Su amiga Elisa Carrió estuvo con él de campaña por Córdoba y, cuando el contador de votos se detuvo en 17,8% en las pasadas elecciones generales, lo defendió a capa y espada. Estridencia y denunciología no fueron suficientes: Mario Negri volvió a perder la compulsa por la gobernación mediterránea. La primera vez había sido en 2007 contra el mismo contrincante, Juan Schiaretti. Al final, Córdoba no cambia.

Para ensuciar al oficialismo provincial, dijo en repetidas oportunidades que estar “veinte años en el poder le hace mal a cualquiera, achancha”, cuando son treinta y pico los que Negri suma en cargos públicos. Paja en ojo ajeno, es diputado nacional vitalicio. Desde 1993 ocupa una banca en la Cámara Baja, salvo por los lapsos 2001/2003 y 2007/2011 —por esos años estuvo al frente del Comité cordobés de la UCR. Construyó desde allí una carrera que en 2013 resultó en la presidencia del bloque de la Unión Cívica Radical y en 2016 la del interbloque de Juntos por el Cambio, representantes del 0,02% de la población.

Fue uno de los fieles de Mauricio, con quien aún mantiene el diálogo. Pero Negri, como tantos otros, leyó el diario del lunes y hoy se propone “rearticular la principal fuerza opositora”, algo que en criollo tiene un poco más de punch: armar un macrismo sin Macri. El rancho aparte es con “Mujer Coraje” Vidal —como la llama el propio Mario— y Larreta, que mide en alza en la provincia más antiK del territorio. Negri apela a “honrar a ese 40%” que rechaza el populismo como si fuera una peste bíblica.

Blanco sobre Negri

Nació en Entre Ríos en 1954, pero antes de cumplir veinte se mudó para estudiar derecho. En la Universidad Nacional de Córdoba comenzó a militar en Franja Morada, donde conoció a quien hoy es aún su mujer. Se graduó en el 79 y desde entonces, su lazo con el radicalismo es indisoluble. Del 83 al 85 fue presidente de la Juventud Radical —a nivel local primero, a nivel nacional después—, período que se superpuso con su primer cargo como Diputado Provincial por el Movimiento Nacional de Renovación y Cambio. Del 87 al 91 fue vicegobernador en el segundo mandato del carismático Angeloz.

Pero en la pasión radical —mi matrícula está a disposición— no es todo jolgorio. Negri se sacó los ojos con el mendocino Cornejo en la disputa por la conducción de los bloques legislativos, con el aguante del jujeño Morales. Ahora, se reaviva la llama con la excusa del calendario electoral por la renovación de autoridades en Córdoba: hay internas para hacer dulce.

Pese a conocer de primera mano las acrobacias del quórum, Mario Negri se chivó fulero cuando el febrero pasado el oficialismo sentó a Daniel Scioli en una de las bancas para tratar el proyecto de ley de reforma de las jubilaciones de privilegio. La protesta no se acotó a los muros del Congreso y siguió en los medios donde esgrimió que el motonauta “en Wikipedia figura como embajador”. Nadie le avisó por cucaracha que le pegara una leidita rápida a la entrada que le corresponde antes de tomar la enciclopedia online como la verdad revelada.

El hincha del Pirata anda cruzado con Sergio Massa desde que se instalaron las sesiones telemáticas. Primero a favor, luego muy en contra, Negri hizo berretín para volver a presenciales porque “hasta en la guerra funcionaron las instituciones”. La semana pasada otra vez: el radical acusó al Presidente de la Cámara de quebrar el acuerdo de labor parlamentaria, de no conceder a todos los diputados el mismo trato. Faltaron el vermú y las papas fritas para coronar ese good show.

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En tanto, en Córdoba se preguntan por qué la UCR ha premiado tanto a Mario Raúl, incluso a nivel nacional. “Negri es negrista”, dicen desde las sierras, “un sobreviviente de la política”. Secreto a voces: fue el peronismo el que lo hizo entrar a la municipalidad para laburar de zorro gris. Si antes andaba a silbatazo pelado para ordenar el tránsito, hoy su tarea es complicárselo en el recinto al FDT.

“Gran vendedor y orador”, agitador de banderazos, en su banca se apayuca y acaudilla, aunque se permite también emocionarse en público. Negri lloró en el Congreso de la Nación al evocar la victoria de Raúl Alfonsín aquel 30 de octubre de 1983. En eso se parece a Alberto Fernández, “el comandante de esta batalla”.