El Lava Jato argentino avanza tan rápido que, para agrado de los implicados, el populacho se perdió y ya no sabemos quién es arrepentido, quién es testigo y quién está procesado. Quién sale y quién entra. De alguna forma mágica, en Argentina el mal siempre funciona y el bien no progresa.

La naturalidad con la que el argentino acepta la corrupción se volvió una especie de psicopatía colectiva. Que varios testigos hayan declarado que -entre otras miles de cosas- en el cuarto de la ex presidenta había periódicamente al menos unos US$60 millones de recaudación de coimas, generaría, en cualquier país normal, al menos una poblada para ir a buscarla.

Incluso en otras culturas mas sanas, ante la magnanimidad de lo desplegado en la causa, una corrupta del estilo de Cristina Kirchner renunciaría a sus fueros y se entregaría a la justicia por una cuestión de "honorabilidad", por llamarlo de alguna manera. Pero conocemos que la moral de la izquierda argentina es una entidad imaginaria.

De alguna forma mágica, el mal siempre funciona y el bien no progresa: la naturalidad con la que el argentino acepta la corrupción se volvió una especie de psicopatía colectiva.

Desde el trotskismo robando de a monedas en las facultades que controlaban, hasta el disfraz estalinista que decidió ponerse el último peronismo, la moral se reduce a saquear todo lo que esté dentro de las posibilidades a disposición. Esto es: si es una fotocopiadora, moneditas; si es obra publica, millones de dólares en billetes.

Suena frugal, pero pareciera que el trotskismo y estalinismo K son estatistas por la sola razón de tener un botín lo más grande posible.

Pero volviendo a la moral, no solo está enferma la cúpula cada vez más presa, sino también su tribuna. Es muy duro convivir en una sociedad con sujetos que celebran el saqueo del propio país, porque, básicamente, es como convivir con traidores a la patria. O, más ejemplar, sería como tener hijos chicos y que el vecino de al lado sea pedófilo.

Es muy duro convivir en una sociedad con sujetos que celebran el saqueo del propio país porque, básicamente, es como convivir con traidores a la patria.

Sin embargo, la (falta de) moral no acaba ahí. Ayer, casi en simultáneo, dos sujetos como Martín Caparrós y Sergio Berensztein (pretendidos intelectuales con una carencia trágica de conceptos y conocimientos) desde aquel rascacielos que tienen como ego, salieron a deslizar que la corrupción no es tan grave, que hay que tener cuidado con lo que venga después de derrotarla. Absolutamente increíble, sin embargo, es de bienintencionado hacer la debida diligencia de cada uno y por qué declaran como criminales.

Uno fue guerrillero comunista y hoy esta visiblemente gagá; mientras que el otro es empleado de Daniel Scioli. Son lo mismo que aquellos que defienden, por lo que todos tenemos la misma pregunta ¿También cobraron valijas?