En las elecciones legislativas de 2017, Cambiemos obtuvo una gran victoria a nivel nacional. Se impuso en 13 distritos y el triunfo más importante fue en la provincia de Buenos Aires, donde derrotaron a la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner. Pero también se le sumaron algunos de mucho valor en lo simbólico como Córdoba, Salta y Neuquén.

A partir de ese momento, el oficialismo se llenó de entusiasmo. La aspiración principal en esa coyuntura era que la topadora amarrilla arrasara en 2019 en todas las gobernaciones en manos del peronismo. Sin embargo, el plan aplicado por el presidente Macri luego de la victoria de 2017 dio por tierra esa ilusión.

Primero, la aprobación de las reformas previsional y tributaria que supusieron un ajuste brutal a los jubilados y a las provincias. Ese fue el punto de partida para que la imagen de un presidente que venía dulce comenzara a caer estrepitosamente. En segundo lugar, la gran devaluación, el récord inflacionario, la consecuente caída de la actividad económica y el regreso al FMI terminaron por erosionar la intención de voto de Cambiemos.

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No obstante, a pesar de este cuadro negativo, a comienzos de 2019 el oficialismo todavía soñaba con ganar un puñado de gobernaciones –además de retener las propias. Neuquén estaba apuntada como una de las provincias en las que se podía dar una victoria con la candidatura del radical Horacio Pechi Quiroga. Pero pasaron cosas.

Las encuestas marcaban un cierre un poco más apretado pero la maquinaria del Movimiento Popular Neuquino, que no pierde una elección desde 1962, logró un primer lugar cómodo. El segundo lugar fue para Ramón Rioseco, el candidato de Cristina que había logrado la unidad del peronismo en la provincia. El tercer lugar, con una muy pobre elección fue para Quiroga, el candidato de Macri.

En este marco, el único consuelo que encuentra el kirchnerismo es la pobre elección de Cambiemos. En el mismo sentido, Macri se conforma con el mal menor: que no haya ganado el candidato de Cristina. Viendo el panorama electoral que asoma en otras provincias, parece ser la nueva estrategia que utilizará el oficialismo de cara a octubre. Festejar derrotas ajenas.

Recalculando: de la topadora amarilla al festejo de triunfos ajenos

El próximo 7 de abril se viene la elección en Río Negro en la que el gobernador "amigo" Alberto Weretilneck se juega la reelección frente al kirchnerista Martín Soria. Cambiemos corre de atrás y no tiene chances de disputar un triunfo. Por eso apuestan a la victoria de Weretilneck y que la noticia, en lugar de ser "una nueva estrepitosa derrota de Cambiemos”, sea "otra victoria de un aliado al gobierno nacional”. Maravillosa jugada.

Sin embargo, esa mediocre estrategia puede salir mal en Rio Negro, ya que la candidatura del Weretilneck se encuentra judicializada. Si la Corte Suprema se decide por frenar su postulación, Soria tendría el camino allanado para lograr el triunfo.

Todo parece indicar que la misma estrategia se utilizará en todas las provincias donde Cambiemos no cuenta con chances de vencer. Y no son pocas. La euforia post electoral de 2017 se fue apagando al ritmo de que el ajuste fue creciendo. La topadora amarilla está recalculando y ahora apuesta por el mal menor. Todo un síntoma de cara a octubre.