Tuvimos que ver un pedófilo de Wilde haciéndole decir a una rusa de 15 años que le practique sexo oral. Tuvimos que ver a cinco fracasados pegándole patadas en la cabeza a un croata que estaba viendo a su equipo, al igual que ellos. Tuvimos que ver a un Director Técnico que hace unos meses se burlaba del sueldo de una agente de tránsito porque a él la AFA le paga dos millones de dólares por año. Tuvimos que ver al capitán del equipo agarrándose la cabeza con cara de deprimido mientras sonaba el himno, el mismo jugador que -minutos más tarde- casi no tocó ni pidió la pelota en “protesta” porque le habían sacado a sus amigos del equipo.

Tuvimos que ver a un DT que hace unos meses se burlaba del sueldo de una agente de tránsito porque a él la AFA le paga USD 2 millones.

Todo lo que tuvimos que ver hasta ahora no es un espejo de Argentina, pero sí refleja en lo que se ha convertido el país en los últimos años: un país con alergia al mundo exterior y a los actuales valores internacionales. Una batalla cultural ganada que señala que lo que es exitoso fuera del país, adentro no va a servir porque “los de afuera son todos giles”. La gesta de cantar con la manito levantada, tanto la marchita peronista como la marchita radical, símbolos de los dos partidos que quebraron a un país próspero.

Argentina se convirtió en un país con alergia al mundo exterior y a los actuales valores internacionales.

Desde el gaste a la autoridad, la convicción que tiene cada uno de que se las sabe todas, esa maldita épica de la “viveza criolla”, ese conjunto de antivalores que se formaron estos años nos enmarcan una vez más en ese lamentable cuadro que en todo el mundo se llaman “las curiosidades de los argentinos” como si fuéramos focas taradas en una pelopincho sucia.

En ese contexto, los jugadores surfean la misma ola: se encaprichan; se empacan. Es aún más notable que los que tienen las conductas más inviables son los más grandes, mientras los más jóvenes que están formados en la ola millenial (básicamente una generación sin objetivos de vida claros) parecen respetar y entender un poco más dónde están parados. Presumiblemente, eso pasa porque los más jóvenes tienen más cercana la pobreza y el sacrificio de donde vienen que los “adultos” de la Selección, que sienten que el Mundial es un año cada cuatro que se pierden las vacaciones del verano europeo.