo después de sus declaraciones en Río Negro.

Y el propio expresidente, a pesar del 40% de los votos que sacó hace tres meses, tampoco ha dado señales de querer liderar ninguna oposición; por el contrario, ha insinuado que el futuro lo prefiere escribiendo un libro sobre su gestión o en el panteón de exjefes de Estado, que quedan redimidos por la historia sin perjuicio de su exitosa o malograda gestión.

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A María Eugenia Vidal, a su vez, la dan cambiando de distrito: de la Provincia de Buenos Aires, que en cuatro años la bendijo y le dio la espalda, a la Capital Federal, donde su perfil encaja con las preferencias del electorado porteño, antiperonista y marcadamente amarillo desde hace 12 años.

Al fin y al cabo, Vidal ya fue ministra de Desarrollo Social de Macri de 2008 a 2011 y vicejefa de Gobierno de 2011 a 2015. Tiene casi el doble de años como funcionaria porteña que como funcionaria bonaerense.

El posible cambio jurisdiccional es pensando en 2023 pero también en la elección de medio término: una boleta de diputados nacionales liderada por Vidal sería una plataforma soñada para el proyecto de la otra figura presidenciable de Juntos por el Cambio: Horacio Rodríguez Larreta.

El jefe de Gobierno porteño, al igual que Cornejo, ya puso la maquinaria en acción y también considera al Congreso un escenario clave para su armado nacional.

El Congreso ya es vidriera de proyectos presidencialistas

El miércoles último evidenció su predicamento sobre la coalición opositora, cuando en plena sesión llamó a diputados del PRO para que apoyaran el nuevo Consenso Fiscal, que les permite a los gobernadores aumentar la presión impositiva, y la mayoría de ellos, que iban a votar en contra, terminaron votando a favor.

Y este miércoles, a las 15, en la Jefatura de Gobierno de la Ciudad, se sacará una foto con diez diputados nacionales sub-35 de Juntos por el Cambio, cinco radicales y cinco macristas, verdes y celestes mezclados, que representan a siete distritos del país distintos.

Los radicales son Alejandro Cacace (San Luis), que la semana pasada sorprendió con sus conocimientos sobre economía en su intervención en el debate sobre la ley para la reestructuración de la deuda; Jimena Latorre (Mendoza), Juan Martín (Santa Fe), Ximena García (Santa Fe) y Josefina Mendoza (Buenos Aires), que tiene 27 años y es la más joven del Congreso. Los macristas son Dina Rezinovsky (Capital Federal), Camila Crescimbeni (Buenos Aires), Ignacio Torres (Chubut), Federico Frigerio (Tierra del Fuego) y Martín Maquieyra (La Pampa).

"Nos juntamos a comer muy seguido, algunas veces con pileta. Armamos una suerte de sub-bloque generacional, más descontracturado", contó uno de los sub-35, previo al encuentro en la sede gubernamental de Parque Patricios, y dijo que algunos sub-40 y sub-45 de Juntos por el Cambio "están pidiendo estirar la edad de admisión".

En un año sin elecciones, con gobierno nuevo, el Congreso se rearma como caja de resonancia no sólo de la agenda de Fernández sino de los opositores que en 2023 quieren sucederlo.