Cerrás los ojos y ves la boutique del tango: Beto Brandoni cruza la 9 de Julio, la cámara lo toma desde arriba, paso apurado entre el enjambre, bienvenidos al cine nacional de la posguerra sucia… Esa escena es más que esa escena, es la de mil películas y relatos. El cine de la transición donde nunca no suena Piazzolla en el arranque con cualquiera de sus estaciones. Lo dice ese cine: volver es volver al centro, al cogollo, al nudo que enroscó a la Argentina para siempre. Cruzar la 9 de julio. Mezclarte ahí entre oficinistas, policías, servicios, pungas y coleros de las mil colas en las que hacer cola. El centro porteño. Sus cafés, citas, reencuentros. El centro tiene su anécdota religiosa, la contó Zita (la esposa de Aníbal Troilo) y la recogió Eduardo Berti en su libro “¿Por qué escuchamos a Aníbal Troilo?”. La pareja vivía en un regio departamento de la avenida Belgrano entre Solís y Entre Ríos, el barrio de Congreso. Pero una noche Aníbal estaba triste, con los ojos llorosos, frente a la ventana. -¿Qué te pasa, Aníbal? –Extraño Buenos Aires.

“Señores, yo soy del centro”

Eso cantaba Angelito Vargas. ¿Y dónde empieza una ciudad? Alfonsina Storni y Roberto Arlt son sus primeros cronistas, un minuto antes de que ese centro empiece a transformarse, cuando arranca con fuerza el siglo XX. Arlt escribe El Viaje urbano en su aguafuerte “El espíritu de la calle Corrientes no cambiará con el ensanche”. Avanza por nuestra avenida en dirección al centro. Dice y acumula: de Río de Janeiro a Medrano es “la calle de las queserías, los depósitos de cafeína y las fábricas de molinos”. De Medrano a Pueyrredón “ya pierde personalidad”. De Pueyrredón a Callao “ocurre el milagro”: turcos o israelitas. “Comerciantes de telas, perfumistas, electricistas, lustradores de botas, cooperativas, un mundo ruso-hebraico se mueve en esta vena…”. Pero “la verdadera calle Corrientes comienza para nosotros en Callao y termina en Esmeralda”, dice Arlt. “Calle de la galantería organizada, de los desocupados con plata, de los soñadores, de los que tienen una ‘condicional’ y se cuidan como la madre cuida al niño, este pedazo de la calle Corrientes es el cogollo de la ciudad, el alma de ella.”

La ciudad de Roberto Arlt, del tango, de las divas doradas como Tita Merello, ya no es la misma ciudad después de la dictadura. Post 76 no hay centro sin dólares. El mosaico de espejos rotos de la Argentina del consumo… A comprar a la casa de turismo, al local de venta de carteras de cuero, a la peluquería, a la disquería de heavy metal. A todos los locales truchos de esas galerías. El dólar para lelo corre detrás de la escena de un mercado carcomido, pura fachada con cosas colgando que no se venden porque el dólar es la mercancía más deseada en las galerías de Lavalle. ¡Cambio, cambio! El ideal frenético de una ciudad de mentira donde solo se venden dólares es algo más: el último gobierno del partido militar dejó su huevo de la serpiente en ese histórico y querido centro. Desde 1983 gobernar la Argentina es, en primer lugar, gobernar el dólar. Del brumoso golpear las puertas de los cuarteles a golpear las puertas de las cuevas. Ahora que tenemos la fractura expuesta (42% de pobres), tenemos esta otra cara de la fractura… ¿de dónde sacamos dólares? En la semana del “día de la identidad” apareció la rebelión de los hermanos (que es también una simple guerra de millonarios). Y si para la ciudad su otro es el campo y si del campo vienen los dólares, brotó la figura de Dolores Etchevehere como el reverso de lo que quieren nuevamente usar la bandera nacional (y federal) para hacer de un “reclamo de clase” una (supuesta) causa del país. Aunque tampoco haremos de toda causa familiar una causa popular.

Decíamos: Macri devolvió el poder. ¿Y cómo se agarra el poder en Argentina? ¿Dónde está? Hay que agarrar al dólar, domar el dólar. Si todo puede organizarse por este debate es porque en Argentina todos opinamos con la soga al cuello, miramos de reojo a cuánto cotiza el blue. Se nombra la soga en la casa del ahorcado. ¿Cuál sería el precio en el cual ese mercado paralelo se equilibra? ¿Qué dimensión tiene ese mercado que nos enloquece? Entra el economista Martín Kalos y dice que este exceso de demanda es una profecía autocumplida. Leamos a Kalos: “Se está autovalidando la suba a partir de que todos los días sube. Si sube todos los días, entonces espero que mañana suba; entonces hoy está más barato que mañana y entonces demando hoy. Esa profecía autocumplida de creer que va a subir y, por lo tanto, hacerlo subir, en un mercado muy chico como el del dólar blue, juega. En otro contexto esto lo definiríamos como una burbuja financiera con un componente altamente especulativo porque no hay un número que indique que el dólar debería valer esto”. La cuestión es cómo se pincha esa “burbuja”, o si antes de que se pinche podría terminar distorsionando el resto de los precios de la economía a partir de jugar contra las expectativas de que esta suba del precio (en un mercado ínfimo, como marca Kalos) juegue sobre la expectativa de que el oficial también tiene que moverse.

No vamos a devaluar, no vamos a devaluar, no vamos a devaluar. El gobierno repite ese mantra, la frase más sólida y constante de la comunicación oficial. Argentina se organiza sobre esa bomba de tiempo: el impacto que produciría una devaluación. Guzmán sostiene algo que debería grabarse en piedra: “Que la grieta tiene un costo económico”. Palabra más, palabra menos, que genera un clima de tensión política permanente que se amplifica y afecta las expectativas. Esta misma semana el ministro Matías Kulfas presentó su “encíclica económica”, lo que es, bajo la ambiciosa idea de “10 consensos para la reactivación y el desarrollo argentino de largo plazo”, una suerte de grito en el desierto para reorientar el caos. Es la oferta de un discurso sobre el grado cero de la economía que debería renacer de sus cenizas (frases con las que no se podría no estar de acuerdo). Decía Daniel Schteingart en un hilo de tuits en los que resumió estos mandamientos: “Hay vida fuera de la grieta y creemos que es fundamental cerrarla y encontrar miradas compartidas sobre el futuro”. El primer consenso dice “Necesitamos exportar más”. Así, los 10 consensos se orientan en la identificación de zonas de conflicto que organizan el debate económico para desarmarlas. Intentan subsanar con palabas que piden actos. “Ningún sector productivo sobra”, “es una falsa antinomia la del mercado interno versus el mercado externo”, “no hay política productiva sin dimensión ambiental”, “la apertura/proteccionismo no son fines en sí, sino herramientas pragmáticas”. Desarma y sangra por la herida de “falsas antinomias” para ver cómo es posible armarle un Norte a este país que no sea (solo) el sueño chico de acumular dólares. Del lanzamiento de estos “apuntes”, motorizados por el Consejo Económico y Social, participaron casi todos: más de 80 cámaras y gremios. Desde la CGT hasta la CTA, desde la UIA hasta el Consejo agroindustrial argentino, CGERA, CAMARCO, etc. No falta nadie cuando queda todo por hacerse.

¿Qué quieren?

En diciembre de 1983 Charly García presentó en el Luna Park “Clics modernos”. En varios momentos habló con el público. Está en Youtube el concierto completo. Pero en el minuto 22 dice: “El fútbol es como el rock pero peor. La gente se mata, cuchillos… estamos en democracia, que es lo que más quieren. ¿Qué más quieren? No sé, ¿qué quieren? (se lleva la mano a la oreja en gesto de oír) ¿Ustedes saben qué quieren? Díganme si saben qué quieren”. (El chiste de hoy sería agregar la voz del coro: ¡queremos dólares!) Pero la pregunta de Charly rebota y explota: ¿qué se hace con la libertad? ¿Era la libertad todo lo que querían? A Charly le gusta la democracia pero lo aburren las ceremonias de revivir un pasado pisado que combatió. García hizo el 83, es el otro bigote de ese año. En “Clics modernos” es constante esa ambigüedad por la incomodidad de no regalarle la primavera al bajón. ¡Volvieron los civiles! Pero que no vuelvan para hacer lo mismo que yo hice ayer. Charly quiere crear la época y no que la época lo cree a él.

Nueve años después, en diciembre de 1992, hay otro mundo. De las ilusiones democráticas quedan cenizas y vivimos el primer año entero en que la democracia gobernó al dólar. La otra transición democrática sin primavera: modernidad, consumo y desigualdad. El que depositó pesos se llevará dólares. Pero vuelve Serú Girán, como si salieran de abajo de la alfombra los fantasmas. Charly esa noche fue la piel de Judas del concierto. Dos River, un millón de dólares, el derecho libertario a hacerte rico. Los había mareado a Pedro Aznar y a David Lebón arriba del escenario. Ebrio, desafinado por momentos, olvidando estrofas, así, a los tumbos, y un poco así porque tenía que ser así, llega la “Canción de Alicia en el país”. En un libro descomunal que está por salir, Florencia Angilletta reconstruye éstas y otras escenas de Alicias, como el personaje de Norma Aleandro en la Historia oficial de los 80 (del que nombra: “la niña apropiada, y el ‘quién soy’ de su madre que no quiere ser apropiadora”). A esta saga las llama la de las “hermanas menores” de los 70, 80 o 90, para mostrar que “nunca hubo rock sin mujeres”. Hubo mucho viento durante la canción de Alicia esa noche de diciembre de 1992. Se les volaban los pelos, se caían los micrófonos, se enredaban los cables. La canción contenía todas las contraseñas con las que Serú Girán firmó el contrato con su público: no sólo la mojada de oreja por lo que la canción decía, sino por lo poco con lo que pudo eludir la censura. En el final del tema Charly se queda rasgueando la guitarra y alcanza a gritar un segundo antes de que se apague la luz: “¡Alicia vive!”.

Charly conectó con eso común (“se acabó ese juego”) y lo transformó en algo fuera de lo común. No hay lugares comunes en sus letras. Alicia vive llama Angilletta a su capítulo y dice: “En la boca de Charly García siempre está la Argentina”. Alicia vive, Charly también vive. Nuestra bestia pop cumplió 69 años. Eligió no morir joven para ser un joven eterno. Los países son invencibles aunque estén hechos de dólar y dolor blue. Si pasás el Himno Nacional al revés suena Eiti Leda.