Mi amigo policía se llamaba Hulk Montiello. Todavía estoy en la edad en la que se tienen pocos amigos muertos. A veces, de la nada, me dan ganas de llorar por Hulk.

En el 97 empecé a trabajar doce horas por día con Cavallo. Hablaba con periodistas, llevaba los dos movicones -uno para llamar y otro para que llamen-, me sentía incómodo como adentro de un traje más grande que yo.

Cavallo había denunciado a Yabrán en el Congreso dos años antes. El Ministerio del Interior le ponía un auto con un subcomisario y tres suboficiales. Los policias trabajaban un día sí y dos no. A los 24 empecé a tratar con 12 policías.

Tenían un Renault 19, con el olor espantoso de la tapicería Renault chivada de más, y una ametralladora marca Ingram, que después, cuando nos hicimos amigos, me dejaban llevar en la mano en la ruta, descargada, después de que jodía mucho para lograrlo.

También había una Itaka con mango de pistola que llevaba el sargento Friendly en el asiento del acompañante. Moto a las dos, decía el sargento Friendly, cuando veía una moto acercarse por el espejo del auto.

Hulk Montiello tenía adentro el caballo de la autodestrucción. Al principio, en los años buenos, se puso de novio con una chica que ahora veo en Instagram y está igual de joven, con las mismas pestañas largas, con un marido y con varios hijos de Hulk que se parecen a él y yo quisiera abrazar.

Hulk y yo éramos parecidos. Los dos teníamos un problema molesto con la autoridad. La guerra de Hulk era con Cara de Lata, un subcomisario culón que estaba siempre sonrojado y tratando de agradar a los civiles.

En gira de campaña, Hulk llegaba un día antes ordenando la logística. En qué hotel íbamos a quedarnos, pero también en qué hospital había dos litros de sangre del grupo y factor de Cavallo.

Una noche llegamos a Córdoba y la habitación que tenía que compartir con Cara de Lata tenía una matrimonial. Hicimos el cambio a dos camas de uno. Cuando llegamos a Mar del Plata, Hulk me avisó que me había vueto a poner en una matrimonial con Cara de Lata. No dije nada y cuando subimos vi la cama. Con seriedad y buena onda, le pedí a Cara de Lata que todo bien pero que plis la corte.

Hunk Montiello de mi corazón, ahora en el cielo, Hunk Montiello mártir, tenía una forma de disfrutar de las maldades sin inmutarse, haciéndose el distraído, yendo a resolver el malentendido a la recepción de granito triste de ese Sheraton noventoso que se parece un poco al Nakatomi Plaza de Duro de Matar.

También me llevaba bien con otros polis. Pero eran policías amigos, no mi amigo polícia, ese era Hulk.

Cada un tanto me cruzo con el Sargento Trelles y me dice que todavía anda con fuerza en su quinta la heladera que le regalé cuando me fui a estudiar a Estados Unidos. La había comprado cuando vine a Buenos Aires a los dieciocho en un negocio de heladeras rectificadas en la calle Rincón al doscientos.

Tenía onda con el cabo primero Martini, muerto también, pero no se si tan en el cielo como Hulk, porque había matado gente. Martini era negro y duro, le gustaba Tambó Tambó y Charly. Siempre cantaba la que dice lleva el caño el caño a su sien apretando bien los dientes. Cierra los ojos y ve, todo el cielo en primavera.

Martini unos años despúes fue custodio del ministro poco aspecto que vino despúes de Lavagna. Una vez estaba durmiendo la siesta en el auto y se subieron dos ladrones atrás. Martini, que era zurdo y Billy the Kid, giró sobre si mismo y los mató. Eso salió en el diario. También salió en diario que una noche le quisieron robar cuando sacaba la basura, quiso desenfundar y lo mataron antes.

Hulk Montiello era la versión petisa de Bill Bixby ya enfurecido en Hulk: las mismas cejas, como un techito tupido, la misma frente de Neardental.

Una noche, años después de vernos todos los días, fuimos a bailar a Circus en San Justo. Hulk era amigo de la banda que tocaba, unos pibes que llegaron a la radio, eran como Maná meets Morrison.

Después fuimos a un bar que tenía un jardín grande y largo. Yo había tomado mucho LSD y veía al planeta entero en ese jardín. Esa noche Hulk me dijo que tenía que ir terminando la gracia psicodélica. Es de lo único que hablás, me dijo. Cuando amanecí, dos días después, empecé a cortarla.

A Hulk Montiello le dolía el mundo como les duele a los poetas.

La puta verdad es esta. Dios es un orden superior y bueno que no podemos entender, pero podemos ver las pistas. La distribución de talentos y hombros para llevar la carga está distribuida en el mundo con una lógica eficiente que hace que la cosa siga girando.

Hay abogados, maestras, gente justa olvidada de si misma, cagadores, gente que vino a la Tierra a sentir el dolor del mundo. Hulk era mi hermano por eso. Una vez me dijo que se había hecho policía para tomar helado gratis.

Lo que no sabía Hulk es que cuando estás en el mundo para sentir lo único confortable es resignarse, disfrutarla y estar en esa.

Hulk usaba la pistola Browning nueve milímetros reglamentaria porque no tenía más remedio que llevarla encima. Cara de Lata, en cambio, usaba una Beretta igual de cromada que su cara de boludo. El subcomisario Porota, que flashaba eficiencia y FBI, usaba una Glock Nineteen eficiente y desangelada como un trámite.