“Hay que poner el hombro”. La crisis cambiaria desatada en 2018, que el Gobierno aun insiste en graficar como algo fortuito, ajeno a su capacidad de respuesta y que enterró las promesas del primer mandato de Cambiemos, logró pacificarse a partir de octubre a fuerza de una política monetaria rígida del BCRA que con tasas elevadas encauzó al dólar en el inicio del año electoral. Sin embargo, los efectos de esa crisis, que puso en evidencia las fragilidades de la economía argentina, cerró el 2018 con inflación récord desde 1991 y nos condujo a un acuerdo con el FM que aceleró el ajuste sobre una economía en recesión, muestra en los últimos meses sus efectos más notables sobre la economía real: el consumo y la producción. El presidente invita a los argentinos a poner el hombro para alejar un 2018 para el olvido, pero no se observan medidas que ayuden en la transición de este desierto. Sacrificio, solidaridad y paciencia como hashtags de la ausencia de amortiguadores en los volantazos de política oficial.

En este marco, la industria manufacturera fue el sector más afectado por el cambio de ciclo económico. Ayer el INDEC estrenó un nuevo indicador mensual industrial, el IPI, que incorpora una desagregación más detallada de sectores industriales analizados. Cuestiones metodológicas al margen, el debut no podría haber sido más deslucido desde los resultados: la industria argentina mostró un retroceso del 14,7% interanual en diciembre y cerró el 2018 con una caída acumulada del 5%. Desde mayo, se acumulan ya ocho meses de bajas ininterrumpidas y el panorama es negativamente parejo para todo el entramado industrial: el 81% de los sectores mostraron caídas en su nivel de producción. Solo las industrias metálicas básicas (acero y aluminio) y el sector automotor cerraron el año en terreno positivo y, aun así, sus números responden a la performance de la primera mitad del año. En diciembre estos sectores registraron caídas del 21,3% y el 25,1% respectivamente. Sin siquiera estos amortiguadores, la industria se prepara para mostrar continuidad de resultados en esta línea durante el primer trimestre del año.

Las ramas industriales más afectadas son las orientadas al mercado interno, eminentemente PyMEs. La caída del consumo y la también brutal caída de la construcción (obra pública y privada) son los principales factores explicativos del retroceso de textiles (-36,3% en diciembre y -10,7% en el año); muebles y colchones (-37,5% y -11,5%); maquinaria y equipo (-29,4% y -18,4%);  y otros equipos, aparatos e instrumentos de la industria metalmecánica (-31,4% y -18,3%). Las magnitudes de las caídas son notables en estos sectores, pero también llaman la atención contracciones en áreas clave como alimentos y bebidas (-2,8% en diciembre y -1,5% en el año), que dan cuenta de que la crisis no solo es patrimonio de la baja del consumo en productos postergables, sino también en los de primera necesidad, que -a su vez y como bloque- no pudieron compensar la caída del mercado interno con un mejor dólar para exportar.

Este escenario estrangula la ya decadente rentabilidad de las PyMEs industriales que ante la caída del consumo y el aumento de costos (financieros con una tasa de interés elevadísima, tarifarios y de insumos atados al dólar) no tienen margen de maniobra para la inversión ni para hacer girar la rueda del capital de trabajo. En este marco, las PyMEs se ven obligadas a liquidar stocks por debajo de umbrales mínimos de rentabilidad para cubrir huecos financieros de corto plazo, lo cual se vuelve un círculo vicioso que redunda en menor uso de su capacidad instalada, suspensiones y despidos. Ya se perdieron más de 100.000 puestos de trabajo en la industria. En el corto plazo, alarma la falta de iniciativas de parte del Gobierno para ayudar a las empresas a llegar al otro lado de la orilla de la crisis. Sin financiamiento, sin estímulos fiscales, sin apuntalar el consumo, las perspectivas son de continuidad de la caída industrial.

¿Por qué es importante dimensionar esta caída de la industria? Porque como sector de la economía guarda una importancia fundamental. La industria manufacturera es, con más de 1.200.000 puestos de trabajo y casi el 20% de la población económicamente activa, el principal empleador, el que paga mejores salarios y el que presenta menores índices de informalidad. Cada puesto industrial directo genera, además, 2,5 indirectos. La industria genera conocimiento e innovación, fortalece las capacidades de sus recursos humanos y dota de alternativas de inserción internacional diversas a nuestra estructura productiva. El problema no radica en el retroceso industrial puntual de 2018 que, si bien es de una magnitud inédita, no deja de ser la frutilla del postre de un proceso que desde 2012 muestra estancamiento (y ahora caída) en este importante sector. 

Estructuralmente, hay un camino enorme por recorrer y alarma la falta de norte estratégico del Gobierno. No solo no hay iniciativas de corto plazo para atravesar este momento, sino que en el largo aliento se carece de una política industrial integral que busque una inserción inteligente de Argentina y sus sectores productivos; a contramano de lo que hacen los países desarrollados. En un mundo donde el 72% del comercio internacional se explica por bienes manufacturados y cada vez pesan más los intangibles que engarzan industria con servicios, Argentina tiene la capacidad, la historia y la estructura para jugar un rol más preponderante. Apoyar el ajuste y las consecuencias de las crisis autoinfligidas en el hombro de los sectores productivos tiene un límite: que ese hombro se disloque, pierda resistencia y deje de alcanzar con volver a acomodarlo en su lugar. Necesitamos el hombro de la industria no para sostener el peso de nuestras crisis, sino para que sea la base de empujar nuestra economía hacia adelante.

* El autor es economista (UBA) y docente (UBA, UCES y UNGS). Twitter: @lmoraalfonsin