Brasil se paralizará este domingo. Las elecciones ya se palpan en las calles del país vecino. Con Cambiemos mirando de reojo por tratarse de un socio comercial clave, más de 147 millones de brasileños acudirán este domingo a las urnas para elegir a su próximo presidente.

Al igual que ocurre en la política local con el kirchnerismo y el macrismo, en Brasil también hay una grieta bien marcada entre dos candidatos: Jair Bolsonaro y Fernando Haddad, los favoritos para pasar a una segunda vuelta el próximo 28 de octubre.

En un contexto económico complejo que arrastra desde 2013 con una economía en picada y una profunda crisis social, uno de los países más fuertes del mundo elegirá, además de presidente y vice, 513 diputados, dos tercios de los senadores y a los gobernadores de los 26 estados.

Es imposible esquivar la figura de Lula al tratar el tema de las elecciones en Brasil. El exmandatario, preso por corrupción e inhabilitado por la Justicia para competir en los comicios, eligió darle todo su apoyo a Haddad para esta ocasión.

La grieta está instalada como nunca en Brasil. Izquierda o derecha. PT o anti-PT. A favor de Bolsonaro o en contra de Bolsonaro. Están los que temen el regreso de la izquierda y los que alarman por un candidato autoritario y homofóbico.

La última encuesta, de la firma Ibope, le adjudica a Bolsonaro la delantera con una intención de voto del 32%, que se estira al 38% si, como ocurrirá en el momento del escrutinio, se descartan los votos blancos y nulos.

Los escándalos de corrupción develados por la operación "Lava Jato" fueron a fondo y dejaron al sector empresarial en jaque. Debilitó la confianza sobre la política y la economía en Brasil. Un caso que develó una de las causas más sensibles en la historia del país vecino y puso en el centro de la escena a líderes de todo el mundo.

"Haddad es Lula" reza el slogan que el PT extendió por todo Brasil y propone ser la "carta ganadora” para contar con el apoyo de los trabajadores. Del otro lado bien opuesto un excapitán del Ejército y admirador de Donald Trump encontró lugar en una silla que nadie ocupaba y se sentó. Y logró dividir a una población que este domingo deberá definir el futuro de su país.