Estamos asistiendo a la entrada de un periodo temporal de Argentina en donde el factor común podría darse a llamar “aburrimiento”. Con la pobreza y la desocupación en baja, con la oposición liderada por El Alberto Rodriguez Saá y con las finanzas mundiales en relativa calma, nada puede pasar en el país que lo mueva hacia un paquete de marchas masivas populares en contra del Gobierno, como en la época del cristinismo. Incluso, Cambiemos se dió el gusto de tratar una reforma jubilatoria en vísperas de un 20 de diciembre y sigue vivo, sin siquiera perder un ministro en el camino. 

Ante ello, ante el aburrimiento, la ansiedad acumulada para el micromundo político se canaliza en ámbitos chicos y marginales (en cuanto al porcentaje del país que participa) como Twitter, Intratables y Luis Majul. Y hoy la guerra pasa por temas microscópicos como, por ejemplo, si los diputados pueden tener pasajes aéreos a su disposición o no.

Ante el aburrimiento, el micromundo político se canaliza en ámbitos marginales, donde la guerra pasa por si los diputados pueden tener pasajes aéreos a su disposición o no.

Pues vamos al tema microscópico: los pasajes aéreos a disposición de los legisladores existen desde que hay parlamento. Esa disposición pasa a ser parte del patrimonio del legislador en la milésima de segundo exacta luego que se escucha su "sí, juro". A partir de ahí, puede hacer con ellos lo que quiera: puede devolverlos, cobrarlos en cash, usarlos o donarlos. Cada elección es tan legitima como la otra porque es su patrimonio. 

Ese aburrimiento que inauguró esta columna fue el que generó, en las redes sociales, la aparición de personajes autodefinidos "liberales" con un argumento algo extraño al liberalismo. Para estos los legisladores no podían disponer de su patrimonio como quisieran, sino que debían hacerlo como a estos supuestos liberales les parecía lo correcto. Como en una película de terror comenzaron a surgir de las tinieblas personas anónimas con avatares de Friedman, víboras libertarias y fans de Javier Milei a decretar qué debían hacer, olvidándose que estaban opinando de un patrimonio ajeno al suyo.

Esto se suma a una actitud constante de esta pretendida murga autodefinida liberal donde toda su actividad es lloriquear en la red porque les llegaron aumentos en sus facturas (como si estuvieran pidiendo que vuelvan los subsidios estatales que cobraban).

También se los leyó patalear porque la palmera de repuesto en la Casa Rosada (destruida por los militantes de CFK) es demasiado cara, que en tal lugar hay una más barata, que para qué es necesaria una palmera, que por qué no ponen otro árbol. Al final, terminó una palmerita mas barata, de tamaño un tercio menor y de una especie distinta a las otras tres. Una imagen patética y decadente para el edificio mas importante del país.

El aburrimiento del chiquitaje liberal

Esta versión pobrista, de austeridad bergogliana, de envidia clasista (es común leer criticas de estos “liberales” sobre el origen social de los actuales funcionarios), de llora-subsidios y de agrupamiento en el diagrama de Venn opositor junto a troskistas y estalinistas K, canaliza y desemboca en una ineludible conclusión: no son liberales.

Solo les gusta el mote porque no exige compromiso y, además, esta de moda por los personajes mediáticos. Los liberales "reales" debemos presionar a este Gobierno hacia la modernización en clave con el mundo actual del que Argentina está afuera, algo de lo que no habla ninguno de estos payasos mediáticos. Y, por supuesto, apoyar para asegurarse de que el chavismo autóctono no vuelva a gobernar nunca mas