Hay una ciudad que no se preocupa, en la que hay fiestas en las que pone cumbias deformes Dick El Demasiado. Es un ladrón de gallinas pero la gente se mueve, me dice Castiglione.

Estamos sentados en un banco a la nochecita en Plaza Francia. Le digo que me cuente la fiesta, me dice que este sábado hay una acá que va por las ciudades del mundo. Le digo que por ahí voy, pero no voy a ir. Ahora me quedan lejos las fiestas para bailar en trance con los poros abiertos de la piel de la espalda.

Enfrente de la iglesia del Pilar hay una estatua de un ángel caído que se tapa la vista para no ver la cruz. En el medio hay una plaza con bancos para sentarte. Hace varios años que con Castiglione nos sentamos cada tanto a conversar. Hace frío y tiemblo un poco.

Todos fuimos al cumpleaños del Psicópata. Creo que había que estar por cuestiones miserables vinculadas al interés y también para no dejar solo a un niño que no siente. Reservo unas mesas en Il Ballo. No me gusta nada, pero lo tibio de la música y el color de los manteles ayudaban. El Psicópata finge afecto con todos y cada uno. Tiene un file de gestos particulares, de cosas vividas juntos, de chistes viejos que permanecen. El Psicópata no sobreactúa cuando te abraza y te parte el alma a temperatura freezer que no entienda el momento donde se conecta en un abrazo normal.

El Psicópata sabe que yo sé que es un espectador en el mundo. Lo más cercano a sentir que le sale es un eco imaginado de estar triste. Pedí burrata, lo quise el doble en el dia de su cumpleaños, le llevé una caja grande de lengüitas de setenta por ciento cacao de Elite. El Psicópata no tiene emotions pero tiene sensaciones: el único amor posible en su vida es la sensación arenosa del chocolate puro en su boca o, me imagino, las cosquillas de pileta en enero en la punta de la pija de cuando estas por acabar.

Bruno, el bartender del NH City, no tiene opinión sobre cuál es la hora prudente para tomar un Gin Tonic, pero antes que simpatizante del cliente se debe a la coctelería y sirve la cantidad correcta de Gin para que el trago sea una experiencia civilizada, a las once de la mañana o a cualquier hora.

Vengo al NH a usar las computadoras de un business center olvidado. Quedaron dos computadoras que funcionan sin acentos ni teclado seteado en espaniol. Nadie las usa y Bruno trae Gin Tonics moderados.

En el piso 15 del edificio Comega el Doctor Insólito me dijo que esta es la hora de los guerreros tradicionales. Vienen los meses de la gente dura, de los que saben separar lo que importa y duele de lo que estorba y molesta. El doctor Insólito me asesora en mis asuntos judiciales menores pero despues no me deja invitarle el salmón con vegetales, el puro, los bombones y los cafés. Me invitás otro día, me dice. Le da pudor el dinero de los pobres, entonces dejo que me invite él.

A la mañana, en La Biela, Ricardo Andrade no podía evitar ensuciarse la barba tupida con mermelada de durazno. La manera de avisar que le vas a dar plata a uno es usar el modo imperativo, me dijo. Tenés que decir ¡voy a traerte un presente! y después le llevás un sobre con guita, me dijo. Ricardo canta un ritmo de cumbia para decir que es El Sobreseído, que es un personaje menor buscando favores para agradecer con plata. Dice que lo que tiene mayor dignidad es la prestancia del sobre A5, que a veces entrego unos mangos dentro de una revista Gente abrochada en los bordes, que a veces la plata es lo que vuelve sólida una amistad construida de antes y que otras lo que construye es las ganas de encontrarse en el acto mismo de coimear.