En 1938 nos sacaron del buche la posibilidad de ser sede, como la rotación continental pedía, y nos ofendimos mal. Como estaban ofendidos aún, ocho años después, los uruguayos ante el plantón recibido durante su mundial por parte de las potencias europeas. Jules Rimet, francés, presidente de FIFA y político de fuste, quiso que el fútbol pusiera paños fríos sobre una Europa que empezaba a prenderse fuego.Tampoco quiso quedar tan mal con los argentinos, así que luego de un par de idas y venidas nos ofreció la posibilidad de disputar el mundial jugando un solo partido eliminatorio ante Cuba en París. Hubo asamblea en AFA y los clubes profesionales volvieron a darle la espalda al mundial, como lo habían hecho cuatro años antes. 

La contrafáctica no nos deja soñar pero la ucronía nos sugiere que perdimos una gran oportunidad; la selección estaba en un muy buen nivel, de hecho en 1937 habíamos ganado la Copa América derrotando al Brasil de Leónidas, el mismo que terminó tercero en Francia. Tal vez por eso el reclamo popular, que incluyó corridas y represión policial en la sede de AFA, pidiendo participar en el Mundial. De nada sirvió. 

Los que tuvieron mala suerte con los jerarcas fascistas fueron los austríacos: la mirada severa de Benito Mussolini condicionó al árbitro sueco Ivan Eklind que, robo mediante, los despojó de la posibilidad de jugar la final en 1934. Tres meses antes del mundial del ‘38, Adolf Hitler no conocía las ventajas de la inmigración que convirtieron a Alemania en la aplanadora futbolística que hoy padecemos. Entonces le pareció una buena idea hacer un bollito con el tratado de Versalles y anexarse Austria, como para armar un equipo competitivo. La mayoría de los jugadores aceptaron sin chistar -el margen para chistar era bajo, por cierto- y uno directamente se paró de manos; El Hombre De Papel, Der Papierine, Matthias Sindelar.

Los sesenta kilos desparramados en un metro ochenta le hicieron ganar ese apodo al mejor jugador austríaco de la historia. Vanguardista de la gambeta, la trasladó a los escritorios; cada vez que lo citaban para jugar en la selección alemana acusaba una lesión. Sólo una vez le dijo que sí a Hitler: cuando montó un partido amistoso entre Alemania y Austria, tal vez para celebrar la anexión del territorio austríaco. Luego de un primer tiempo sospechosamente errático, en el segundo Der Papierine la mandó a guardar en la primera oportunidad. Pero no se quedó ahí; las crónicas indican que, vanguardista al fin, practicó una especie de polca frente al palco oficial donde el hombre de bigotito comenzaba a ponerse nervioso.

Fue el último partido de El Hombre de Papel. El mundial encontró a Alemania quedando afuera en un desempate por 4-2 en primera ronda ante Suiza, un país que Adolf no se animó a anexar. Sindelar, como suele sucederle a los protagonistas de esta sección, encontró la muerte en forma trágica. Fue menos de un año después del mundial, junto a Camila Castagnola una joven con la que llevaba algunos días saliendo, cuando, según los reportes de la misma Gestapo que lo tenía marcado como "amigo de los judíos" olvidó abierta la llave de una estufa a gas y dejó desconsolado a un país que masivamente, concurrió al Cementerio Central de Viena para darle el último adiós.