A favor suyo, Mauricio Macri espera tener esta semana una plataforma amable lejos de su país. El préstamo extendido del Fondo, las fotos con Christine Lagarde, las sonrisas con Donald Trump, los aplausos de ocasión en la ONU y la primavera de los mercados, apenas la tregua de vencedores implacables; todo eso se repite en el haber de la cuenta oficial. En contra, el Presidente verá desde Manhattan un nuevo despliegue callejero hacia Plaza de Mayo, los paros docentes de 48 horas y la huelga general que recargará con fastidio la unidad abrumadora de abril pasado.

Extranjero para una parte creciente del territorio que gobierna, Macri volverá a remarcar el contraste inexplicable entre un mundo que lo felicita y una parte de la Argentina que no lo entiende, anclada a privilegios del pasado que todavía denomina derechos.  

Macri volverá a remarcar el contraste inexplicable entre un mundo que lo felicita y una parte de la Argentina que no lo entiende, anclada a privilegios del pasado que todavía denomina derechos.  

Su balance será positivo porque con un desembolso extra, un peso de la deuda fenomenal y el permiso para contener al dólar, el gobierno habrá logrado resolver por un tiempo el conflicto inconcebible con, los que se suponía eran, sus aliados naturales. Vendrán por lo menos seis meses prolongados con datos negativos de pobreza, desempleo, caída de la actividad, derrumbe en el consumo y padecimientos cotidianos para los que viven de un ingreso en pesos. La fórmula es no negar los problemas hacia afuera, levantar la cabeza para desempolvar la fantasía reeleccionista y disimular las diferencias internas con el grupo que lidera un Horacio Rodríguez Larreta tan crítico con el jefe como jamás se lo vio.

Mientras el peronismo se debate entre buscar una fórmula de convergencia para ganar o encontrar un atajo para sepultar a Cristina Kirchner, el Círculo Rojo se empecina en llevar a la cárcel a la ex presidenta, con la ilusión de que ahí si se terminen de morir sus chances. Entre el rencor y la evidencia de que Macri solo no es capaz de conjurar el horror del populismo, los factores de poder le piden al juez Claudio Bonadio que haga todo, en línea con los deseos que el Presidente volverá a escuchar en la Gran Manzana.

El préstamo del Fondo que ahora busca emparchar lo que se hizo mal hace cuatro meses no puede resolverlo todo.

Sin embargo, el préstamo del Fondo que ahora busca emparchar lo que se hizo mal hace cuatro meses no puede resolverlo todo. Ni las penurias de los que ven que los pesos se escurren, ni la de realidad de los que comprueban que el desempleo se los traga, ni la lluvia de inversiones que se queda en un cielo amarillo que no moja.

Macri intentará vislumbrar la recuperación en el rebote de exportaciones, la reducción del rojo externo y la disminución de los dólares que salgan por turismo y atesoramiento. En el camino, podrá disfrutar la división del peronismo, que subsiste más como producto de las dudas que de los rencores. Como les pasa a los tecnócratas del Fondo, nadie sabe hacia dónde gira la rueda del futuro. Por eso, en el PJ militan los que piensan que los planes a largo plazo no sirven y apuntan que el acontecimiento más importante para la política argentina estará en la elección de Brasil, en dos semanas. No sólo por el resultado sino por el procedimiento. Mientras la esperanza de los círculos de poder, Geraldo Alckmin, se perfila para quedar afuera del hipotético balotaje desplazado por Jair Bolsonaro, Fernando Haddad avanza con el apoyo de Lula desde la cárcel, desde el piso de un anonimato que abandonó hace apenas unos días. Si el líder histórico del PT es capaz de transferir su popularidad a un candidato desde las rejas, la principal beneficiada de este lado de la frontera será CFK, hagan lo que hagan el juez Bonadio y el senador Pichetto.  Si no lo logra, en cambio, el peronismo podrá persistir en su travesía para encontrar la ancha avenida del medio, la traza que se perdió en el mapa de la Argentina de Macri.