El humor en general es un género que me genera pudor británico. Humor político, humor de Verdaguer, del que queda mega gustar. El humor de un boludo vestido con una remera negra de cuello redondo, en un escenario, encegecido por un reflector que no le deja ver a un público que está medio comprometido a reírse de unos chistes o little witty things que el señor está medio comprometido a hacer con gracia. Pudor.

Por supuesto, se vive en permanente estado de pudor británico por la manía de la gente de gustar de discutir en vez de conversar. Es más lindo que tenga razón el otro: uno siente la frazadita tibia del pudor británico abajo del aire acondicionado de la no confrontación.

El pudor británico, en su momento carne viva, prefiere la autoflagelación de la ironía en vez de la queja. La queja es un pedido de ayuda con estática que transmite mal. Dentro del pudor británico está la técnica ninja de pedir muy cada tanto, grande y cuando se tienen acumuladas suficientes fichas.

Entre las cosas más elegantes del pudor británico está saber recibir ayuda con alegría y sin vergüenza cuando uno necesita. En las familias patricias empobrecidas por la falta de habilidad para hacer plata y facilidad para criar mil hijos se agradece con la frente alta cuando alguien te pasa una campera que no usa más.

En el Common Law, una de las fuentes del Derecho inglés que de después cruzó el charco. La posesión efectiva, estar parado arriba de la cosa, te da la mitad del derecho de que sea tuya. Muy sagra pero eficiente a la hora de expandir fronteras territoriales y económicas.

El pudor británico que me hace sentir que si tanto les gustan las Malvinas que se las queden y listo. El pudor británico te hace preferir una vida con la libertad de tener muy poco.

Una regla básica del pudor británico indica que el estilo es algo muy personal entonces no hay nada para decir sobre cómo elige vestirse la gente. Pero, men, por favor jogging no. No hay ninguna buena razón someter a los otros a la insinuación de las formas cachetonas de tu cuerpo.

Por pudor británico se tienen solo dos valijas de ropa. Azul, celeste, blanco, gris, pinzaditos Kevingston de fajina. Los colores de la Caballería y de la Fuerza Aérea. Los soldados, que galopan, que aceleran, para morir atrapados entre fierros.

Por pudor británico hay que inventarse una teoría fantástica de la vida que te concentre en utilizar mejor el tiempo del videogame que se acaba. Se mira con un poco de fiebre para adentro lo increíble del mundo que cada dos minutos queda interferido por el plano raro de mirarlo golpeado y desde el piso.