Tal vez el escenario exitoso en el que pueda evitarse una crisis después de la crisis no sea uno solo entre catorce millones posibles; pero lo cierto es que las condiciones que van moldeando el contorno de la economía argentina son cada vez más exigentes, al tiempo que se reducen los grados de libertad para dar vuelta las cosas. Con la autorización del FMI para que el Banco Central tenga poder de fuego en la ya ahora mal llamada “zona de no intervención” y la caída de vencimientos desde este mes con organismos internacionales y bonistas, se inició el “Endgame” de la economía del primer mandato de Cambiemos. Y los márgenes de este juego final están limitados por factores externos e internos que van más allá de lo que los diez puntos del difuso consenso lanzado por el gobierno establecen como acuerdos.

Entre los factores externos, a la suba de la tasa de referencia internacional (y por ende encarecimiento del dólar), ahora se renueva la presión sobre las economías emergentes (nosotros incluidos) ante un nuevo capítulo de las amenazas de guerra comercial entre Estados Unidos y China. La incertidumbre que esto genera hace que los inversores sean menos propensos a asumir riesgos y muevan su dinero de inversiones que prometen más rentabilidad pero son menos seguras (nosotros) hacia opciones que brinden mayor seguridad (bonos de países mejor calificados y más estables o, incluso, oro u otros activos menos susceptibles a variaciones sorpresa). Estos movimientos le ponen presión al tipo de cambio, como quedó a la vista semanas atrás con el salto del dólar a $46. Que el impacto en argentina sea mayor que en países vecinos o comparables se explica por lo expuesta y frágil que quedó nuestra economía luego de tomar deuda por USD 188.000 MM en tres años y tras una corrida cambiaria de siete meses como en 2018.

Para responder a las posibles incidencias de este escenario, ahora el Central cuenta con la autorización para utilizar reservas para contener el tipo de cambio. En contra de lo que el staff técnico del FMI originalmente dispuso, reservas con origen en deuda hoy pueden contener corridas o lo que puede interpretarse, en una lectura maliciosa/simplista, como financiar la dolarización de carteras del mercado o las compras de turistas argentinos en el Corte Inglés de Plaza Catalunya. Esta herramienta se suma a la política de agregados monetarios, con la que la conducción del BCRA se vio obligado a convalidar tasas cada vez más altas (74%), cuya efectividad para estabilizar y evitar dolarización se vuelve menos efectiva, mientras sí logran estrangular el financiamiento de PyMEs y personas.

Estas presiones sobre el tipo de cambio condicionan, ya sin lugar a discusión, el ritmo de la inflación que se espera para las estadísticas de abril a publicarse esta semana nuevamente en el orden de 4%. Ya la previsión de las consultoras especializadas hablan de un 40% de inflación para 2019, un nivel muy alto tomando en cuenta el fuerte ajuste del 2018. Una inflación que no afloja a su vez retroalimenta presiones cambiarias, en loop, al tiempo que erosiona los ingresos, principalmente de las clases medias y bajas.

Y este aspecto es determinante en el contorno de las condiciones internas. La economía real está cada vez más exigida y la actividad empieza a dar muestras de un nuevo acuse de recibo de las zozobras de los intentos de estabilización. La industria manufacturera cayó 11,1% en el primer trimestre del año y se interrumpieron los crecimientos intermensuales de enero y febrero, prematuramente celebrados como “el piso de la crisis”. En una economía donde la actividad no recupera, la desocupación presiona y la pobreza aumenta, los salvavidas oficiales de créditos para beneficiarios de AUH y jubilados tienen sabor a poco y serán fiebre solo en la previa de las elecciones. Luego de octubre, solo quedará deuda.

En este camino angosto, con poco margen de maniobra, se juega el “Endgame” argentino. Sin la esperanza de que un grupo de superhéroes intervenga, porque esto al fin y al cabo es lastimosamente la vida real, la agenda política hoy se centra en diez puntos que son meras consignas, que no atienden las urgencias acá explicadas, que ni siquiera se explican a sí mismas y cuya enunciación es, cuando menos, incompleta. Como escribiría Diego Genoud en este espacio, el día esta perdido.

Leandro Mora Alfonsín es Economista (UBA), Docente UBA, UCES y UNGS. Twitter: @lmoraalfonsin