Mejor viaje en taxi del mundo. Robertito me dijo que esté el viernes a las once cuarenta en la barra del bar del Alvear para que un señor me diera 350 gramos de Trotyl. Que se lo tenía que entregar antes de las dos en Palermo a la mujer que tiene enchufe con lo que hay en Paris en moda y acá jodete no se consigue.

Viernes y ese plan. No pregunté nada más porque solo hay que preguntar lo necesario para hacer lo que hay que hacer. En la barra estaba el señor. Tenía un bolso y no una bolsa. Dije la puta madre y pedí un sandwich de crudo y brie para llevar y una torta de chocolate pero fria, no tibia, para que llegue en buen estado. El mozo es un muchacho de barrio en saco rojo del imperio británico en la India, con 10 años de Alvear, es el mozo de la hospitalidad perfecta, no afectada de manera snob, como hacen en otros hoteles poniendole freno de mano a las palabras cuando hablan.

Cuando vino el pedido en una bolsa dorada en lo que lo más lujoso era la densidad y el tamaño perfecto del cartón puse adentro además el puto trotyl envuelto en papel de aluminio, como un pedazo de matambra kaboom, para que sea cómodo viajarlo.


Tomé una Meriva en Ayacucho para que retome por Libertador. El señor tenía los razgos aplanados de los indios fuertes de la Pampa. En la radio un comentarista deportivo dijo algo muy lindo que había dicho Anatole France, no me acuerdo qué, por cómo lo dijo quedó claro que Anatole France era un tipo. Me vengo a enterar que Anatole France no era una mujer, dije y ya bajábamos hacia Libertador por Plaza Francia. Yo también dijo el taxista. Me dijo que Anatole France es una calle en Avellaneda, le dije que mis padres son de ahi, hablamos de calles en Avellaneda y del tren que va por arriba y que corta Mitre y Belgrano y las calles paralelas.

Cuando tenía 13, yo jugaba con el Perro Tortonese a tirarle piedras a los autos que pasaban por abajo y cuando un auto frenaba para vengarse corriamos por las vías que eran amarillas porque estaban montadas sobre arena y era verano.

Anatole France hace una curva y enfila para el lado de Gerli, no tiene nada en especial, es una calle de barrio.

Cuando llegamos al edificio de la mujer con contacto en Francia le pregunté al taxista si no me hacía el favor de hacer la entrega él. Le dije que la mujer era mi novia y que me daba vergüenza entregar yo un almuerzo lujoso de viernes, pero la verdad es que solo la vi una vez, de lejos, y no quise mirar. Tenía un vestido largo y verde muy lindo que no se pasaba de lindo.


Volvimos al centro. Hubiéramos puesto el bluetooth pero siempre es imposible, es más fácil, hacer de mulo para llevar de un barrio a otro un cacho de cosa prohibida. Almorcé en la barra de un bar que no digo para no quemarlo al barman, que está viejo y se olvidó de hacerme el Pisco Sour. No le dije nada para no hacerle notar la declinación y la ruina. Vi lo inevitable de la declinación y la ruina. El Maitre me preguntó si reclabamaba el Pisco y yo dije no, que prefería no hacérselo notar, como también lo quiere le pareción bien; el señor tiene la cabeza llena de pelos cortos y afilados como un erizo.

Fui a fumar a la plazita de la AFIP con un amigo de familia radical pero más práctico. Quisimos comprar dos cocas en un kiosquito pero no había nadie, nos las llevamos igual. Hablamos sentados al sol, justificando el ritmo lento en la hora pico oficinista, diciendo que mejor ganar menos pero tener la vida que uno quiere, por la ciudad, trabajando con personas agradables.

Cuando volvimos al kiosco había aparecido un adolescente en coma masturbatorio que lo atiende, pagamos las cocas y seguimos. Por San Martín a Santa Fé el sol entraba amarillo y caliente de las cinco de la tarde por las laterales. Hubiera doblado en Corrientes, pero no se podía porque no se podía ver nada.