Cuando buscamos "justicia" en el diccionario, la primera definición que figura la describe como "el principio moral que lleva a dar a cada uno lo que le corresponde o pertenece". En un quinto puesto, aparece la "pena o castigo público” mientras que el sexto está ocupado por dos palabras: Poder Judicial.

La justicia es, entonces, un valor. Y como valor, podemos decir que cambia según la persona que lo interpreta. Por eso, hablar de "la justicia condenó a tal" es simplemente algo inútil y sin sentido. La justicia no existe pero si existen los jueces que deben interpretar leyes y reglamentos. Algunas veces serán justos, otras no tanto. Y todo dependerá del sector en que se lo mire.

Según algunos sondeos, la mal llamada justicia tiene la peor imagen en un ranking de transparencia junto con los otros poderes y organismos que conforman el Estado. No suena raro: causas que duran 15 años o se mueven al antojo de intereses políticos no ayudan demasiado a que se los considere de manera positiva.

Pero no todo es Comodoro Py. Hay vida más allá del principado de Retiro. Hay jueces y juezas en otros despachos que no coinciden con gran parte de sus colegas federales y que no tienen la pantalla (ni les interesa tenerla) para dejarlo en claro. Y muchas veces son esos magistrados y magistradas las que influyen más en la vida de una persona de lo que influirá alguna vez el procesamiento del funcionario de tercera línea del kirchnerismo.

El show judicial se completa no sólo a través de procesamientos, detenciones e indagatorias. Es auspiciado por un sector de la política al que lo conviene llevar todo a Comodoro Py y que se resuelva en diez años. No importan los resultados ni los delitos sino los tiempos. 

Al mundo de la política le conviene esa demora blue de los expedientes. Le deja en bandeja un chivo expiatorio: todo, todo es culpa de la justicia. Porque no es rápida (aunque si es demasiado rápida acusan a los jueces de corruptos); porque desestiman una investigación o porque la abren. Todos participan del juego donde los jueces (que tienen más chances de sobrevivir un mandato presidencial que cualquier funcionario) especulan. Algunos por no querer caer en el juego. Otro, por entenderlo demasiado.

La justicia no existe. Está el juez que escucha a una víctima de violencia de género o la jueza que libera a una persona cuando no hay pruebas para mantenerla encerrada. Está el magistrado que procesa a un funcionario por los delitos que intentó tapar durante su gestión y el que manda a juicio al genocida que se mantiene impune. También existe la magistrada que dicta un fallo flojo de papeles o el fiscal que acusa cuando tiene ganas. Ninguno es la justicia y todos van a ser criticados de acuerdo del lugar del que venga el comentario.

Comodoro Py es la línea E en hora pico: lenta, colapsada y muchas veces engañosa. Pero no todos sus integrantes actúan igual y tampoco son representantes de todos los y las juezas del país.

La fiesta de la judicialización de la política no es gratis. Mientras pretendan que conflictos relacionados con políticas públicas o con decisiones económicas se diriman en Tribunales, todo quedará en las manos de los jueces. Y, como un círculo vicioso, los mismos protagonistas de esas denuncias dirán que la culpa la tiene la justicia. Magia. Pero la justicia no existe y tarde o temprano habrá que jugar menos y cambiar más.