“No hay que corrernos al centro, hay que ampliarnos al centro”. Lejos de un matiz semántico, la definición de Horacio Rodríguez Larreta en un zoom de Juntos por el Cambio expone su estrategia electoral. Se instala como la figura capaz de sumar sin descuidar al ala dura de Mauricio Macri y Patricia Bullrich. El diálogo con el que tanto insiste no se reduce a su voluntad de sentarse en una mesa con Alberto Fernández y Axel Kicillof, sino también a su habilidad para contener a los paladares negros del PRO que miran de reojo su afinidad con peronistas.

Hay dos disputas políticas que hoy se dan en simultáneo. Una es la central, que tiene a Alberto y Larreta avanzando en una autopista. Otras es la periférica, donde Macri y Cristina Kirchner confrontan en las colectoras. La agenda paralela de los ex presidentes cerró la semana con un intercambio de opiniones sobre el procedimiento en la quinta Los Abrojos.

“Persecución”, denunció Macri. “Fake allanamiento”, se burló Cristina. Pero Alberto y Larreta se cruzan en otro carril, en una batalla mucho más ligada a la gestión, que empezó con un cruce por la coparticipación -un tema que se trasladará al plano judicial y al Congreso- y arrancará su segundo round este lunes, cuando Nación previsiblemente rechace el protocolo de la Ciudad para que algunos chicos retomen las clases al aire libre en espacios públicos. Es un tema que escala y con el que las autoridades porteñas no quieren ceder.

La dinámica de las discusiones nunca va por senderos lineales, sino que se mezclan, chocan entre sí. Por eso Cristina ataca a Larreta y Alberto debate con el macrismo sobre la herencia recibida o sobre cuestiones abstractas como la “meritocracia”. Pero hay una diferencia fundamental: mientras que el Presidente se ve obligado -y tentado- a contrastar su gestión con la de su antecesor, Larreta eligió no perder tiempo en responderle a la vice. Se atrevió a ningunear a Cristina, reduciéndola a las discusiones periféricas con Macri. Una reacción que corrobora que la grieta solo se profundiza si hay voluntad de ambas partes en entrar en el juego. Pero Larreta no deja de ser funcional a la polarización, sino que definió que su único adversario será Alberto. Lo hizo porque comprende que la pelea con la vice sería un desgaste innecesario, que no aportaría nada a su objetivo inmediato: sumar “voto blando” de cara a las legislativas del año próximo. Un voto que sólo puede acaparar si confronta con el Presidente y lo empuja al extremo, acaparando el centro y obligándolo a circular por la colectora.

Cuando Alberto y Larreta se sentaron a tomar definiciones sobre el futuro del aislamiento, se extendió la sensación de que se parecían mucho más entre sí que al resto de los dirigentes de sus propios espacios. Larreta ofrece hoy al PRO la promesa de que es posible ampliar hacia el centro, una expectativa similar a la que simbolizó Alberto para el kirchnerismo. Por eso en el juego de Larreta será clave la posición que tome Macri, a quien ya muchos ven -pese a su recelo- dispuesto a correrse del rol principal pero también a hacer pesar su estructura en las listas. Hay otra sensación que también se extiende en la Argentina: si bien la sociedad sigue polarizada, entre los “hartos” de la grieta hay espacio para que crezca el voto moderado. El lema para ganar sería que, sin un extremo, no se puede, pero con el extremo solo no alcanza. Esa premisa será clave para que oficialismo y oposición construyan sus opciones de cara a las próximas legislativas.

Aunque más por inacción que por decisión personal, el quiebre de la mesa del AMBA fue un alivio con sabor a victoria para Larreta. La foto, que les concedió a los tres un crecimiento en imagen, posicionaba a Alberto como el equilibrio de dos extremos. De un lado Axel Kicillof, del otro Larreta. En el medio la moderación y el balance. Pero el propio Alberto fue el que terminó con esa imagen, discutiendo con Larreta y abroquelado al lado de Kicillof. La respuesta del jefe de gobierno porteño fue usar ese escenario que Alberto dejó vacante y, a partir de ahí, ganarse la atención nacional.

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La disputa por el centro que tiene hoy como protagonistas a Alberto y Larreta no sólo es “central” en términos simbólicos sino concretos. Una pelea que se lleva adelante en el AMBA -el centro motor del país- sobre problemas que atañen exclusivamente al AMBA. Mientras tanto, la situación de muchas provincias está desmadrada, con sistemas sanitarios colapsados. Porque si Dios está en todas partes pero atiende en Buenos Aires, la mayoría de los sanitaristas también. Y mientras se discute por un punto de coparticipación o la posibilidad de que los chicos porteños estudien en las plazas, hay una discusión “periférica” para las figuras centrales y tiene que ver con cómo golpea la pandemia, en el peor momento, a todo el resto del país.