Corría el año 93 y al poco tiempo de dar mis primeros pasos en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires me convertí en un militante político. El presidente en aquel entonces, ya saben a quien me refiero, empezaba dar indicios de su voluntad de ser reelecto. Los números lo acompañaban. Los de las encuestas; los del país no tanto.

Mi repulsión hacia el menemismo venía desde mis últimos años de la escuela secundaria. Necesitaba encontrar algún camino para manifestar mi desprecio por aquella política sin alma, llena de superficialidad, soberbia y frivolidad acompañada por el habitual saqueo peronista al Estado. Así empecé a militar en la Franja Morada de Derecho. No vengo de familia radical, pero entendía que aquella era la opción más efectiva para hacer oír mi voz.

Cerca de un año después de empezar a militar comenzó la organización de la que fue una de las manifestaciones más importantes de los 90’ contra el menemismo: la marcha federal. Me tocó participar colaborando para mi agrupación en la logística: la Federación Universitaria Argentina era una de las protagonistas principales. ¿Quiénes eran los otros? Los gremios opositores de la CTA y el MTA ¿Quién era uno de los principales referentes del MTA? Hugo Moyano. Participaron aparte organismos de derechos humanos y otros espacios políticos. ¿Qué nos unía? Ir contra el menemismo y no mucho más.

Finalmente, el presidente de los 90’ logró cómodamente su reelección y se fue generando otro espacio “en contra de” La Alianza. Se hizo fuerte en las elecciones de medio término del 97 y ganó la presidencial del 99. Una vez más: ¿Qué había en común? La necesidad de ganarle al menemismo y aparentemente no mucho más y, aunque algunos creímos que había algo interesante, le fue como ya sabemos.

Luego de la tremenda crisis institucional provocada por la caída de la alianza llegó el drama del kirchnerismo. Soy de los que piensa que había que sacarlos como sea. Muchos otros pensaron lo mismo y se formó Cambiemos, espacio que ruego tenga más éxito que La Alianza y que aún debe demostrar mucho.

Pero cuando Cambiemos aún no existía los opositores nos hacíamos escuchar como podíamos. Surgieron así varias movilizaciones en las que te tocaba tal vez compartir la calle con seres nefastos del estilo de Cecilia Pando. Está claro que estoy en las antípodas de su pensamiento, pero reconozco que el “marchaste con Pando” me hacía ruido. Curiosamente, venía de los que habían ungido a Milani como jefe del Ejército.

Ahora bien, con Cambiemos instalado en el poder hace más de dos años empiezan a surgir algunas grietas internas. Una vez que nos sacamos el cuco de encima llega la división entre los liberales extremos: los cambiemitas más ortodoxos.

Evidentemente, es más simple ser oposición. No dudamos en juntarnos para ganarle a alguien, pero gobernar es más difícil. Y mientras tanto del otro lado está el peronismo al que jamás hay que dar por muerto, aunque muchos se hayan subido a un pony de soberbia que obviamente es alimentado por la falta de candidatos que midan desde la oposición.

Hoy vemos como nuevamente, para intentar ganarle a Cambiemos, se va juntando todo lo que se le opone del otro lado. Moyano organiza una movilización y va el kirchnerismo más termo que lo detestaba. También se suma la CTA y la inútil izquierda. Nadie debe detestar más a la izquierda que un sindicalista peronista, pero ahí estaban juntas las banderas del general mezcladas con las remeras del Che. Hasta son capaces de recibir con los brazos abiertos al que consideraban un traidor mayúsculo como Massa.

No tengo claro si esto es una crítica; creo que más bien es la descripción de una realidad que evidentemente se repite. Cuando no se puede ir por la positiva, vamos por la negativa. Y eso no siempre sale bien. Es cierto que la escasa dignidad de la oferta política vigente no nos permite mucho más. Así es como seguramente nos seguirá uniendo el espanto mucho más que el amor.