Sabe a poco el tono optimista con el que la conducción económica celebra la desaceleración en el índice de precios al consumidor, que en abril mostró una suba de 3,4%, alcanzando un demoledor 55,8% en los últimos doce meses. El Gobierno se encamina a cerrar su mandato con un legado que no imaginaba: entregar agravado el problema que era "más fácil de solucionar".

Si bien es importante este cambio de tendencia, debe consolidarse en los próximos meses para poder hablar de una recuperación moderada en el sendero de des-inflación del ya muy lejano 2017.

Pero mayo, a priori, no mostraría una consolidación segura de este rumbo, dado que en el mes ya se cuentan aumentos del 5% en combustibles, 33% en peajes, 27% en agua y 4% en electricidad; aumentos que siguen presionando los costos de familias y empresas, horadando los ingresos reales de las primeras y estimulando la remarcación de listas de las segundas.

Desde la macro, las herramientas para combatir la inflación tienen la lengua afuera. El esquema de agregados monetarios arbitrado por tasas (repetimos casi cada semana en este espacio) es cada vez menos eficiente para lograr sus objetivos de contención inflacionaria y del tipo de cambio, al tiempo que es un gran negocio para quienes pueden aprovecharlo.

A la vez, el esquema cambiario con las nuevas modificaciones y permisos de intervención por parte del FMI mostró su poder de fuego en estas semanas, pero ¿cuántas reservas nos puede salir un dólar tranquilo que no impacte en la inflación y en las expectativas de agentes económicos/votantes?

Aunque el futuro muestra que serán menos necesarias correcciones tarifarias y financiamiento monetario del déficit (al menos en el horizonte cercano según el único punto del acuerdo con el FMI que se cumple dogmáticamente), la fragilidad de nuestra economía ante shocks externos condiciona el tipo de cambio futuro, cruzado por la incertidumbre de agentes del mercado, ahorristas e inversores.

Y esto implica que la inflación puede tener nuevos capítulos atados a este factor. No vamos a gastar demasiado espacio en explicar la idea de que las depreciaciones cambiarias son inflacionarias. Para el que aún no lo crea, simplemente puede repasar las incidencias económicas de 2014, 2016 y 2018.

Es que la inflación no es el problema en sí mismo, sino el síntoma de nuestras fallas de raíz. Es la fiebre que manifiesta otras enfermedades, como señala la economista Victoria Giarrizo en Atrápame si Puedes, su libro apto para todo público sobre la inflación en argentina. Y la falta de dólares es un problema crónico de nuestra economía que tiene una cara inflacionaria.

¿Inflación? Lo más fácil de solucionar

En este sentido, a corto y largo plazo los desafíos en materia de inflación son múltiples. Las cargas de vencimientos de deuda en dólares que presionarán a nuestra cuenta corriente en años próximos, el inquieto escenario internacional con episodios de tensión comercial severa entre potencias y, más cerca en el tiempo, el fortalecimiento del dólar en el plano internacional y la baja del precio de los commodities son todos elementos que inciden en nuestro devenir económico y en la evolución de nuestros precios, influenciados por expectativas, decisiones, emisión monetaria, aumentos de costos y, en definitiva, los problemas de competitividad de nuestra economía.

En la medida que el foco no sean los problemas estructurales y nos concentremos solo en el síntoma, el margen de maniobra para hacer una política económica efectiva seguirá reduciéndose y seguirán acumulándose tensiones.

Lo más fácil de hacer, pareciera, no es bajar la inflación, sino encerrarse en los discursos dogmáticos a ambos lados de la grieta, que conquistan oídos pero que no resuelven problemas.