Hubo al menos tres Cristinas que llamaron a un consenso social por la patria. La primera fue la presidenta de 2013, cuando desde el Patio de las Palmeras les juró a sus militantes estar dispuesta a “escuchar todas las ideas” y, mientras señalaba el crecimiento de la rentabilidad de los empresarios, prometió “no tener prejuicios” ni “anteojeras” para asociarse con quien tuviera que hacerlo. La segunda fue la opositora de 2019, cuando todavía coqueteaba con una candidatura presidencial y habló de la importancia de un “contrato social” al presentar en La Rural su libro Sinceramente. La tercera fue la vicepresidenta, que habló desde la incomodidad de ser socia fundadora de un Gobierno con el que tiene diferencias y propuso un acuerdo multisectorial para resolver el problema estructural de la economía bimonetaria.

En su convocatoria al diálogo, ninguna de las Cristinas le habló a Macri. Cristina se dirigió al “poder real”, a los titulares, no a quienes ubica en el banco de suplentes. Como analiza Diego Genoud, acaso la mayor novedad de la última Cristina es su decisión de jugar una carta que no estaba en sus planes hace unos meses y busca desandar la negativa que manifestó el 9 de Julio cuando citó a Alfredo Zaiat para exigirle a Alberto que no pacte con la derecha empresaria de Clarín y Techint. La nueva Cristina no busca un pacto de impunidad con Macri sino una enmienda con Paolo Rocca y los demás “miserables” a los que sabe que su gobierno necesita.

También se le dio una relevancia desmedida a su opinión de que hay “funcionarios o funcionarias que no funcionan”. Cristina lo dijo al pasar: “más allá de que hay funcionarios o funcionarias que no funcionan”, porque lo que buscó remarcar no es su intención -real- de limpiar a Kulfas o Bielsa del camino, sino que sus cuestionamientos van “más allá” de los nombres propios en un gabinete que ni siquiera armó. Es cierto que se ocupó de vetar candidatos -la padecieron Bossio y Gorgal- pero también lo es que dejó a Alberto elegir a sus ministros. Y ahora, aunque nadie duda que considera necesario un recambio, lo que señala es que hay un problema político de fondo que va más allá de los nombres propios. Y no le interesa discutir el rumbo de la gestión con actores de reparto sino con Alberto. Además, como una reivindicación personal, les recuerda a los “poderes fácticos” que hizo una ofrenda de paz al entregarles un candidato de las entrañas del círculo rojo pero lo castigan igual.

La carta de Cristina no sorprendió en su entorno porque puso de manifiesto cosas que Máximo Kirchner hace tiempo repite en privado. “Eligió recordar a Néstor en un barrio pobre del Conurbano en lugar de ir a la Rosada”, reflexionaron cerca del diputado que esta semana homenajeó a su padre en Villa Fiorito. Además de la distancia del acto “oficial” de Alberto, su decisión tiene otra lectura: ratificó su alianza con Martín Insaurralde y los intendentes para avanzar en la Provincia en su disputa silenciosa con Axel Kicillof. Pero hubo otro silencio sugestivo con el que Máximo dijo mucho en la última semana: no se quedó a hacer el cierre en Diputados cuando se dio media sanción al presupuesto, justo a la hora en que Sergio Berni lideraba la represión en Guernica. “Las topadoras y fuego eran innecesarias. La Justicia ordenó vaciarlo, no romper todo”, reflexionaron en el kirchnerismo, donde se abrieron varios debates a partir de los sucesos de la última semana.

Alberto se cayó en la grieta al salir a defender el desalojo de Guernica y al mismo tiempo justificar la actitud de Juan Grabois en el campo de los Etchevehere. La figura de Grabois expresa hoy muchas de las tensiones del Frente de Todos y se transformó en un nuevo Luis D’Elía para el Gobierno, que entiende que es piantavotos pero no puede soltarle la mano, sobre todo cuando lo saben recién llegado de Roma. Grabois no complica sólo por las tomas sino que inquieta a Martín Guzmán, que mientras se enfoca en arreglar con el FMI detecta en sus “calls” una fuerte preocupación del “sector privado” por las tomas de tierras. Pasó algo desapercibido, pero el ministro fue hace 10 días uno de los primeros en apurarse a rechazar la actitud de los militantes de Grabois en Entre Ríos. Consultado por Ernesto Tenembaum y Reynaldo Sietecase, respondió: “El Gobierno no tiene nada que ver con eventos de ese tipo (conflictos como el de los Etchevehere en Entre Ríos). Eso va en la dirección contraria de un ambiente de calma y entendimiento”.

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En una semana complicada para el Gobierno, entre la vorágine de interpretaciones y sobreinterpretaciones sobre Cristina, Macri reapareció varios días más tarde para rechazar una convocatoria que nunca le hicieron. Su actitud responde a la preocupación por recobrar la centralidad, amenazado por el crecimiento de Larreta. “Macri ya fue”, sentenció Carrió, pero más que sus palabras -entrenada para dejar títulos escandalosos- lo golpeó con su foto con el jefe de Gobierno que la visitó el viernes en Exaltación de la Cruz, luego de que Diego Santilli se encargara de avalar públicamente la defensa de la líder de la Coalición Cívica al pliego de Rafecas como procurador. La alianza entre esos dos sectores de la oposición complica a Macri, que pelea contra el olvido. Pero el llamado de Cristina esta vez tuvo poco que ver con esos movimientos del macrismo, donde enseguida cuestionaron su voluntad de diálogo. Y tienen razón porque a Cristina no le interesa hablar con ellos. Se dirigió a los empresarios y dio un mensaje a la interna, con un tono de alarma ante el riesgo de que la Argentina vuelva a tocar fondo. Lo hizo marcando su centralidad y para que nadie la acuse: ella avisó.