Es complejo pensar qué puede resultar de una conversación en la que una persona preanuncia, por ejemplo, que el fútbol no le interesa, que no lo sigue ni lo haría porque es negocio corrupto y lo aburre, y a continuación expresa una opinión específica sobre la materia, presentando su argumento como verdad absoluta.

La impunidad que le da portar el argumento de que a él no le importa nada, y a la vez estar pretendiendo dar por sentado algo que efectivamente él mismo asume no conocer en profundidad, lo hace particularmente difícil de combatir discursivamente. En un asado, en un grupo de Whats App, o en la reunión social presencial o virtual que toque. Este tipo de cruces se suelen dar cuando hay, en el fútbol, encuentros que trascienden el interés más detallado y nos encontramos frente a partidos que a todos le conciernen un poco. Cuando juega nuestro seleccionado, que porta nuestros colores y representa a nuestra nación, sucede más, ya que hay un denominador común para toda la población.

El chauvinismo antónimo de los del país de mierda

En el caso de la política, esto sucede permanentemente, ya que todas las decisiones tomadas a nivel gubernamental transforman nuestra rutina individual. Más aún en un contexto de pandemia internacional y de una crisis económica sin precedentes para el capitalismo moderno. Todos los temas que podemos tener hoy en nuestra vida cotidiana, por ende, están atravesados por el factor político.

Justamente, como vivimos en democracia, todas las opiniones particulares cuentan, ya que todos los votos valen igual. Por eso, la opinión del que mira sólo el mundial y los otros cuatro años apaga el televisor cuando ve 22 tipos corriendo atrás de una pelotita –siguiendo el ejemplo de la introducción-, tiene exactamente el mismo valor que la del experto/ fanático.

Hay una diferencia vital que son aquellas consecuencias que nacen del período eleccionario de autoridades que se realiza en las distintas repúblicas democráticas. El desinterés político, a diferencia del futbolístico, puede terminar teniendo secuelas directas que van mucho más allá de lo anímico. El estatus individual y el progreso social se ponen en juego a la hora de votar, por lo que esa “no creencia” es un boomerang que no tarda en pegar la vuelta y darte en la nuca.

En este escenario, como al que no le interesa el fútbol que se pone la de la AFA para los momentos clave, el iletrado político que no porta camiseta partidaria, usa la bandera nacional y grita en nombre de la patria para el reclamo de sus intereses particulares o sectoriales.

El chauvinismo antónimo de los del país de mierda

Lo particular de este tipo de sujetos es su chauvinismo antónimo, plasmado en sentimientos de eterno país mierda o, en su defecto, que “el problema no es país si no su gente”.

Así, sumergidos en ese sentimiento borgeano de estar unidos por el espanto producido por el perpetuo fiasco de una nación más que por el amor a una patria pujante, suelen entender el uso de la bandera argentina como algo legitimante. Así, el indignismo nihilista e intransigente del muchas veces comprador de pescado podrido, se aferra a lo sagrado. La República, Las Instituciones, La Constitución, La Justicia, etc. Generalizan su discurso moral sui generis como si su interpretación personal (a menudo cargada de titulares preformateados, oraciones cassetteadas y alarmismo fatalista contagiado de oído) fuera la única posible mientras flamean la bandera que a todxs nos pertenece.

En los trabajos grupales escolares el que no siguió el proceso tiene poca ingerencia para opinar del resultado. Si no hiciste la tarea, la cacerola no alcanza y el volumen del enojo no remedia la falta de compromiso previo. En todo caso, debe de ser reemplazado por paciencia hasta la próxima oportunidad, y trabajo con crítica constructiva en el medio. Porque si no, así no vale. Ya sabemos quiénes son los escoltas en el colegio. No siempre son los mejores compañeros, pero sabemos muy bien por qué los eligieron.

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El problema no es que haya personas a la que la conducción de la sociedad no les interese, o bien que la realidad haya empezado a llamarles la atención y de repente quieran estar a la altura. El conflicto lo genera el uso oportunista de la bandera para cuestiones partidarias y no patrias. El 25 de mayo, el Mundial de nuestra identidad nacional, saca la escarapela y revolea el banderín, pero patalear sacá tu trapo, que hay gente trabajando.