Esta última semana no fue de la mejor para la ex presidenta Cristina Fernández. Empezó agosto con una seguidilla de dolores de cabeza, que le ocasionan inquietud en un futuro incierto, pero no por eso la inhiben a regular la verborragica insolencia que la recubre. En tan solo una semana pasó del afán de “ir por todo”, como ya hemos escuchado en otra ocasión, con la mirada ofuscada en el tercer mandato, a rasguñar las vestiduras y jugar las últimas cartas que la puedan salvar de la extradición a una nueva Nación, Ezeiza; que ya tiene vice y solo le falta presidente, al que ella se posiciona como principal candidata. Estuvieron doce años, ocho ella y cuatro su marido; se promocionaron como los defensores del pobre, y exhaustivos luchadores contra la desigualdad. Pero fue el cuento de la buena pipa: dejaron treinta por ciento de pobreza y se convirtieron en el símbolo de la corrupción.

Tras el escándalo de los Cuadernos, que puso en jaque la maniobra de las coimas por la obra pública durante el kirchnerismo, el país se vio, otra vez, conmovido por la repugnante imagen de los bolsos. Bolsos que escondían cientos de dólares, pero que hoy deslumbran la carencia en el sistema de salud, la escasez de la educación pública y la razón de una deuda descomunal.  

El argentino naturalizó esta escena. No lo asombra, ni lo espanta; pero al exterior sí. Un país, donde sus habitantes saben lo que quieren y la justicia actúa como debe, no acepta como defensa de un presidente, de acuerdo a su declaración jurada, la irónica y cínica justificación que su patrimonio creció por su exitosa profesión, en este caso como abogado. Uno de ellos es Ecuador; que tras el destape del Lavajato argentino, la Asamblea Nacional aprobó quitar el monumento en homenaje al ex presidente Nestor Kirchner en el frente de la sede de la UNASUR, en Quito, por considerarlo símbolo de la corrupción.

“Con lo cual, señores, presento este proyecto de resolución para exhortar al señor presidente de la república, se sirva a disponer la remoción de dicho monumento, que no tiene nada que ver con nuestra identidad cultural, y que no es otra cosa que una apología al delito y a la corrupción rampante del gobierno de la Argentina en los años pasados”. Cerraba su discurso, de manera eufórica y cargado de indignación, el asambleísta Byron Suquilanda, después de presentar su proyecto.

Parece que los argentinos necesitamos la incentivación, el estímulo, el impulso de otro para tener el coraje de ver que es lo que está mal, o quien merece ser homenajeado por algo que realmente cambió la vida del otro para mejor; pero no, fue un propósito morboso y enfermizo de uso político, donde se le hizo creer al pueblo que la corrupción era el precio que tenían que pagar por vivir mejor. Tras el gesto de Ecuador, un concejal de Rosario y uno de Morón presentaron respectivos proyectos para sacar el busto del ex presidente, de las dos plazas. En Buenos Aires, una diputada, del oficialismo, expreso su intensión por cambiar el nombre del CCK (Centro Cultural Kirchner), que para que prospere debe pasar por el Congreso.

Como de costumbre, en nuestro país la ley no se cumple, quienes las debaten lo hacen de acuerdo a sus intereses y su sanción es pan y circo. En la ciudad de Buenos Aires existe la ley 83/1998, que prohíbe que espacios públicos lleven el nombre de una persona fallecida hace menos de 10 años, pero como el CCK es propiedad del Estado Nacional no está sometido a dicha legislación. A excepción de la Capital, no existe ninguna jurisprudencia, a nivel Nación, que regule esta práctica. Por ende, lo que no está prohibido por la ley, está permitido; y si hay algo que caracterizó al kirchnerismo fue el provecho y la ganancia. Nombraron mas de 150 calles, avenidas, rotondas, plazas, auditorios, aeropuertos, estadios, terminales de colectivos y hasta natatorios con el nombre del ex presidente en todo el país, e incluso un hospital de emergencia en Haiti

Después de la sentencia de la semana pasada, en que la justicia condenó, a cinco años y diez meses, al ex presidente Amado Boudou por cohecho pasivo y negociaciones incompatibles con la funcion pública por la compra de Ciccone, la justicia está dispuesta avanzar. Caiga quien caiga, sin dar un paso en falso, ni hacer la vista gorda; combatir a quienes se aprovecharon de sus privilegios y usaron la política para convertirse en millonarios, mientras que quien se levanta, todos los días, a las cinco de la mañana paga el ajuste. Ese ajuste, que el kirchnerismo se jacta y usa como arma de batalla. Sin embargo, la hipocresía e indolencia les opaca la lógica para hacer autocrítica o es una buena estrategia para evitar la exposición y que la militancia abandone la ingenuidad o morbo, por el que ponen las manos en el fuego. Sin dudas, se van a quemar.

Hoy, toda calle, obra o edificio público bajo el seudónimo Kirchner pasó de ser un homenaje a convertirse en una huella de la corrupción argentina. Querían hacer historia y lo lograron. Ahora le toca a Cristina. Nadie mejor que ella para nombrar al pabellón de Ezeiza.