Son tantas las notas no escritas sobre la frustración que genera Mauricio Macri entre los grandes empresarios que podrían llenar las páginas de un libro negro. Es lógico que no se difundan en las plataformas que están para sostener al Presidente pero no deja de ser un desperdicio en el país del ajuste. Más allá del resultado de octubre, la decepción del Círculo Rojo con el ensayo amarillo sería de lo más ilustrativo para narrar el fracaso oficial. El abismo entre lo que se esperaba y lo que muestran los datos del INDEC sobre inflación, consumo, recesión y empleo; esa noticia que no se puede contar, aunque sea capaz de traer consecuencias electorales.

Salvo para los valientes, la desilusión es un dolor difícil de explicitar por al menos dos razones: primero, porque Macri todavía figura como competitivo ante la ausencia de alternativa para el antikirchnerismo y puede, tal vez, quedarse cuatro años más. Segundo, porque implicaría aceptar la magnitud del error propio en los que creyeron y obligaría a la autocrítica, una palabra también prohibida entre los que casi nunca pierden.

La paradoja gatilla lindas escenas: sindicalistas que llamaron al paro la semana pasada tienen que hacer de psicólogos de dueños, a los que ven más seguido que a sus propios afiliados. Son pocos los que, como el salteño Jorge Brito, cargan con el rencor jurado del Presidente y cuentan, al mismo tiempo, con la posibilidad de plantar dos candidatos en las elecciones que vienen. Para el resto, es Macri o confiar en que el elegido de Cristina Kirchner hará su propio juego, aún después de ser empoderado.

Más allá del resultado de octubre, la decepción del Círculo Rojo con el ensayo amarillo sería de lo más ilustrativo para narrar el fracaso oficial.

Es probable que el ingeniero sepa del desencanto por la cuna de la que proviene y porque le gusta enterarse de las conversaciones ajenas, empezando por las de sus propios ministros y funcionarios. Pero las carencias del rival no alcanzan para justificar el optimismo que emana del primer piso de la Casa Rosada, mientras la compañía de Macri en la fórmula no aparece. Que Juan Manuel Urtubey hable de cero chance, que Juan Schiaretti se haya ido de vacaciones y que Miguel Ángel Pichetto siga pendiente de Roberto Lavagna sugieren que hasta el peronismo más amigo prefiere evitar a Macri como líder. Más importante todavía es que Ernesto Sanz mantenga firme su rechazo a volver a la función pública y no quiera ofrendar su cabeza en la picadora de carne de Cambiemos. Por eso, se hablará hasta el último día de Martín Lousteau y María Eugenia Vidal seguirá siendo convocada para un Plan V de resurrección. Alguien tiene que conseguir los votos que Macri perdió.

Que Marcos Peña reclame en privado más ayuda y más compromiso a los periodistas amigos puede ser indicio de la degradación oficial o de que el gobierno corre el riesgo de caer en lo que antes criticaba: cazar en el zoológico de los propios. De ahí la estrategia de filtrar a través de WhatsApp una euforia del vamos bien que, en boca del Presidente, no conmueve a ningún indeciso.

Como aquella Cristina Kirchner que en el poder se enfrentó hasta el final con Hugo Moyano y los sindicalizados que pagaban Ganancias en un esquema económico agotado, la decepción de empresarios y clases medias altas con Macri puede llevar a la derrota a un proyecto que fue de lo más ambicioso. La sola fuerza del agronegocio no alcanza para salir de la dinámica de la crisis y el déficit cero. Como la prescindencia territorial de Schiaretti, la artillería del Grupo Clarín ante el cristinismo de la conciliación tiene fecha de vencimiento: será dificil que se sostenga si Cambiemos vuelve a quedar a la intemperie.

Como la prescindencia territorial de Schiaretti, la artillería del Grupo Clarín ante el cristinismo de la conciliación tiene fecha de vencimiento: será dificil que se sostenga si Cambiemos vuelve a quedar a la intemperie.

Las elecciones de hoy en San Juan y Misiones asoman como nuevas derrotas, pero como siempre el drama del país unitario está en una provincia de Buenos Aires que no para de crecer en densidad y voltaje. Ahí, donde Vidal y Cambiemos lograron su milagro de época, ahora le ven de cerca la cara a la derrota.

El escenario que menos deseaba la Casa Rosada parece camino a consolidarse: un Sergio Massa en confluencia con los Fernández y un Roberto Lavagna que persiste en robarle votos a Macri. Pese al ánimo renovado, para el comando de la oposición mayoritaria la preocupación es doble. Primero, porque hay que garantizar el apoyo necesario para ganar en primera o en segunda vuelta. Segundo, porque la austeridad a lo Pepe Mujica puede ser un buen mensaje, pero no basta para gobernar. Tampoco abrir un bunker de campaña como el que Fernández tiene previsto inaugurar sobre la calle México, a unas cuadras de Balcarce 50.

Hace falta armar una ingeniería para sacar a la Argentina endeudada de dos años de recesión, algo que no parece tan fácil, más allá de las invocaciones repetidas a un nestorismo virtuoso. Volver al ciclo de recuperación económica -y respaldo casi unánime- del período 2002-2006 es justo lo que venía a ofrecer Lavagna. Todos quieren retornar a ese pasado de salvación que, por una pila de razones, ya no está disponible. El exjefe de Gabinete anuncia que viene a sacar de la pobreza a los millones que Macri hundió en la marginalidad, pero también promete cumplir con acreedores, fondos de inversión y asumir la deuda monumental que deja el exsocio de Trump. No alcanza con la vocación para pagarle a todos.

Es temprano para frustrarse por algo que todavía no es, pero ya se sabe que nada será fácil. Señalada tantas veces como culpable, Cristina Kirchner es la única que se siente liberada: la expresidenta piensa que hizo todo lo que le pedían. Ahora, dicen, su prioridad es volver a ocuparse de su hija.