Escribo esta columna todavía un poco atormentado por la declaración de D’Onofrio echándoles la culpa a los jugadores de Boca por “no haber corrido las cortinas” del colectivo y así evitar los piedrazos de los hinchas. 

También me queda algo de vergüenza de la firma de Angelici en ese pacto de “caballeros” (por el amor de Dios) donde queda asentado que todo el conflicto se debió a una piedra. Una, caballeros. 

Cuando el mejor equipo periodístico de los últimos 50 años que conforma El Canciller me dijo “es tu turno sobre River-Boca” se me vinieron a la cabeza no menos de una docena de columnas que leí sobre el tema, todas plagadas de lugares comunes. Y como en fútbol soy hincha de Lanús y del Atalanta de Bergamo (igual que el Cani) me dije a mi mismo: “Mi lugar común puede llegar a ser un poco menos bodrio que el de estos salames”. Porque soy de un palo raro. 

El fútbol, para Argentina, es un poco lo que les pasa a los menonitas. El menonita vive aislado de la sociedad y del tiempo: desde que nace hasta que muere su única ocupación es trabajar, rezar, tener una decena de relaciones sexuales de las que saldrán, más o menos, una media docena de hijos y luego morirse. 

La vida del menonita, salvo excepciones de un par que se escapan hacia la sociedad moderna, es una vida voluntaria. Decide vivir así, negando el tiempo, negando las facilidades externas de la comunidad y negándose en definitiva a salir de su ecuación trabajo-religión. 

La relación entre Argentina y el fútbol es más o menos así. Un país aislado del mundo, que se niega a seguir las normas del resto y que voluntariamente decide vivir refugiado de las facilidades y comodidades del “exterior”. Pero tiene al fútbol, que sería el sulki para el menonita: su medio básico de vida. 

¿Alguna vez hablaste con un menonita sobre sulkis? Yo no, pero me la imagino como una conversación apasionante para el menonita. Es de lo que más sabe: modelos, anécdotas familiares sobre sulkis, cuáles son los mejores caballos. La mejor madera para hacerlos. Los secretos “de familia”.  

Se me fue un poco el tema de evadir el lugar común en la cuestión. Pero, centrando un poco, la pasión argentina por el fútbol es un poco porque no tiene mucho más que ofrecer, es una sociedad que no es que no encuentra el rumbo sino que se niega a encontrarlo. Es voluntario. 

Por eso esa vergüenza ajena que el resto del mundo siente por Argentina no es tan dolorosa para el argentino. Porque es un menonita. 

Al menonita no le pasa nada cuando va en su sulki con su barba de medio metro por una ruta y lo pasa un Audi 2018 a 200km por hora, no le genera pasión, no lo ve. Su único pensamiento es que el sulki no lo deje a gamba con una rueda rota para no caminar varios kilómetros a la comunidad. 

Bueno, a la Argentina el sábado se le rompió el sulki, pero no va a llamar para que la vayan a buscar porque no tiene celular, va a caminar como siempre. Y con una constancia menonita de evitar tener algún contacto con el mundo real.